La UMA viaja al Mar de Aral, el mayor lago desecado del planeta
Los investigadores Enrique Moreno-Ostos y Sofía Rodríguez-Gómez estudian, por primera vez, la destrucción de depósitos de carbono y las emisiones de CO2 y metano en el «desierto» de Kazajistán
Alba Tenza
Martes, 25 de octubre 2022, 12:54
Un desierto fuera de lo común. Hay camellos que se resguardan tras la sombra de los barcos que quedan esparcidos por el terreno inmenso. No hay muchos más animales que se atrevan a vivir allí, excepto los kulan, una especie de asno salvaje que de vez en cuando aparece corriendo por allí. El conocido Mar de Aral, situado en Kazajistán, en pleno siglo XXI es de todo menos un mar, aunque aún conserve grandes cantidades de agua salada (el 10% de su total). El cuarto lago más extenso del mundo ha quedado reducido a una masa de agua que intenta sobrevivir rodeada de unos 60.000 kilómetros cuadrados de lago desecado, que hoy día, es considerado un desierto.
El pasado mes de agosto, dos investigadores del grupo de Ecología Marina y Limnología de la Universidad de Málaga realizaron una expedición al Mar de Aral para estudiar, por primera vez, la destrucción de los depósitos de carbono. Este grupo de investigadores se dedica a estudiar la dinámica de los ecosistemas acuáticos, tanto continentales como costeros y marinos. Enrique Moreno-Ostos y Sofía Rodríguez-Gómez recuerdan esta experiencia como una verdadera «aventura científica imposible de olvidar». El experto reconoce cómo este lago desecado es «uno de los desastres ambientales más graves del siglo XX».
La expedición comenzó a finales de agosto. La hipótesis principal era que el Mar de Aral, al ser una gran masa de agua, habría acumulado en sus sendimentos durante mucho tiempo grandes cantidades de carbono orgánico. Carbono que se acumula en esos sedimentos durante largos periodos de tiempo y que, una vez que el agua se retira, entra en contacto con el oxígeno.
Como explica Moreno-Ostos: «En ese momento se produce la mezcla perfecta, tenemos las comunidades bacterianas que respiran ese carbono orgánico, lo mineralizan y lo degradan. Hay humedad en el suelo, imprescindible para la vida, y hay oxígeno entrando de la atmósfera, por lo que se da un cambio que potencia la respiración aeróbica de la materia orgánica y produce CO2 en tasas muy altas».
La expedición científica, que duró 20 días, ha sido dirigida por el Instituto Catalán de Investigación del Agua (ICRA), junto a la UMA y la participación del Laboratoire des Sciences du Climat et l'Environment del CNRS francés y la Universidad de Aarhus de Dinamarca. Grupos de investigación centrados en cómo el cambio global está afectando a la dinámica del carbono en los ecosistemas acuáticos.
Dentro de ese contexto, el experto reconoce que tener la posibilidad de ir a trabajar al mayor lago desecado del mundo que ahora mismo es un enorme lecho sedimentario es algo difícil de explicar. «Es impactante, nunca lo habíamos llegado a materializar hasta que finalmente solicitamos un proyecto al Ministerio de Ciencias e Innovación y nos lo concedieron», recuerda Moreno-Ostos.
A partir de ahí, surgió una tarea importante para la investigación: Probar si lo que estaban encontrando en ecosistemas temporales y mediterráneos, como la Viñuela o Doñana, sucedía a gran escala y valorar cuánto carbono hay en esos sedimentos lacustres y cómo se está yendo a la atmósfera. Una vez en Kazajistán dio comienzo la expedición.
Una odisea
El despertador sonaba a las seis de la mañana. Cada día, un nuevo amanecer y un nuevo punto que investigar. Tras tomar las muestras y los datos en el punto señalado para esa mañana, llegaba el desayuno, que solían ser fideos secos, al igual que el almuerzo y la cena. Después de desayunar, recogían el campamento, se montaban en los coches y furgonetas, y trataban de llegar al siguiente punto. «Esto era una odisea, ha sido lo peor de toda la expedición», afirma Rodríguez-Gómez entre suspiros. La mayor parte de los caminos eran abiertos por los cinco que formaban el equipo de investigación. Junto a los dos investigadores de la UMA, formaban parte del equipo internacional: Laura Carreu, la documentalista , Nuria Catalán (CNRS, Francia), Zhanna Tairova (Universidad de Aarhus, Dinamara) y Rafael Mercé (ICRA).
Cada día iban tomando datos de los diferentes puntos que habían organizado siguiendo una cronosecuencia de desecación, es decir, tomando muestras de lo que se secó en los 60, los 70, los 80... Hasta llegar a la actualidad.
Rodríguez-Gómez, que terminó su carrera en julio, acaba de empezar el Máster de Diversidad Biológica en la UMA, estudios que compagina con el trabajo de grupo. La iniciativa, la vocación y responsabilidad le llevó a formar parte de este proyecto. «Siempre tienes unas expectativas de ir a un sitio como científica, pero nunca hubiera imaginado que el verano que acabase mi carrera podría ir a una expedición así», reconoce la joven. Durante la expedición tuvo una tarea muy importante. Además de las tareas de emisiones de CO2 con el equipo, se dedicaba a hacer vuelos de dron en todas las estaciones de trabajo para «cuantificar la biomasa vegetal que está creciendo en ese sedimento lacustre que potencialmente puede captar carbono», tal y como explica su compañero Moreno-Ostos.
¿Cómo ha llegado el cuarto lago más extenso del mundo a convertirse en una de las mayores catástrofes ambientales del planeta? El experto explica cómo en Asia Central, en torno a los 60 y debido a una organización hidrológica de la Unión Soviética, decidieron que los dos grandes ríos que alimentaban al Mar de Aral serían derivados en su inmensa mayoría para satisfacer las demandas de riego de campos de cultivos. El Mar de Aral empezó a perder agua a gran velocidad a lo largo de los años, lo que ha dejado expuesto ese gran lecho sedimentario, fuente directa de CO2.
«Esto fue un drama no solo ambiental, también humano, 40.000 personas que trabajaban en la pesca allí tuvieron que dejar ese vehículo de vida, vivir en un desierto no es fácil y menos en un desierto así», reconoce Moreno-Ostos. Ese lecho sedimentario está cargado, no solo de mucha sal, sino de sustancias contaminantes que han ido quedando a lo largo de la historia. Materiales pesados, pesticidas y gases que aumentan en gran medida las tasas de mortalidad de los lugares como la ciudad de Aralsk, donde el puerto desecado deja las grúas al descubierto. Poblaciones que vivían relativamente bien por la pesca se ha convertido en una sociedad reducida y enferma.
Incompatible con la vida
Una masa blanca. A simple vista parece espuma de cualquier playa, pero es todo lo contrario. El 10% inundado de agua que queda en el Mar de Aral es un espacio incompatible con la vida de los ecosistemas que allí vivían antes. Rodríguez-Gómez aún recuerda cómo la gran cantidad de salinidad del agua hacía que sus cicatrices picasen más de la cuenta. Las partículas de sal «pueden llegar a cortarte si vas descalza» comenta la joven investigadora.
El cambio climático es una de las consecuencias directas de este fenómeno. Durante la expedición, los cambios de temperatura de día y de noche podían variar incluso 20 grados, algo que no fue muy agradable para poder trabajar en una zona como ese desierto inhóspito. «El agua tarda mucho en cambiar su temperatura y suaviza el clima que le rodea, pero en la tierra pasa todo lo contrario». Para esta investigación, el foco estaba puesto en los lechos secos, a pesar de que la mayor parte de investigación se encontraba en la parte inundada porque hay incluso colaboración internacional de ver qué tipo de pez pouede vivir ahí y fomentar de alguna manera la recuperación de la actividad pesquera.
A día de hoy la investigación sigue su curso. Una vez obtenidos los datos y tras recoger todas las muestras que aún están llegando al ICRA en Girona, procederán a hacer muchos análisis de composición química, carbono y meteorología, entre otros, con el fin de refutar las hipótesis y objetivos planteados. Entre sus fines utópicos hablan de una reinundación del lago, o que, al menos, este proyecto sirva como motivación para otros posibles grandes proyectos como esa reinundación y hacer crecer ese 10%, que, en parte, se mantiene por una presa construida al norte del terreno. Lo que tienen claro es que «la ciencia siempre es así, cuando estás en el terreno te surgen nuevas preguntas como la inquietud por la dimensión humana de todo esto». Un fenómeno ambiental y social.
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