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Hablar y vivir

Cosas y casos

Antonio Garrido

Domingo, 16 de abril 2017, 10:51

Mis amables lectores saben que en muchas ocasiones el contenido de esta sección está muy a pie de calle, muy en la actualidad; de hecho, dedico tiempo a analizar las expresiones y formas de comunicar de la semana en todos los niveles. Hoy me voy a permitir ser localista; así me lo pide el cuerpo.

La multitud ocupa todo el espacio que la vista alcanza. Después de muchos años me dirijo al puente de la Aurora para ver cruzar al Señor de Málaga, al Cautivo. Más o menos en la mitad de la rampa escucho una palabra y entonces un universo perdido me invade y me hace saltar las lágrimas, una palabra bisílaba, una palabra voceada, pregonada.

Los críticos siguen discutiendo sobre sí la anécdota de la magdalena de Proust fue real o no. Ya saben, aquel momento en el que el escritor francés mojó el dulce, se lo llevó a la boca y sintió toda su infancia en el sabor. Creo que nunca se sabrá y tampoco importa porque la búsqueda del tiempo perdido ya es literatura.

El mecanismo existe y doy fe de ello. El hombre lleva en la mano una bandeja llena de agujeros; en cada uno de ellos, un cucurucho coronado por una especie de bola de color rosa. No, no es helado, es merengue. Repite la palabra y la califica. Lo que lleva es bueno: ¡Al rico coqui o koki!, la grafía no es precisa. Una y otra vez ofrece su mercancía al modesto precio de un euro.

Está claro que el vendedor no conoce la palabra «coquí» que es como se llama a un pequeñísimo anfibio de Puerto Rico que produce sonidos nocturnos con una gama variada. Parecida es la palabra «cosqui», empleada en estas tierras con el significado de «coscorrón».

Decía que el mecanismo prustiano es real; de pronto, al ver al vendedor y mucho más cuando noté el sabor, las imágenes de mi abuela y de mi madre me vinieron a la memoria y una dulce nostalgia me invadió; en este caso el tiempo perdido solo se queda en el corazón y es suficiente. ¡Al rico coqui!

Terminaré el artículo de hoy con otras unidades léxicas propias de la celebración.

Una diferencia fundamental en las distintas zonas de Andalucía es la manera de llevar los tronos. En Málaga se llevan al hombro y los «mayordomos de trono», no confundir con los capataces, que van alrededor del mismo, atentos a su marcha. Los mayordomos van vestidos de nazareno, portan martillos de pequeño tamaño, de madera o de metal; con ellos golpean en una campana que ocupa el centro de la estructura y que va sostenida por un arco con decoraciones en madera o metal que recuerdan alegóricamente la heráldica de la hermandad u otros elementos como la torre de la parroquia que es sede canónica de la cofradía. Las campanas son de bronce y es fama que la que mejor suena es la del trono del Nazareno del Paso.

En Sevilla los pasos se llevan con un costal en la cabeza para hacer fuerza con el cuello y la espalda, allí no se usan campanas, se emplean «llamadores», también llamados martillos aunque no lo sean en su sentido general. Se trata de una aldaba de metal que se coloca en la delantera del paso, normalmente labrada con mucho primor y con motivos alegóricos. Lo utilizan los capataces. En ambos casos, campanas y llamadores, sirven para avisar a los hombres para que levanten o bajen, «arríen», término marinero usado en Sevilla, el trono o paso.

Estoy poniendo ejemplos de dos ciudades pero insisto en su zona de influencia y también que el léxico es mucho más variado a lo largo y ancho de la geografía andaluza. En Málaga los hombros «se meten» en los varales. El diccionario define como: «Cada uno de los dos largueros que llevan en los costados las andas de las imágenes». Los tronos son muy grandes y llevan varios varales, hasta ocho.

En Sevilla la posición es diferente y se llaman «trabajaderas», de la que no hay rastro en el diccionario. Según las investigaciones sobre la materia, la forma más antigua y tradicional de llevar las andas es sobre los hombros. La visión de ambas maneras de llevar las imágenes es completamente diferente. Una mayor espectacularidad con los varales y una mayor capacidad de movimiento y maniobra con las trabajaderas.

Las andas son muy pequeñas y no tienen patas. Para ayudarse en la marcha, los «horquilleros» se ayudan de las «horquillas», que son palos que terminan en dos puntas que sostienen el varal mientras que están parados. Estos extremos suelen ser metálicos y el palo acaba en un regatón metálico que tiene un sonido característico cuando chocan en el suelo al llevar las andas. El conjunto de «horquilleros» forma la «horquillería»; entre otros lugares, todas estas palabras tienen plena vigencia en Vélez-Málaga.

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