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BLANCA DUQUE
Martes, 23 de marzo 2021, 00:06
Son las 08.57 de la mañana y en el coche sólo se escucha el sonido del aire a alta velocidad y el roce de las ruedas contra el asfalto de la carretera. Poco después de comenzar el trayecto hace una parada en la gasolinera. «Para lo que tengo que ir a Málaga, que serían uno o dos días a la semana, me renta más coger el coche. Por 20 euros voy y vuelvo en un solo día, algo que me sale más rentable que pagar un piso al que no voy a estar yendo».
Antonio Ruiz es de un pueblo de Córdoba, tiene 22 años y es alumno de Ingeniería Electrónica y Eléctrica. Como el resto de los universitarios, lleva teniendo clases 'on line' desde el pasado mes de noviembre, aunque en su caso sí ha seguido asistiendo a la práctica de una asignatura. Dejó su piso de Ciudad de la Justicia el 23 de febrero, para asistir a su única clase presencial en el campus, viaja solo y coge todos los jueves la A-45, autovía de Málaga.
Las clases comenzaron de modo no presencial en el segundo cuatrimestre a causa de la incidencia de contagios en la población. Este estado arrojó una nueva situación a la que los alumnos se tuvieron que adaptar rápidamente. La decisión tomada desde el Rectorado de Málaga mantiene esta medida hasta el día 26 de marzo, hasta la fecha no existen nuevas indicaciones. Todo hace indicar que los rectores y rectoras de las Universidades Públicas de Andalucía se reunirán, antes de las vacaciones de Semana Santa, con la Consejería de Transformación económica, Industria, Conocimiento y Universidades. Esta junta decidirá si se realizará la vuelta progresiva a las aulas y de qué modo.
Ante este retroceso en la presencialidad de la docencia cada universitario tuvo que tomar decisiones en función de las situaciones personales. A quienes más se les complica este incierto futuro es a los alumnos que no residen en la ciudad. Entre ellos existen distintas actitudes, unos prefieren que se decida volver al modo bimodal mientras que otros apuestan por el formato 'on line'.
Ana María Jiménez Benítez es de Antequera y residía de alquiler en el barrio de Portada Alta. Estudia segundo de Publicidad y RRPP en la UMA y todas sus asignaturas son 'on line' desde noviembre. Sus compañeras de piso y ella decidieron dejar el piso porque no tenían ninguna garantía de volver a la presencialidad, afirma. «La vuelta a la presencialidad me supondría tener que buscar una forma de trasladarme en ese periodo», explica Ana, que en caso de volver al formato bimodal solo tendría que asistir tres semanas, según el calendario de su grado, lo que le empujaría a tener que buscar alternativas de desplazamiento que suponen un coste económico y temporal. Por este motivo prefiere que la decisión sea permanecer en el modo 'on line'.
Antonio perdió el conector del móvil con la radio del coche hace meses, por lo que sus viajes los hace solo y sin música. «Antes me ponía canciones y estaba más entretenido pero ahora voy pensando en qué haré durante el día y en mis asuntos». El trayecto de Córdoba a Málaga no se le hace pesado. Cuenta que se trata solo de una hora y media, y a pesar de ser tres horas completas en carretera en el día, para él sería todo un alivio que decidieran mantener las clases no presenciales. «No pienso que todos los estudiantes piensen lo mismo. Hay compañeros míos que viven más lejos que yo y no tienen esta facilidad», explica.
Entre risas vergonzosas por ver quién comienza primero a hablar surgen las primeras declaraciones de los amigos de Antonio. «Yo también estudio Ingeniería Electrónica y Eléctrica, pero he mantenido el piso este año por motivos familiares, ya que no podía disponer del coche», relata.
Borja Rivera González tiene 23 años y es de Jayena (Granada), decidió mantener el alquiler a pesar de tener solo una clase presencial. Sus compañeros de piso también optaron por permanecer en la residencia. Uno de ellos, Miguel Ángel (23 años) de Macael, municipio de Almería, estudia Ingeniería Electrónica Industrial y tiene dos clases a la semana, por eso necesita continuar en el piso. Sin embargo, Alberto Muñoz (22 años), también de Macael, estudia Periodismo y no tiene que asistir a la universidad, por lo que su motivo no es económico sino personal: «Decidí quedarme con el piso por la incertidumbre esa de que en marzo se iba a volver a debatir si se iba a ir otra vez en bimodal o no... Me venía bien quedarme con el piso porque estoy aquí mejor que allí en mi pueblo». En conjunto, todos quieren volver aunque sea al modo bimodal y tener de nuevo «más vida».
Camino a la Escuela de Ingeniería Industrial (EII) una persona encargada de la desinfección limpia el asiento del metro en la parada de El Cónsul. Esta medida llega hasta las barras de las bicicletas, que igualmente son revisadas una por una. Sin embargo, este protocolo se realiza en una zona desierta. El metro, abarrotado en condiciones normales, no tiene un alma. El transporte llega, hace su parada y las puertas que se abrían para recibir a tantos estudiantes ahora solo reciben a un solo hombre.
Antonio Ruiz reconoce que actualmente no hay una afluencia de universitarios por las instalaciones, pero no se olvida de mencionar la problemática de los pisos. Para él, la vuelta al formato bimodal supondría un estrés al reaccionar en un tiempo récord para la búsqueda de un nuevo piso.
Pedro Enrique Gálvez, tiene 22 años y está en su último curso de Pedagogía. Su domicilio familiar está en Antequera. Para él, haber soltado el piso le supone una incertidumbre frente a las próximas decisiones, ya que afirma que le costaría un esfuerzo realizar una búsqueda precipitada de una nueva residencia, no saber cuándo lo vas a necesitar, ni si los caseros serían comprensibles.
El tema de los arrendatarios levanta crispación en la mayoría de los entrevistados. Casi todos tuvieron problemas con poder rescindir el contrato o con las posibilidades de rebajar el precio para poder conservarlos. «Mi casero no se ha portado nada bien conmigo y ha sido una experiencia bastante negativa. Para nada ha sido comprensivo con mi situación», confiesa una alumna de Lucena (Córdoba), de último curso de Magisterio, que prefiere no dar su nombre. Con un tono cabreado, cuenta cómo su casero no ha accedido a negociar el precio de un alquiler que tiene un coste desorbitado, según declara.
Del mismo modo, Luana Celda Martínez, una valenciana de 19 años, expresa su preocupación ante la posible respuesta de sus caseros en caso de que tenga que soltar definitivamente el piso. Los precios a los que han tenido que hacer frente son de 275, 260 y 225 euros mensuales con los gastos a parte. Para Borja la situación ha sido la contraria y afirma: «Cuando el pasado curso le comenté esto a mi casera ella no tuvo problemas. Yo le dije: 'Gloria me voy' y ella me contestó que ahí tendría su casa para cuando quisiera».
Una vez en la Escuela de Ingeniería Industrial (EII), Antonio Ruiz entra en una facultad en cuyos pasillos hay más personal de limpieza y seguridad que alumnos. No existen sonidos estridentes ni el jaleo típico de los universitarios. A las barandillas de las escaleras vacías casi no se les da utilidad. Solo se escuchan momentáneamente unos pasos que bajan o suben de la biblioteca que volvieron a abrir hace poco tiempo. Hay algunas aulas con alumnos bien ventiladas y despachos de profesores que lidian con esta situación.
Una de las quejas que más se escuchan es que los alumnos afirman no recibir indicaciones por parte del profesorado ni de ninguna institución.
Como si de una de sus clases virtuales se tratara, Marcos Antonio Paz Gutiérrez, profesor asociado de la Escuela de Ingenierías Industriales, cuenta su visión sobre el tema. Para él, el método idóneo es la presencialidad. Con un tono más cómico cuenta una anécdota de cuando el pasado curso tuvo fallos de conexión. «Estuve una hora y media hablando a la pantalla y no me di ni cuenta», declara. Además, considera que lo mejor sería volver a tener actividad presencial. Al margen de los problemas económicos, él piensa que los alumnos se enriquecerán más de las clases en las aulas. «Si yo tuviese la edad de mis alumnos estaría frito por salir de casa, por tener un contacto social. Al fin y al cabo cualquier facultad no deja de ser un entorno social, y eso nos ayuda a nuestro desarrollo diario». También asegura que si la situación lo permite reservará las aulas necesarias para impartir sus prácticas.
Por su parte, Ana Almansa, profesora titular en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, coincide en que la vuelta a la presencialidad es lo mejor para su alumnado, que beneficia a alumnos de máster, pero actualmente solo se baraja la bimodalidad para los de grado. «¿Sabéis algo?», repite varias veces contando que es lo que preguntan insistentemente en sus clases.
Comprende a la perfección que los alumnos quieran saber qué pasará después de Semana Santa, pero no que se les responsabilice de no saber qué deben hacer, porque ellos reciben órdenes que trasladan a sus clases. Además, comenta que dependiendo de la decisión que se tome habrá ventajas e inconvenientes. Si se continúa con el formato 'on line' hay que buscar métodos para trasladar los mismos contenidos, y si continúa la docencia bimodal hay veces que los alumnos que no se encuentran en el aula no escuchan la clase. «En nuestra facultad tenemos señalados los espacios de los que no hay que salir para que los alumnos que están en casa se enteren de todo. No podemos olvidarnos de ellos».
Las opiniones son diversas y al final todo depende de la evolución de la pandemia Covid-19. Solo queda esperar a las nuevas noticias. Mientras tanto, Antonio Ruiz sale de su hora y media de clase y se dispone a volver a la carretera. Le queda otro tramo de carretera con suficiente tiempo para pensar qué es mejor: ¿volver o no volver? esa es la cuestión.
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