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TERESA R. DEL SOL
Martes, 29 de marzo 2022, 00:01
Camposde trigo dorado y un cielo azul impoluto es la tierra y el aire que anhelan Natalia Hustova y Maryana Kasiv más que nunca, son los colores que pintan la bandera de su país Ucrania y que las fuerzas rusas están tiñendo de humo y sangre por los continuos bombardeos a sus compatriotas. Un horror que comenzó el 24 de febrero de madrugada cuando Putin anunció «una operación militar especial» en el país fronterizo, palabras a las que le siguieron fuertes explosiones en las ciudades más importantes del país. Las jóvenes ucranianas llevan asentadas en Málaga unos cuantos años, ambas conservan todavía un marcado acento y siempre vuelven cuando pueden a su tierra natal, pero la ciudad malagueña las envolvió por completo y aquí comenzaron su vida universitaria. Cerca de la frontera de Ucrania, en Hungría se encuentra la estudiante de erasmus Paloma Hermana, que junto con otros compañeros ayudan a familias como las de Hustova y Kasiv que huyen de la guerra.
Natalia Hustova tiene 26 años, su ciudad natal es Dnipró, situada cerca de la capital, Kiev, y ahora trabaja como técnica de investigación en la Facultad de Turismo de la Universidad de Málaga. Acababa de cumplir los 17, terminó el bachillerato en Ucrania y fue cuando se armó de valor para emprender sola su viaje a Salamanca donde ya había estado con anterioridad durante el verano aprendiendo el idioma. Con la mirada puesta en un presente y futuro en España, hizo un curso de preparación para la selectividad, echó solicitudes hasta que terminó en la localidad malagueña. Si algo tenía claro es que quería estudiar turismo, aunque no fue nada fácil pasar por todo el proceso. Al principio sentía miedo, pero las ganas y la motivación la impulsaron para volar lejos. «El recorrido lo tuve que hacer yo sola porque principalmente no conocía alguien que lo hubiera hecho y me explicara cada paso que tenía que dar para conseguir todo, eran muchos años de estar lidiando con muchas cosas para conseguir trabajo, para ir consiguiendo papeles y estar aquí de un año a otro», cuenta Hustova.
Más años lleva Maryana Kasiv en Málaga, que se vino siendo una adolescente con 14 años, ahora tiene 29. En un primer momento la estancia iba a ser por vacaciones, pero finalmente se enganchó y estudió aquí la secundaria, bachillerato, hizo dos grados superiores y con 25 años, se «atrevió», como ella dice, a acceder a la UMA. Estudiar un grado universitario era un sueño lejano, «algo inalcanzable» y su «bonita historia» durante tanto tiempo con la línea 11 del autobús dirección Universidad la llevaría por fin al campus para estudiar turismo. «Me contrataron en 2015 en la comisaría provincial para trabajar como intérprete. Todas las mañanas yo llegaba al centro andando y cogía algunas veces el 11, otras el 25, cuando cogía el 11 ponía 'destino: Universidad'. Lo veía y decía: 'yo a lo mejor algún día y si me lo puedo permitir, no sé si voy a poder...'. Dudaba. Después me fui a Madrid a trabajar un año y allí tampoco pude ser feliz del todo, me faltaba Málaga, entonces volví. En enero de 2017 me atreví a echar los papeles en la universidad y entré en septiembre. Me llegó un mensaje de madrugada en el que ponía que había sido admitida, me puse muy nerviosa porque tenía 25 años y el plan que tenía por delante era a largo plazo, de cuatro años en el caso de que me atreviera o no, y gracias al ánimo de mi gente me lancé», expresa Kasiv.
La estudiante terminó la carrera en tres años, ya que tenía asignaturas convalidadas y entonces comenzó el Máster en Turismo electrónico, fue en su segundo año para presentar el Trabajo Fin de Máster cuando la guerra irrumpió su vida.
Para Maryana Kasiv se detuvo el tiempo cuando estalló el conflicto. Las manecillas del reloj de su muñeca izquierda se habían parado el día 22 de febrero a las 5 de la tarde, dos días después, a las 5 de la madrugada el ejército ruso bombardeó la base militar de su ciudad, Ivano-Frankivsk, situada al oeste de Ucrania. «Seguiré llevando ese reloj sin pila, ya se la pondré cuando termine todo», cuenta.
El anuncio de Putin en los oídos de los ucranianos quizás no sonó igual que en el resto del mundo, ellos esperaban lo que iba a ocurrir, tal y como pasó en 2014 con la anexión de Crimea y el conflicto en los territorios de Donbás. Las dos jóvenes ucranianas dormían cuando el Kremlin avisó de las «operaciones especiales», mientras llegaban sin parar mensajes a sus móviles, no pasaron más de dos horas cuando abrieron los ojos para entrar en una pesadilla alejada de un sueño.
«Acababa de despertarme porque siempre lo hago a las 6 y media para venir aquí (Facultad de Turismo), fue coger el móvil y ver llamadas perdidas de mi familia, un montón de mensajes de todo el mundo. Todos diciendo la misma palabra: 'Ya ha empezado'. Nos estábamos preparando para eso, sin embargo teníamos la esperanza de que no iba a ocurrir finalmente. Solamente al ver esa frase ya sabía perfectamente a qué se refería: 'Ha empezado' -entonó en un fino hilo de voz-. Ese día hubo bombardeos en todas las ciudades prácticamente, mi ciudad la bombardearon el primer día, el 24, y el otro día también. A día de hoy sigue pareciendo una pesadilla, de vez en cuando me olvido y luego seguimos despertándonos cada día con sirenas de ataques aéreos, la gente tiene que ir al sótano o al búnker porque cada día en cada ciudad hay alarmas por el posible ataque», cuenta Natalia Hustova.
Maryana Kasiv estaba en Ucrania unos días antes del inicio de la guerra, tenía planeado quedarse allí más tiempo, pero la preocupación de su madre hizo que cambiara la fecha de los billetes de avión para volver antes a Málaga junto a ella. La joven asegura que en otoño ya corrían rumores y estaban avisados tanto la población como el gobierno y que este no hizo nada por proteger las fronteras. Sin embargo, las dos ucranianas confiesan que jamás se imaginaban el nivel de destrucción y muerte que se está viviendo allí.
Nada más empezar el conflicto Kasiv se puso a trabajar sin descanso con la asociación ucraniana en la Costa del Sol, Maydan. La rápida respuesta de los malagueños que se volcaron aportando alimentos, medicamentos, ropa u otros productos de primera necesidad hizo que desde el primer día llenaran furgonetas, al principio con capacidad de 3.500 kilos y ahora ya envían camiones de 20 y 22 toneladas. Estos primeros días fueron de los más duros de su vida, dejó de lado su Trabajo Fin de Máster y sus planes de trabajo para dedicarse en cuerpo y alma a mandar ayuda a sus compatriotas a miles de kilómetros de distancia y a los refugiados que llegan a la provincia.
La oficina improvisada de la asociación situada en el parking de caravanas Costa Golf es donde Maryana Kasiv pasa las horas organizando todo el papeleo. Una pequeña estancia donde solo caben un escritorio y varias sillas. «Al menos no me llueve porque estuve 11 días ahí detrás en un sitio con la espalda doblada, con goteras y mosquitos. Me traían mantas, me intentaba poner de la manera más cómoda, no eran las condiciones. Empecé a trabajar por la mañana desde que me despertaba hasta las tantas y luego seguía tres horas con las noticias 'on-line' en el maratón 24 horas que hacen los canales ucranianos, así que no dormía, apenas dos o tres horas, y así aguanté casi dos semanas hasta que ya el cuerpo me dijo hasta aquí. Se me había cortado todo el cuerpo, no quería comer, me obligaban y me daban unas lentejas que traía alguien, tampoco me bajaba la regla. Hasta que no cogí un poco el ritmo y empecé a dormir en vez de dos horas, cuatro, en vez de cuatro, seis horas. Ahora me siento más fuerte, al principio me ponía a llorar, tenía que contestar algo y eso era... me costaba muchísimo», explica la estudiante ucraniana.
A Kasiv le tocaba presentar su TFM ante el tribunal el 2 de marzo, pero en sus planes no estaba exponerlo. Le costaba mucho que su mente aceptara la palabra «defender» el trabajo pues en su país están defendiendo la integridad de las personas. La idea le parecía ridícula. Fue gracias al ánimo de su profesora de la Facultad de Turismo quien la impulsó a seguir adelante. «Me llamó y me metió caña porque ella me dijo que ya con todo lo que está pasando, con todo el horror y lo que está haciendo Putin con Ucrania, no tenía derecho a quitarme eso, y después de lo que había trabajado. Hice una defensa normal. Al tener también ese día de contacto con la universidad, desconecté el móvil por una hora y me acompañó también un profesor de la Facultad de Ciencias que está muy implicado ayudando, me fui a desayunar con él. Así pude tener una hora de vida normal porque llevo desconectada de la universidad y de la vida desde que empezó todo», expresa.
Despertarte y ver que tu ciudad ya no es la misma, que las calles ya no son iguales, que el trabajo de años ha sido reducido a escombros, familias que huyen y otras que han muerto es muy complicado, cuenta Natalia Hustova. «Los primeros días fueron una locura, estaba en shock, estoy intentando recordar ese primer día y es que no me acuerdo de casi de nada. No me acuerdo como llegué al trabajo, no me acuerdo como volví a casa, estaba en un vacío. También es verdad que hay que seguir viviendo, que la situación es muy tensa. Hay miedo e incertidumbre, pero la vida sigue mientras estemos sanos y vivos es lo importante, si disminuyo mi productividad aquí en el trabajo no voy a ayudar así a nadie, ni a mí, ni a mi familia entonces lo intento, creo que ahora lo estoy haciendo bien, centrarme en qué puedo hacer desde aquí», afirma la investigadora.
Hustova habla todos los días con su familia. Una parte sigue allí, sus padres no quieren abandonar, el arraigo a su propia casa, la historia de cientos de años de familias, la relación con su tierra, su hogar.
-¿No tienen miedo?
-Sí, pero ten en cuenta que aunque se vayan a otra ciudad, dicen: ¿A dónde vamos?, ¿qué hacemos allí?, ¿con qué dinero? Tienen ahorros pero hasta qué punto. Mi madre no quiere dejar a mi padre, tampoco quieren abandonar la casa, ni su mascota, ni la ciudad, ni el negocio, yo ya tengo asumido que los que han podido irse, que han sido mi hermana y su hijo de 12 años, pero los demás no se van a ir. Y gracias a que tienen cobertura puedo contactar con ellos. Todos estamos mal, desde que empezó esto, no hemos dejado de vivir, pero sobrevivimos cada día, empezamos otro día, lo terminamos, empezamos, terminamos. Realmente no estamos viviendo como deberíamos, ni siquiera yo desde aquí.
La mayoría de los familiares de Maryana Kasiv también siguen en Ucrania a excepción de sus dos sobrinos que han huido. No habla demasiado con ellos por la falta de tiempo aunque nada más despertarse le da los buenos días a su hermana. Con uno de sus hermanos sí habla un poco más porque es chofer y ayuda en la defensa de las ciudades, el otro es soldador y va también donde lo llamen. Kasiv asegura que su hermana es muy fuerte y la separación con sus hijos fue muy dura, pero se niega a irse. «Ella dice que se queda en su casa y si vienen la va a defender aunque sea con un palo», cuenta.
Natalia Hustova y Maryana Kasiv se han sentido arropadas desde el primer instante. El calor que han recibido de sus compañeros de clase, de trabajo y de los profesores les ha aliviado un poco el frío de estar lejos de sus familiares y amigos. «En el trabajo todo el mundo está muy implicado, preguntando cada día, si había peticiones que firmar. Si había que mandar ayuda o hacer donaciones lo hacían. Mis compañeros de trabajo me dieron pijamas y demás para mi hermana y sobrino y así puedan tener algo para empezar a sentirse como en casa», explica Hustova. Algunos amigos del máster de Kasiv van a empaquetar los domingos a la oficina y otros han aportado donaciones económicas, sus profesores también le facilitaron el camino con el TFM. Además, la asociación Maydan se reunió con la Universidad de Málaga para ver qué acciones se podrían llevar a cabo desde la institución. Ahora existe un formulario de voluntariado para ayudar en el tema informático, la página web, traducción de artículos o sencillamente empaquetar. «Toda ayuda es bienvenida», cuenta.
La invasión en Ucrania ha roto hasta las relaciones entre familiares que se encuentran a un lado de la frontera ucraniana y al otro de Rusia. Las dos jóvenes tienen familiares rusos, pero prácticamente ya no hablan con ellos. El abuelo por parte de Natalia Hustova es ruso y después de la revolución de Maydan de 2014 cortaron la relación, desconfiaban de ellos por querer seguir el rumbo occidental y no creían nada de lo que les contaran a pesar de venir de la boca de su familia.
«Yo tengo dos primos rusos. A mi primo lo bloqueé el 13 de enero porque me empezó a decir que Putin era un dios y que Ucrania no tiene ningún territorio propio. Ni siquiera conocen la historia. Me peleé con él por enésima vez y lo último que había dicho era que Crimea era rusa, que Ucrania no existía como país y no teníamos identidad. Y es un niño nacido en Rusia, bautizado en mi pueblo el que están ahora atacando e iba todos los veranos hasta los 10 años de su vida a pasar tres meses. Es indignante, es de vergüenza, fue a hacer el servicio militar en Rusia y volvió con el cerebro lavado. Llamaron luego pidiendo perdón diciéndome que ellos no apoyan la invasión. Es todo mentira, mi primo me había amenazado que iba a venir al pueblo a matar a los fachas. Hay grabaciones de llamadas que llaman los soldados rusos a sus madres diciendo que están disparando a todos los civiles. Violaciones que también están pasando, ahora necesitamos la ayuda de psicólogos, aquí las personas que llegan, allí las que aún permanecen, las mujeres que sufren violaciones por parte del ejército ruso, es terrible», cuenta la alumna.
A pesar de que sus rostros puedan parecer cansados, sus voces y miradas son firmes y rebosan esperanza. Confían en que ganarán, reconocen que ahora el pueblo es más fuerte y no se van a rendir. «Hay que ser realistas pero dentro de lo optimista o pesimista de lo que pueda ser la realidad, la esperanza hay que tenerla porque al final va a determinar mucho el rumbo personal de cada uno, si pierdes la esperanza o te desmotivas completamente, vas a perder la vida siguiendo vivo y eso no puede pasar, hay que aprovechar lo que hay», afirma Hustova. Maryana Kasiv advierte que también tienen que estar preparados para lo peor y asegura que aún queda mucho trabajo por delante. Para ella la guerra ya está ganada por el apoyo que están recibiendo de «todo el planeta» a su país.
Un grupo de estudiantes erasmus españoles en Hungría forman parte de esa gigantesca montaña de ayuda a la que aportan su granito de arena cada día. Paloma Hermana se fue en septiembre a Budapest a realizar el Programa Erasmus continuando sus estudios de finanzas y contabilidad. A los días de empezar el conflicto los refugiados comenzaron a llegar a la capital. Todas las mañana ella y sus compañeros tenían que coger el tren en la estación de Keleti y en cada viaje veían como comenzaban a llegar más ucranianos. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que tenían que hacer algo. Mandaron un mensaje a sus familiares y amigos, pensaban que no recaudarían mucho, pero tuvo una gran difusión y en cuestión de diez días recaudaron 20 mil euros.
En un principio iban a los centros de ayuda, hablaban con los voluntarios para ver qué necesitaban y realizaban las compras, también van a centros de refugiados, compran colchones, edredones y lo llevan. Desde hace unos días alquilan coches para ir hasta la frontera y recoger a refugiados. No tienen una rutina concreta, pero se organizan para que cada uno en el tiempo que disponga pueda ayudar. Hungría es el cuarto país que más refugiados está acogiendo.
La estudiante cuenta que la mayoría no saben hablar inglés y casi todos son mujeres y niños. «Vienen desesperados porque no saben donde van a estar mañana, ha sido su forma rápida de salir del país pero no tienen nada. Son muy agradecidos tanto los voluntarios como los ucranianos aunque ves mucho sufrimiento, madres con sus hijos llorando y se te parte el alma. Es muy chocante y tú tienes que estar ahí para ofrecer una sonrisa y cariño», cuenta Hermana.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) han huido del país más de tres millones de refugiados. Lo que convierte a Ucrania en el tercer país con más personas que se han visto obligadas a refugiarse fuera de sus fronteras.
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