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Sr. García .

Golpe de calor

Cruce de Vías ·

Hace tiempo que opté por guardar silencio, no discutir, y abstraerme en las discusiones

Sábado, 25 de agosto 2018, 00:56

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M i amistad con Adolfo resultaba incomprensible por lo opuestos que éramos, aunque quizá por ese preciso motivo la manteníamos. A Adolfo le daban golpes de calor que se le subían a la cabeza incluso en invierno cuando estaba lloviendo. Hay quien apunta y dispara y quien se lo piensa dos veces, un intervalo de tiempo saludable en el que aguardas que el conflicto se resuelva sin sangre. Sin embargo hay ocasiones en las que una tregua cuesta la vida. Adolfo iba a muerte, no hacía concesiones hasta que el resto de interlocutores caía desfallecido por el cansancio. Él siempre estaba convencido de tener la razón como le sucede a la mayoría de la gente. A mí también me ocurre lo mismo, pero hace tiempo que opté por guardar silencio, no discutir, y abstraerme en las discusiones. Adolfo tenía la costumbre de elevar el tono de voz hasta hacer callar a todo el mundo. Sus ojos irritados brillaban como si se hubiera producido un incendio en el interior de su cerebro. Entonces los demás aparentaban rendirse, asentían, sacaban la bandera blanca, mientras él iba recuperando su color habitual de piel y una expresión ligeramente relajada.

Las discusiones con Adolfo surgían por cualquier tontería. Al poco de conocernos me propuse no hablar con él de política, ni religión, ni deportes, y poco a poco fue estrechándose el terreno de juego del diálogo hasta que sólo quedaban un par de temas en los que resultaba casi imposible que surgieran conflictos. Nos veíamos y hablábamos de cocina y viajes, pero enseguida abandoné los viajes porque la historia de los países y sus habitantes eran campos de minas. Así que me dediqué a dialogar exclusivamente de vinos y gastronomía. Nos citábamos para cenar y cuanto Adolfo más bebía más peligro corríamos el resto de los comensales, cuando alguien le llevaba la contraria yo procuraba cambiar de conversación con la mayor celeridad y delicadeza posible para que no llegara la sangre al río. Alguna vez contaba anécdotas divertidas y entonces todos teníamos que reírnos porque de lo contrario nos acusaba de no tener el más mínimo sentido del humor.

Agosto es un mes implacable y pesado como los golpes de calor que sufría mi amigo durante todos los meses del año. Un día me llamó su mujer para decirme que Adolfo había sufrido un infarto. Nunca entendí ese matrimonio, no me cabía en la cabeza que nadie pudiera soportarlo a diario. A lo mejor con ella era un hombre distinto. Después del infarto pasó un periodo de tiempo tranquilo que lo hacía irreconocible. Hasta que un mediodía caluroso de agosto olvidó el infarto, volvió a las andadas y se enfrentó con la muerte sin concederle respiro.

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