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Sr. García .
Helios

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Cruce de vías ·

Era curioso vivir en un barco atracado en el puerto con la tentación permanente de zarpar

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Sábado, 3 de marzo 2018, 02:05

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En aquella época el olor del mar me trasladaba a otros puertos que después he ido conociendo. Estoy hablando de hace tanto tiempo que a veces, al calcular la fecha, me equivoco en diez o veinte años sin darme cuenta. Me pasa últimamente, digo que hace treinta años y en realidad fue hace cuarenta o incluso más. Entonces el mundo era una tentación misteriosa y el futuro una aventura. Me gustaban los barcos de recreo que atracaban en el muelle. Me sentaba en un noray y miraba la vida de los que vivían a bordo. La mayoría eran extranjeros, con la tez morena y aspecto tranquilo. Los recuerdo contemplando la ciudad, fumando, quizás pensando en cómo sería la vida en el interior de aquellos edificios. Los tripulantes de los barcos pasaban unos días en la ciudad y después se marchaban hacia otro puerto. Yo quería vivir en el mar y aunque parezca mentira lo conseguí. Fue hace exactamente treinta y cinco años. Me llamó la atención uno de esos barcos que parecen robados de una película. A través de los ojos de buey adivinaba los camarotes con muebles de nogal. Un día fui a pasear con Nuria y le cautivó el mismo barco. «Me gusta éste», dijo. Yo se lo hubiera regalado si no fuera porque ganaba el dinero injusto para llegar a fin de mes. Le respondí que lo vigilaba desde hacía un par de semanas y que nunca había visto a nadie en el interior. «¿Lo asaltamos y nos quedamos a vivir dentro?», me propuso la muy pirata. A partir de aquella tarde disfrutamos los ratos libres a bordo del Helios.

Nuria y yo estábamos haciendo prácticas en el Banco Hispano Americano. Nos pagaban por no hacer nada. Éramos licenciados, ella en Económicas y yo en Derecho, y eso era un salvoconducto en caso de ser descubiertos en territorio ajeno. Al principio pasábamos en el barco sólo unos minutos, después horas y al final días enteros. Había una cocina americana, un camarote con dos camas y un pequeño comedor. Nos dio la sensación de que el dueño del barco había naufragado en el asfalto de la ciudad. Un hombre solo sin apenas equipaje, salvo algunos objetos de uso cotidiano, mapas, libros de viaje y botellas de alcohol. Un día tiramos las botellas vacías a la basura. Por la noche cenábamos a la luz de las velas. Agarraba el timón y me entraban ganas de echarme a la mar. Era curioso vivir en un barco atracado en el puerto con la tentación permanente de zarpar, irnos lejos, huir de la rutina. Los tripulantes de los otros barcos nos saludaban como si fuéramos paisanos, gente de mar. La relación con Nuria se fue afianzando a bordo del Helios. Hasta que un día, al volver del banco, encontramos el barco precintado, como si en el interior se hubiera cometido un crimen.

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