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Ñito Salas

Imon Boy, el anónimo artista urbano que conquista galerías

Su firma aparece en la calle al tiempo que atrae el interés de coleccionistas de EE UU a Asia. Pocos saben que tras ese nombre que suma ceros en el mercado hay un joven malagueño que solo quiere vivir de su pintura

Domingo, 30 de julio 2023, 00:20

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Le gusta camuflarse entre el público en las inauguraciones y escuchar lo que dicen de su obra, aunque sea malo. Prefiere la libertad del anonimato a la falsa adulación que acompaña a la fama. Pocos, muy pocos, saben quién está detrás de la firma Imon Boy. Ni siquiera algunos de sus familiares, ni mucho menos la casera que le alquila el piso de donde salen sus pinturas hacia Hong Kong, Londres o Dubai. Lo que empezó siendo una medida de protección para aquel adolescente que pintaba ilegalmente en la calle se ha convertido en una seña de identidad de un joven artista malagueño en plena escalada, con lista de espera y ofertas que le llegan de galerías y coleccionistas de medio mundo. Dos lienzos suyos de poco más de un metro subastados hace unas semanas en Artsy superaron los 4.000 dólares cada uno. Hasta 20.000 han llegado a pagar por uno de sus trabajos.

Mantiene el anonimato, pero no se esconde. «Si alguien me quiere conocer, me conoce, pero quien yo quiera que me conozca, no cualquiera». Imon Boy (Málaga, 1991) nos abre la puerta de su piso-estudio en un lugar de la Axarquía. Donde debería estar el salón hay un taller con decenas de pinceles, latas de pintura sobre las que descarga el color de las brochas y varios lienzos repartidos por la estancia. Dos de gran tamaño llaman la atención. Uno formará parte de la próxima exposición en Yusto/Giner en Marbella en septiembre; el otro viajará hasta Hong Kong para la muestra que inaugurará a principios de 2024 en Aisho Nanzuka. En ellos se distingue de inmediato su mano: figuras redondeadas que invitan de primeras a una sonrisa, con la policía en uno y la naturaleza en otro.

Ñito Salas

«Lo que pinto habla sobre mí, sobre mi generación. Mis cuadros se podrían entender como un diario», explica mientras los observa. Por eso se cuelan referencias a los videojuegos, al anime, a la música y al cine propias de un hijo de los 90, pero también están los animales, la playa y el buceo, aspectos de su vida cotidiana que comparte con el espectador a través de su obra y también de las redes sociales.

La presencia de la policía está en su ADN como artista. Le viene de sus orígenes como grafitero, el eterno juego del gato y el ratón: a los 13 años usó por primera vez el spray sobre un muro. Y esas vivencias, la clandestinidad y la nocturnidad que acompañan a ese acto ilegal, están en la base de su creatividad.

El grafiti

«Es un mundo muy cerrado, para los grafiteros yo no soy válido porque me salgo de los patrones»

Todavía hoy sale a la calle cuando le apetece y, si circulan por la A7 desde la Axarquía en dirección Málaga o pasean por la costa oriental, se toparán con su firma, un nombre inventado, «sin ningún significado en concreto» pero que da lugar a múltiples interpretaciones. «Algunos dicen 'I'm on' en inglés; otros dicen que es NOW! al revés. Me gusta que la gente invente su historia», señala. Es parte del misterio.

No obstante, Imon Boy se rebela contra la etiqueta de grafitero: «No me representa». «Es un mundo muy cerrado y, para los grafiteros yo no soy válido porque me salgo de los patrones del grafiti». Su representación de agentes aparentemente amables, por ejemplo, «chirría un poco» en ese entorno. «No se capta la ironía», añade. Él no presume constantemente de sus pinturas callejeras en Instagram –donde tiene 75.000 seguidores– ni asume las actitudes que rodean al grafiti: el ego, la rivalidad, la testosterona. «Todo eso es lo que me saca de ese mundo».

Pero alguna que otra noche y siempre que viaja, lleva pintura encima y «algo cae». Su nombre, en letras mayúsculas, está en las calles de Londres, Nueva York, varias ciudades de Francia «y casi toda España». «Nunca en sitios donde resulte dañino, no pintaría nada que no desearía que me pintaran a mí y jamás en una propiedad privada», asegura, aun sabiendo que lo que hace entra en la categoría de vandalismo. Pero esa faceta, dice, ahora es un mero 'hobby': «Me interesa más evolucionar en mi pintura y hacer una exposición que pintar en otro país».

La firma de Imon Boy desde la autovía.

Primero se fijaron en él las galerías, después llegaron los 'refugios sagrados' del arte. En marzo, Imon Boy inauguró su primera individual en un museo español, en el CAC Málaga. Allí colgó sus cuadros, pero también intervino la pared en un guiño a su faceta callejera. Más de una persona de su entorno le recomendó ver la muestra sin sospechar que él era el autor.

Está en los catálogos de Yusto Giner Marbella y Madrid, Aisho Nanzuka de Hong Kong, Moosey Gallery de Londres y La Causa Galería de Madrid. Solo en el último año y medio, ha inaugurado individuales en galerías de Dubai, Shangai, Londres y Los Ángeles. Pero su obra ha formado parte de colectivas en Corea del Sur, México y París, entre otros destinos.

Imon Boy siente que su carrera se encuentra en un punto de inflexión. Galerías de Estados Unidos y Asia le han hecho en los últimos meses interesantes ofertas. «Y tengo que decidir». Entre manos, además de las exposiciones ya programadas, tiene un proyecto con Avant Art para lanzar una segunda tirada de 'prints' (pinturas impresas en una altísima calidad) y otro con AllRightsReserved para crear una serie de esculturas. Y luego están los 'noes' que se ve obligado a decir y que son muchos, más de los que quisiera. Pero no llega a todo. «Da un poco de vértigo no saber si has hecho bien en renunciar a algo», admite.

«Sigo haciendo cosas que son ilegales y, a medida que pasa el tiempo, creo que lo más cómodo es seguir así»

Tras periodos creativos «más frenéticos», Imon Boy ha optado ahora por reducir su producción para enfocarse en los proyectos. «Porque también mi pintura ha evolucionado y necesita más tiempo». Lo que no cambia es el proceso: todo empieza en una libreta. En la mesa de la estancia hay varias, siempre a mano para cuando llega la inspiración. Lo primero es plasmar la idea en un dibujo, a veces en distintas viñetas que componen una serie o en un rápido boceto en el que solo él intuye lo que viene después. «Tengo la suerte de que me sobran las ideas». Ese primer impulso a lápiz es lo que le da «el estilo» de lo que busca. El segundo paso es llevarlo al lienzo con su amplia paleta de colores vivos, muy marcados, y esos divertidos personajes que le definen.

Para un joven de una familia de clase media que empezó vendiendo sus dibujos a 2 euros a los compañeros de clase, ver cómo se suman ceros a su trabajo le sigue generando sorpresa. «Me siento bastante agradecido, más que de las ventas y de los precios, de poder vivir de lo que hago», dice con humildad. Y aclara de inmediato con una sonrisa: «A ver, que estoy en un pisillo de alquiler, no soy un futbolista». Pero sí es su propio jefe y se dedica a lo que quiere, una utopía para la mayoría de los compañeros con los que se formó en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Málaga. De aquella época cuenta que nunca introdujo el grafiti en sus proyectos como estudiante, pero sí se dejó contaminar a la inversa: «En el grafiti sí metí cosas nuevas de las que me iba empapando».

Ñito Salas

Imon Boy recuerda perfectamente el día que vendió su primera obra. Un chico del norte de Europa que le seguía en las redes le ofreció cien euros por un dibujo que había hecho sentado al final de la clase mientras desatendía a lo que decía el profesor. «Ahí es cuando dices 'sí que se puede sacar provecho de esto'». Al principio, sus compradores eran personas vinculadas al mundo del grafiti. «Ahora es gente totalmente distinta».

En la plataforma de venta de arte 'online' Artsy, se pueden adquirir impresiones limitadas de Imon Boy por un precio de entre 500 y 1.200 dólares, dependiendo del tamaño. La pieza única más económica es una pintura en acrílico sobre papel de 26×17 cm por 1.950 dólares. Para los lienzos, el precio solo se conoce bajo demanda directa a la galería.

«Sigo haciendo cosas que son ilegales y, a medida que pasa el tiempo, creo que lo más cómodo es seguir así», dice acerca de su identidad secreta, protegida tras una capucha para la foto. Quiere que le conozcan solo por su trabajo, no por su rostro. «Teniendo una buena obra, da igual quién seas», argumenta. Porque además no es de ir a grandes eventos ni presentaciones. Tampoco le gusta la fiesta, aclara.

Tiene algunos muy buenos amigos artistas, como Julio Anaya con el que salía a menudo a pintar en la calle en la época de estudiantes, pero se rodea de un círculo de personas ajenas a este sector, «porque al final te tratan como a un humano». «Tengo amigos que vienen a verme a casa y ni ven los cuadros que hago. Otros se quedan un rato mirando, pero ni saben los precios a los que vendo o las exposiciones que tengo. Y es mejor así», reflexiona mientras se acerca su gato Pompón reclamándole caricias y acaparando la atención del fotógrafo. No es su única compañía en la casa. Escondido en alguna habitación está su gato Benito. «Pero él es más anónimo, como yo».

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