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La biblioteca en el laberinto

En noviembre de 1994, los fondos de la Biblioteca Provincial de Málaga salieron de la Casa de la Cultura. Veinte años después, siguen en una sede provisional en la avenida de Europa

María Eugenia Merelo

Sábado, 15 de noviembre 2014, 01:39

Hay bibliotecas que tienen historia. Algunas apasionantes y reales, como la Gran Biblioteca de Alejandría, que llegó a custodiar más de 900.000 manuscritos con la voluntad de reunir todo el conocimiento de su tiempo y ponerlo a disposición de los eruditos. La toma y saqueo de la ciudad por parte de los emperadores romanos Aureliano y Diocleciano puso fin a su espléndida aventura. La historia de otros grandes archivos es igual de fascinante, aunque sea ficticia. Y ahí recordamos la que dibujó Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa, una impresionante biblioteca laberinto dentro de una abadía de los Apeninos, escenario de una serie de misteriosos asesinatos. Fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk investigarán el enigma.

La Biblioteca Provincial de Málaga también tiene su relato, con tintes bochornosos, escrito en un laberinto menos fascinante que el de Eco: el de los despachos oficiales, en los que permanece atrapada desde hace ya 20 años. Durante este tiempo, sus protagonistas, seis ministros (Carmen Alborch, Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy, Carmen Calvo, César Antonio Molina y Ángeles González-Sinde) y seis consejeros de la Junta de Andalucía (Juan Manuel Suárez Japón, José María Martín Delgado, Carmen Calvo, Enrique Moratalla, Rosario Torre y Paulino Plata) tuvieron en sus carteras el proyecto y no fueron capaces de sacar del enredo burocrático y político esta infraestructura cultural básica, de titularidad estatal y gestión autonómica.

A los titulares de turno, el ministro José Ignacio Wert y al consejero Luciano Alonso, la herencia les ocupa más o menos lugar en el debe de las agendas. El político malagueño la mantiene incluida en las primeras páginas de la suya desde el inicio de la legislatura. Pero si en febrero de 2013, Alonso planteaba con entusiasmo el rescate de la biblioteca de su largo limbo proponiendo una nueva ubicación, el convento de la Trinidad, uno de los escasos ejemplos de arquitectura renacentista de Málaga, propiedad de la Administración andaluza, la efusión estatal no pareció seguirle el paso. Y es que este primer movimiento de Alonso no agradó en los despachos del Ministerio de Cultura, donde escocieron dos detalles: el anuncio lo realizó el consejero en la sede del PSOE malagueño y el equipo de Wert no recibió la propuesta por escrito hasta varios días después. Sin contar tampoco con el Gobierno central, Alonso proclamó en agosto «un acuerdo total» sellado entre ambas administraciones. «Habrá biblioteca en el antiguo convento de La Trinidad», insistía hace pocos días, durante la presentación de los Presupuestos de la Junta para 2015, sin anunciar ninguna partida económica para el proyecto.

Pero desde el ministerio las cosas se ven con otros tiempos y con otros modos. Tiempos y modos menos triunfales. Fuentes del departamento de Wert han asegurado a este periódico que el posible acuerdo se encuentra en un «estado muy preliminar» y «no hay fecha prevista para su rúbrica». De momento, añaden, los técnicos trabajan en los trámites para que la Junta ceda la titularidad del edificio al Estado. Hasta que no concluya ese proceso, aclaran, «no es posible determinar con cierta precisión el coste de la obra y de su equipamiento» ni presupuestar ninguna inversión en el inmueble «porque no pertenece al ministerio».

La piqueta

Los desencuentros institucionales son marca de una diáspora cultural que se inició el 2 de noviembre de 1994, cuando los fondos de la biblioteca malagueña abandonaba, junto con los del Archivo Provincial, las Casa de la Cultura. Aquel día, los camiones de mudanza iban y venían por calle Alcazabilla, invadida por cuadrillas de operarios que manejaban cajas y carretillas en una insólita mudanza. Los libros tenían que dejar vía libre a la piqueta.

Seis años antes, después un largo debate político y ciudadano, se había tomado la decisión oficial de demoler la Casa de la Cultura para recuperar parte del Teatro Romano descubierto bajo sus cimientos. Para ello, la biblioteca fue trasladada a una sede provisional en la Avenida de Europa, en el distrito de Carretera de Cádiz, un antiguo almacén en el que más de 330.000 publicaciones esperarían un nuevo y digno destino. La iniciativa se inscribía en el Plan Andalucía 92, que contemplaba inversiones y actuaciones en todas las provincias de la región con motivo de la Exposición Universal en Sevilla y que en Málaga se concretó en la recuperación y puesta en valor del Conjunto Alcazaba-Gibralfaro-Teatro Romano.

El peaje para recuperar esta encrucijada paisaística e histórica de Málaga y sacar a la luz elementos destacados de su patrimonio milenario pasó por la demolición de ese archivo-biblioteca, un edificio levantado por el arquitecto Luis Moya en 1950, que durante sus 30 años de vida también se convirtió en referente vivo, obligado y único de la actividad cultural en Málaga. Entre sus muros se celebraron exposiciones de arte, seminarios, las primeras actividades del Ateneo, los primeros cursos para extranjeros y un inolvidable cine club por el que transitó toda la historia del cine.

El debate

Las opiniones a favor y en contra de la desaparición del edificio se alzaron en la ciudad. Y todavía se mantienen. «Fue una decisión acertada, sin duda», defiende Fernando Arcas, profesor de Historia en la Universidad de Málaga y delegado de Cultura en Málaga en aquellos años. «Fue una decisión muy dura la que tuve que tomar con mi equipo -añade-, pero hemos descubierto un nuevo espacio de la ciudad y el tiempo nos ha dado la razón». En su bancada de partidarios también se sienta Pedro Rodríguez Oliva, catedrático de Arqueología de la UMA y miembro del equipo de arqueólogos del Teatro Romano. «Fue absolutamente inevitable. Cuando excavamos el teatro y debajo de la casa; la decisión era obligada. Y a la vista está el resultado», destaca.

En la oposición sigue pronunciándose Rosario Camacho, catedrática de Historia del Arte y, en aquellos años, miembro de la Comisión Provincial de Patrimonio, un organismo consultivo dependiente de la Junta de Andalucía. «Defendí la conservación. Sin ser un BIC -argumenta- era un buen edificio, noble, en buen estado y que podía haber seguido dando servicio a la ciudad». A sus argumentos se suma Antonio Garrido Moraga, parlamentario andaluz del PP y concejal de Ayuntamiento de Málaga en 1995: «La demolición no ha significado una recuperación del Teatro Romano como se planteó y el edificio de Blanco Moya tenía un valor».

Nuevo mapa cultural

Veinte años no es nada, proclamaba el tango de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera. Pero veinte años han pasado desde aquella polémica demolición. Y veinte años -para una infraestructura básica, demasiados- lleva en lista de espera la Biblioteca Pública del Estado de Málaga, la única de una ciudad de más de 500.000 habitantes que no tiene un contenedor estable. Y veinte años son muchos para el presupuesto de la Junta de Andalucía, que en esa larga demora se ha dejado 6 millones de euros en el alquiler de una sede que, desde hace dos décadas, luce el cartel de provisional.

Y en esas dos décadas, el mapa y el pulso cultural de la ciudad ha cambiado radicalmente con la apertura de nuevos espacios e instituciones: el Centro de Arte Contemporáneo, el Museo Picasso, el Museo Thyssen o el MUPAM. Y a esa oferta se sumarán el Centro Pompidou Málaga, el Museo de Arte Ruso y el Museo de Málaga en el Palacio de la Aduana. En ese escenario cultural que crece y suma potencia sigue faltando una infraestructura cultural básica que depende del Gobierno central y de la Junta de Andalucía. «Una biblioteca es más importante que cualquier museo», defiende Rodríguez Oliva

En esos veinte años también se ha quedado en el camino la primera sede elegida para la Biblioteca Provincial, el antiguo Colegio de San Agustín, un edificio histórico en el corazón de la capital, vecino del Museo Picasso, que la Junta de Andalucía compró a la Diputación de Málaga y permutó más tarde al Estado por un inmueble en Sevilla. La lenta tramitación de las licencias correspondientes al Ayuntamiento de Málaga, la incapacidad para trabajar de manera conjunta desde despachos de distinto signo administrativo y político fueron desinflando un proyecto que necesitaba una inversión inicial de más de 14 millones de euros. La sequía presupuestaria que vino con la crisis terminó de ponerle la puntilla: al desencuentro político se sumó la falta de euros.

«La ciudad no se lo merece», lamenta Antonio Garrido, para a continuación criticar la «irresponsabilidad e ineficacia de lo partidos políticos que han gobernado durante 20 años. Un fracaso absoluto de los gestores». En opinión de Fernando Arcas «ha faltado decisión política». «Una biblioteca pública es algo muy importante y ahora es un déficit político, histórico y cultural en Málaga. Se podía haber hecho mejor», alega.

«A la biblioteca se le debería haber buscado un espacio digno hace ya mucho tiempo. Se han hecho muchos museos y otros espacios culturales y la biblioteca, un servicio cultural básico, sigue sin hacerse. Una pena», asevera Rosario Camacho. Rodríguez Oliva es contundente: «La biblioteca ha tenido una gestión catastrófica. Nos han estado engañando con la restauración de diferentes edificios». «Y una biblioteca -añade- es más importante que cualquier museo».

La Trinidad

El futuro, si existe, de la biblioteca malagueña pasa ahora por el convento de la Trinidad. Un espacio, que como todo, tiene sus seguidores y detractores. Hay unanimidad en que el espacio es uno de los edificios con mayor valor arquitectónico e histórico de Málaga. Pero el escepticismo, a estas alturas, es inevitable. Y lo manifiesta el catedrático Rodríguez Oliva. «Nos han estado engañando con la restauración de diferentes edificios. Llevar al convento la biblioteca no es el medio para poder arreglarlo. Viendo la eternidad del proyecto, el cambio a la Trinidad parece que tiene mucho de una nueva cortina de humo».

Tras el humo están los políticos y las administraciones, los únicos que pueden decidir si la Biblioteca Provincial de Málaga sale algún día de su laberinto y pone punto y final a la historia. Como la Biblioteca de Alejandría, que resurgió de las cenizas, y la de Umberto Eco, en la que se pudo desvelar el misterio.

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