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El primer barrunte fue negarse, porque tampoco le gusta demasiado ese cuadro. Luego tensó las riendas, lo pensó un poco y aceptó la propuesta para hablar sobre 'Anatomía del corazón' (1890) de Enrique Simonet. Lo haría, además, en la sala del palacio de la Aduana donde se exhibe la pieza, quizá la más emblemática de las colecciones del Museo de Málaga. Y allí, ante apenas una quincena de personas por mor de las restricciones marcadas por la pandemia, el escritor Antonio Soler disecciona los hallazgos y contradicciones del lienzo en la cita inaugural del ciclo 'Conversaciones en el museo', promovido por el Centro Andaluz de las Letras.
Y en sus palabras, esta vez de viva voz, el autor de novelas como 'Sur', 'Las bailarinas muertas' o 'El nombre que ahora digo' va deshojando las capas simbólicas y formales de la tela, desnudando algunas de sus flaquezas, compartiendo descubrimientos y sugerencias. La primera de estas últimas le lleva a una evocación y la segunda, a la elección del tema. Y así, el escritor malagueño encuentra en la esquina superior derecha del cuadro un motivo para salvarlo quizá del academicismo, incluso de la moralina que desprende el propio nombre de la pieza, catalogada en la Aduana como 'Anatomía del corazón', en el Museo del Prado –a cuya colección pertenece– como 'Una autopsia' y conocida de manera popular como 'Y tenía corazón'. «Un título que siempre rechacé», confiesa Soler. Porque ese apodo plantea que incluso la prostituta muerta que yace en la mesa puede tener corazón, sentimientos, derecho a una salvación ante la mirada sumaria del respetable.
Y de a poco Soler desliza cómo el modelo que sirvió para pintar al médico era en realidad un vagabundo y la mujer, una actriz arrojada al río quizá por un desengaño amoroso. Entonces Soler centra el foco y el discurso en algunos desajustes cruciales: la desproporción entre los cuerpos de los protagonistas (ella es mucho más grande que él), la perspectiva «trastornada» que pone ante los ojos el agua de una vasija que no debería estar a la vista o el pie derecho de la mujer con cuatro dedos como en un dibujo animado.
Coloca Soler el cuadro de Simonet frente al espejo de la 'Lección de anatomía' (1632) de Rembrandt. Y le brota una comparación «estrambótica»: si el primero es una zarzuela, el segundo es una ópera. Porque en el discurso de Soler no ha lugar a las alabanzas desatadas, aunque haya espacio para una «evocación».
Esta le lleva hacia la esquina superior derecha del lienzo, donde las botellas sobre el alféizar de la ventana le hacen pensar en los bodegones místicos de Giorgio Morandi, cumbre de la pintura italiana del siglo pasado con permiso de Giorgio de Chirico.
Y esa reflexión le sirve para abordar una cuestión crucial en la labor creativa. «Qué miramos y sobre qué ponemos la mirada«, brinda Soler sobre un proceso presente en la pintura, pero también en la escritura: «He conocido a bastantes novelistas y a veces me he dado cuenta de que tienen una verdadera novela delante de los ojos. Me están contando una historia y estoy viendo una novela, pero estos novelistas apuntan hacia otro lado, en busca de una aparente espectacularidad». Pero Soler labra otro terreno, el de «la huida de lo aparentemente grandioso para ir a lo sencillo, a lo que está en nuestro lado y tiene una dimensión artística si lo sabemos mirar adecuadamente».
Una mirada, si se quiere, literaria, para el lienzo de Simonet. Al fin y al cabo, como sostiene la directora del CAL, Eva Díaz Pérez, estamos ante «un cuadro que tiene muchas novelas detrás». Historias, como la compartida por la directora del Museo de Málaga, María Morente, cuando recuerda cómo su padre la llevaba siendo una niña con los ojos cerrados para destaparlos ante el lienzo de Simonet. Y, por historias como la suya propia, «este cuadro es de la ciudad y de la identidad de los malagueños».
Pero, claro, para conocer quiénes somos conviene revisar nuestros símbolos, tumbar nuestra visión del mundo en una mesa quirúrgica y dejar el filo de la reflexión crítica en manos de un cirujano firme y sereno, como Antonio Soler con las palabras.
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Paco Griñán | Málaga
Cristina Cándido y Álex Sánchez
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