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Alberto Gómez
Jueves, 4 de agosto 2016, 01:05
Torremolinos era todavía un barrio de Málaga cuando los toboganes y las olas gigantes de Aquapark desafiaron por primera vez a niños y no tan niños. En todas las familias que iban en feliz peregrinación estival al parque acuático había un valiente deseando encaramarse a lo alto del temible kamikaze antes incluso de soltar la toalla y otro que respondía: «Pues yo por ahí no me pienso tirar». Era marzo de 1984 cuando el entonces alcalde, Pedro Aparicio, colocó la piedra fundacional del primer complejo de ocio basado en atracciones con agua que se construía en España, el segundo en Europa. Una compañía inglesa había elegido Torremolinos, cuna del turismo andaluz, para importar el modelo nacido en Estados Unidos algunos años antes.
Más de tres décadas y varios cambios después, también de nombre ahora es Aqualand, sus instalaciones continúan siendo una visita casi obligada en verano. Su inauguración revolucionó el concepto de los parques de ocio en la Costa del Sol, que poco después comenzó a acumular complejos similares con suerte y rentabilidad dispares. Aqualand, sin embargo, conserva su carácter pionero, forjado por un equipo de mantenimiento en constante reciclaje. «Aquí no paramos de innovar», explica Belén Burgos, una de las trabajadoras históricas del parque, que en temporada alta cuenta con una plantilla de más de 120 personas. Sus cerca de 70.000 metros cuadrados albergan atracciones como el boomerang, un tubo abierto de quince metros de alto que se recorre en flotador; los conos locos, con una estructura cerrada y decenas de cambios de dirección; la anaconda, una serpiente de veinte metros de longitud y dos espirales de velocidad; una multipista con ocho toboganes; un twister repleto de curvas, o el crazy race, con cuatro pistas blandas de cuarenta y cinco metros.
Uno de los principales reclamos del parque, que en los últimos años ha ampliado las zonas de restauración y de ocio infantil, continúa siendo el kamikaze de veintidós metros de alto que fue inaugurado en 1984. Es su atracción más simbólica, superviviente de los avatares económicos del complejo, que cambió de propiedad en 1992 tras la quiebra de su empresa matriz, Themes International. La compra se produjo por 1,5 millones de libras, unos 275 millones de pesetas, aunque las instalaciones estaban tasadas en más de 700 millones. La previsible caída de la compañía británica provocó que al menos una decena de empresarios, algunos de ellos malagueños, se interesaran por el negocio, que finalmente fue adquirido por Aspro, uno de los mayores operadores de centros de ocio en Europa.
La construcción de Aquapark constituyó una de las inversiones privadas más importantes de la historia de Torremolinos, unos 300 millones de pesetas. La empresa filial de Themes International y el Ayuntamiento de Málaga firmaron el documento de cesión de los terrenos, de titularidad municipal, en septiembre de 1984, por un plazo de 49 años. «Baja por el kamikaze, el tobogán más alto y rápido de Europa. Lucha con las olas gigantes del Waikiki Sur y desciende las aguas enfurecidas del Monte Cascada», retaba la publicidad de la época.
Desde aquella inauguración han cambiado los trajes de baño, las 700 pesetas que costaba cada entrada y hasta el público, ahora más heterogéneo, pero entre las atracciones de Aqualand, el primer parque acuático del país, sigue oyéndose aquello de que «por ahí no me tiro ni loco»... Hasta que acaban subiendo.
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