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Hotel Pez Espada en los años 60.
Torremolinos

Torremolinos

Dintel de la Costa del Sol, su historia ha ido vinculada durante siglos al agua que brota de sus manantiales. Pueblos del Neolítico, fenicios, romanos y árabes contribuyeron a diseñar su actual configuración y vías de comunicación

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Domingo, 26 de octubre 2014, 01:30

Los primeros asentamientos de pobladores en lo que hoy es el término de Torremolinos se remontan, según algunos historiadores, a hace 150.000 años. El profesor alemán Oeljeschlajer sostenía en 1968 en una entrevista concedida al periodista Juan José Palop haber descubierto en las playas y las colinas próximas a la Punta de Torremolinos restos de la Edad de Piedra, en concreto ciertas piedras moldeadas que eran utilizadas como fetiches en la caza o en la guerra (representaban un león, un elefante o una calavera humana) y encuadrables dentro del arco de las denominadas «piedras del fuego» porque tenían la propiedad de dar chispa con su frote al viento. Según su teoría, la presencia de esas piedras obedecía a la costumbre en aquellos tiempos de utilizar las costas como caminos principales en los largos desplazamientos.

Sin embargo, las primeras pruebas tangibles de la presencia humana en Torremolinos se remontan al periodo Neolítico, unos 5.000 años antes de Cristo. Según Juan Temboury, en su obra «Torres almenaras», un pueblo neolítico originario de la Mesopotamia que cruzó el Estrecho de Gibraltar encontró en la franja de Torremolinos condiciones excepcionales para su asentamiento: albergues rupestres, buen clima y sol, unido a abundante pesca, caza y agua. Esta datación y ubicación de los primeros asentamientos de pobladores no es aleatoria, sino que se apoya en el estudio de los numerosos restos de cráneos humanos, huesos, vasijas de arcilla, puntas de hachas y flechas en las sucesivas excavaciones realizadas en las cuevas del Tesoro (Eduardo J. Navarro), la cueva Tapada (Miguel Such en 1915), la cueva de los Tejones (Eduardo Palanca en 1911) y la cueva del Encanto.

Todas estas oquedades y galerías naturales se localizaban en el entorno de la Punta de Torremolinos (hoy conocida como Castillo de Santa Clara) y en la Cuesta del Tajo. La constitución calcárea del suelo ofrecía dos de las condiciones indispensables para favorecer el asentamiento de los primeros pobladores: refugio y agua.

Según deduce Carlos Blanco en su breve «Historia de Torremolinos» de 1991 y que valida los trabajos de historiadores y arqueólogos, aquellos primitivos pobladores vivían principalmente a cielo raso, en primitivas chozas y utilizaban las cuevas como refugio ocasional y como sepulcros, en los cuales colocaban los cadáveres sentados, la espalda apoyada en la pared, cubiertos de adornos y en compañía de algún animal doméstico. Era gente más cazadora e industrial que guerrera, y aunque algunos adornos estuviesen hechos de conchas de algunos moluscos, no habían desarrollado aún la habilidad de la pesca.

La alimentación de estos primeros pobladores se basaba en raíces y granos, según concluye Eduardo J. Navarro en su «Estudio prehistórico sobre la Cueva del Tesoro», publicado en 1884, tras el examen de los restos óseos humanos encontrados en esa cavidad y que, como particularidad, tenían el común denominador de acusar abundancia de caries en las dentaduras.

A lo largo de la historia, otras civilizaciones dejaron su huella en la zona. Los fenicios, dejó escrito el astrónomo griego Ptolomeo (nacido dos siglos antes de Cristo), fundaron muy cerca de Torremolinos, entre la margen derecha del río Gualdalhorce y los terrenos que ocupan en la actualidad el Parador de Golf, la ciudad de Saduce, que jugó un papel de gran importancia en el Mediterráneo como puerto fluvial.

Romanos

A partir del siglo III a. C. y tras la segunda guerra púnica, toda la franja septentrional y sur de Hispania pasaría a ser de dominio romano. Torremolinos, aún sin toponimia propia (las primeras referencias no se tendrán hasta la época de dominación árabe), se convertiría en lugar de asentamiento romano, como lo atestiguan los restos de ánforas, pilas y de fábricas de salazones encontrados en las proximidades de las playas.

De nuevo la Punta de Torremolinos vuelve a ser la referencia en lo que al asentamiento de pobladores se refiere. Entre los hallazgos de mayor calado figuran los restos de unas termas públicas en el Peñón del Castillo, lo que es hoy el Castillo de Santa Clara, complejo de cuya existencia hay referencias en unos escritos de Plinio el Viejo y Pomponio Mela. Una torrentera desenterró el 24 de marzo de 1881 lo que fue una piscina de enlucido impermeabilizado, el «frigidiarium» con un mosaico de colores y un «apodyterium» o sala de vestuario. Sin embargo, nunca se hizo un seguimiento de éste y otros yacimientos posteriores encontrados en la Punta de Torremolinos y su perímetro, que se taparon y sobre los que se ha edificado pese a que siempre se ha sostenido que en la zona existen largas galerías inexploradas.

De hecho, y según las creencias más antiguas, el subsuelo de Torremolinos está surcado por una larga red de galerías que unen entre sí la cueva del Toro, situada en plena serranía y a unos 500 metros por arriba del Molino de Inca y el morro o Punta de Torremolinos. Este canal natural permitía, según las voces del pueblo, que al adentrarse hasta cierta profundidad en la cueva se pudiese escuchar el eco de las olas en su embate contra el roquedal.

La más importante herencia dejada por Roma a la zona adoptó forma de calzada, que mucho tendrá que ver con la posterior estructuración urbanística del municipio. De varios metros de ancho y que unía Gades (Cádiz) con Malaka (Málaga), cruzaba completamente Torremolinos. Llegaba casi a la playa en la zona que actualmente ocupa Playamar, continuaba hasta Los Álamos y subía hacia Churriana.

A ambos lados de esta calzada se construyeron villas y factorías de salazón de pescado. De las once factorías que se tiene constancia que existieron, tres estaban dentro del actual término de Torremolinos: una en la Cizaña Baja (próxima al campamento Benítez), otra en Los Álamos y una tercera en El Bajondillo, muy próxima al acantilado. Es precisamente de esta época cuando data la primera referencia de la primera expansión de los asentamientos desde la playa hacia una cota más elevada.

Árabes

A lo largo de los siglos, el agua natural que brotaba y brota de los manantiales a través del macizo de calizas dolomíticas que conforma la serranía y su suelo ha jugado un papel en torno al cual gira la historia de Torremolinos. Con la dominación árabe aparecerá una nueva industria que contribuirá a dar carta de naturaleza a Torremolinos: los molinos.

Los árabes supieron aprovechar el tesoro acuífero y el gran cauce o «cao» que arrancaba desde la sierra y hasta la playa, y a lo largo del cual se llegaron a construir hasta diecinueve molinos de muela y de batanear (aunque no siempre fue así, ya que surgieron a medida que crecían las necesidades de la población). Según describe José Lacuey, en su obra «Torremolinos», publicada en 1990, los de muela, con sus soleras harineras, eran de piedra, mientras que en los batanes todo era de madera. Las ruedas hidráulicas eran de rodezno con canfilones o álabes, lo que dependía si recibían el agua desde altura a través de un cáncamo que tenían las paletas curvas en el primero de los casos o si recibía la fuerza motriz directamente del arrastre del cauce, caso este en que las paletas eran planas.

En el libro «Los molinos de Torremolinos» (1970), Juan José Palop ofrece una amplia información al respecto de la historia, actividad decadencia de esta industria. Los molinos se emplazaban en parajes de gran riqueza vegetal y agua. El Molino de Inca (hoy restaurado), el Molino de Batán y el de Cea (antes de Zea) se encontraban en la zona de los manantiales, próximos a lo que es hoy el Palacio de Congresos. El Molino del Moro y el del Molinillo (de los que no quedan vestigios) se localizaban en la zona hoy urbana de la avenida de Sorolla y aledaños. El Molino de Manojas (del que aún se conserva la fachada) se situaba en la hoy plaza Costa del Sol; el Molino del Castillo, en la calle San Miguel; el Molino del Malleo estaba en la plaza de la iglesia de San Miguel, antes plaza de la Cruz, y en los aledaños de la Torre de Pimentel estaban los molinos Alto del Rosario, el del Rosario, el de la Torre y el de la Bóveda.

El cauce o «cao» proseguía acantilado abajo hacia El Bajondillo, donde se ubicaron un día el Molino de la Glorieta, el Molino Nuevo, el Molino de la Esperanza, el del Pato, el del Caracol, el de la Cruz y el del Peligro, este último cuyo nombre respondía a la amenaza continua de inundaciones cuando la marea alta. La mayoría de estos molinos dedicaba su actividad a la molienda del trigo, a la sal, minerales como el hierro, o a productos como el aceite.

Durante la dominación árabe el actual Torremolinos se bautizó con el nombre de Molina, aunque de este extremo no hay pruebas. Un mapa cartografiado por el italiano Giacomo Rossi y fechado el 1 de septiembre de 1696 atribuye el nombre de Molina a una población situada geográficamente donde se localiza Torremolinos, único extremo que da visos de verosimilitud a esa denominación de la ciudad.

De la disposición geográfica de los molinos se podría decir que trazaron los lugares de asentamiento y posterior expansión geográfica y demográfica de Torremolinos a través de los siglos, aunque cabe señalar a este respecto que la presencia humana en este territorio se limitaba a unas pocas decenas de personas, los molineros y algunas gentes dedicadas a las labores de huerta.

La vulnerabilidad del territorio desde el mar, de lo que dan prueba las sucesivas oleadas de invasores desde el norte de África, propició hacia el año 1300 y ya bajo dominio de la dinastía de los nazaríes (siglos XII al XV) la construcción de una torre de defensa situada al final de la calle San Miguel. Esta torre, que en las ordenanzas de 1497 figuraba ya como «Torre de los Molinos», completó la composición del nombre de Torremolinos.

Tras la Reconquista del reino de Granada por los Reyes Católicos, y la toma de Málaga en 1487, la capital y la provincia comienzan una de las más grandes transformaciones sociales y económicas de la historia de la que no se quedaría al margen. En agradecimiento a la ayuda militar prestada a ambas acciones, a la que contribuyó con 2.000 caballos y 4.999 peones, los Reyes Católicos concedieron a Rodrigo de Pimentel, cuarto conde de Benavente (Zamora), la propiedad de la Torre, que pasó a conocerse como Torre de Pimentel.

Sin embargo, es posible que, teniendo en cuenta el origen aragonés de Fernando el Católico y el castellano de las milicias a su mando, la acepción de la palabra «torre» no se limitase a la torre vigía, sino al conjunto de una casa de campo, quinta o alquería (de acuerdo con el provincialismo aragonés), lo que de ser así testimoniaría la consideración de alquería que tenía entonces.

Con la conquista del reino de Granada a los árabes andalusíes se cerraba una era pero se abría otra, caracterizada por los furtivos intentos de éstos de recuperar los territorios que habían sido suyos durante siglos. Orán, Argel, Fez y el norte de África son los puntos de partida de acciones contra la costa española con muchos fines: la captura de barcos y esclavos para compensar la fortuna perdida, castigar al enemigo y, simplemente, la rapiña.

Los ataques de los piratas berberiscos exige la construcción de torres almenaras a lo largo de la costa para dar aviso a los pobladores de estos ataques. A Torremolinos le correspondieron dos, la existente de Pimentel y otra en La Colina, de la que no quedan restos.

Señalamos con anterioridad que con los Reyes Católicos la provincia, y dentro de ella Torremolinos, comenzaría una etapa de grandes transformaciones. De hecho, un año después de la toma de Málaga se empezaría a escribir sin saberlo el principio del fin de la actividad de los molinos.

Propiedad del agua

Los Reyes Católicos en Carta Puebla de 1488 y 27 de mayo de 1489, así como su hija la reina Juana en real cédula de 20 de diciembre de 1511, concedieron a la capital de Málaga la propiedad de las aguas de los manantiales y de los molinos de Torremolinos. La insuficiencia de los recursos acuíferos propios de la capital, que limitaban su expansión demográfica e industrial, haría que siglos más tarde el Cabildo malagueño hiciese efectiva aquella histórica concesión real y llevase a la práctica en 1876 y 1923 sendos proyectos de traída a Málaga de las aguas de Torremolinos, primero la del manantial de Inca, el de La Cueva y otros cuatro innominados, y después el agua del Albercón del Rey, comprometiendo así la hasta entonces floreciente actividad industrial de los molinos.

Si el peligro de los ataques piratas en la época medieval no era de por sí ya suficiente, lo que obligaba con harta frecuencia a los molineros de Torremolinos (sobre todo los más cercanos a las playas) a abandonar los molinos y su actividad para irse a moler a los de Churriana, más alejados de la costa y más seguros, bajo el reinado de Felipe V en 1704 y con el advenimiento de la Guerra de Sucesión española (1701-1714), Torremolinos fue una de las víctimas de las muchas contiendas que acabarán con la pérdida de Gibraltar.

El 18 de julio de 1704, doce días antes del ataque y la toma de Gibraltar y previa a la batalla de Málaga, el almirante inglés George Rooke, al mando de la armada anglo-holandesa, fondeaba en aguas de Torremolinos. El almirante comunicó a las autoridades malagueñas que «no embarazasen a los vianderos que quisieran llevar a su Armada víveres, que los pagaría ciertamente, y que no le embarazasen la aguada que hacía en Torremolinos, porque de ponerle embarazo desembarcaría a 5.000 ó 6.000 hombres para que saqueasen y quemasen estos contornos».

La amenaza se cumplió. Bien porque las autoridades no se mostraron tan dispuestas a acceder a lo solicitado o bien porque gentes de Mijas, Benalmádena y Alhaurinejo atacaron y mataron algunos marinos de la armada inglesa, Rooke desembarcó a dos mil hombres a tierra que saquearon y quemaron las casas y los molinos, que después se reconstruirían de nuevo.

La primera referencia y localización en firme de Torremolinos como núcleo urbano en la cartografía de la provincia la tenemos en el mapa del marqués de la Ensenada de 1748, confeccionado por el ingeniero Francisco Llobet y quien lo grafía en el documento como T. Molinos. Era la segunda de las veintiocho torres levantadas para la defensa de la zona ante las incursiones de piratas turcos, y a cuyo abrigo creció un núcleo urbano, mínimo pero con identidad propia.

Un padrón posterior de 1769 y que refleja el vínculo administrativo de Torremolinos como barriada de Churriana cifra la población en 106 vecinos, casi todos inscritos en los molinos y sus sectores. Así, en el Molino de Inca se computan 7 vecinos; 9 en el del Moro, 4 en el Malleo, 16 en el Castillo de Torremolinos, 4 en el Molino del Castillo, otros 16 en el Molino de la Torre, dos en el de La Bóveda, 4 en el Molino Nuevo, 22 en el Molino de la Cruz y otros 22 en el Molino de La Nogalera.

Como se observa, en la relación de los lugares que registran asentamiento de población y entre los molinos se señala también el Castillo de Torremolinos. Íntima e históricamente ligada a la torre y su entorno está la Punta de Torremolinos, que forma una doble ensenada: la playa de La Carihuela y la playa de El Bajondillo. En la época de navegación a cabotaje los temporales provocaban numerosos naufragios en este punto costero, lo que hizo pensar en la conveniencia de levantar en esa atalaya un fuerte que sirviese tanto para la seguridad de la localidad como para orientar a los navegantes.

Una escritura de 18 de mayo de 1763 (encontrada por el padre Llordén) y otorgada por el escribano Fernández de la Herranz, ante quien compareció el ingeniero de los Reales Ejércitos Antonio Jiménez Mesa, recoge el interés de éste por la construcción de un castillo o batería en la Punta de Torremolinos que defendiese a la marina del levante y del poniente, y que sirviese de asilo a embarcaciones ante el acoso de las naves corsarias. El ingeniero ofreció al rey construir el fuerte a cambio del gobierno vitalicio del castillo o fuerte, con sueldo de teniente coronel de Infantería, complejo «que dispondría de seis cañones de 24 libras, con cuarteles para caballería e infantería, vivienda, capilla y almacenes».

Todo esto se construyó en 1770, incluida la instalación de los cañones en la zona que aún hoy se conoce como La Batería y de la que quedan restos del emplazamiento de los cañones. La fortaleza perduró como centro militar hasta 1830 (a la muerte de Jiménez Mesa), tras la que pasaría a ser cuartel de carabineros y después una propiedad privada.

El crecimiento de Torremolinos era más bien pausado, quizá por su vulnerabilidad desde el mar, frontera sur natural de todo su término. Su riqueza acuífera y agrícola lo convertían además en punto de destino de cualquier incursión. Esta parsimonia demográfica se mantuvo también durante el principio de la edad moderna. En 1824, su población era de apenas 172 habitantes. En 1845 la población alcanzó los 200 vecinos, en gran parte dedicados a la arriería, según el Diccionario Geográfico-Estadístico e Histórico de España publicado por Pascual Madoz en 1849 y que confiere a Torremolinos la calificación de «lugar».

234 casas

En aquel año, y según el citado documento, el censo de inmuebles ascendía a 234 casas, una habitación de nueve varas en cuadro que sirve para cárcel, escuela de primeras letras con 44 alumnos, una amiga privada a la que asisten 14 niñas, iglesia parroquial (la de San Miguel) servida por un cura párroco, cementerio con seis nichos de la hermandad de las Ánimas y ocho de particulares, y, por último, un abundante nacimiento en las afueras cuyas aguas sirven para el consumo del vecindario, el movimiento de los molinos y el riego de algunas tierras. La actividad industrial se circunscribía a la molinera (catorce molinos harineros y un batán de estraza) y la agrícola, con la producción de trigo, cebada, garbanzos, maíz, aceite, hortalizas y batatas, si bien todo en muy escasa cantidad. De este último producto, la batata, se exportaba la producción sobrante a Málaga.

La configuración de Torremolinos se dividía en seis partidos rurales: Arrayaní o Arrajainal (la Cizaña Baja), la Cañada de los Cardos, Cucazorra (actual Montemar), Nacimiento, Pinillos y Playazo.

Pero no sería hasta principios del siglo XX cuando Torremolinos sufre su gran transformación y expansión. Un poco antes, en 1898, el lord Sir George Langworthy y su esposa, Anne Margaret, emparentada con la realeza británica, compran el Castillo de Santa Clara, primero castillo y hasta esa fecha cuartel de carabineros, y emprenden su transformación en residencia. El cambio fue radical, y se transformó en una finca con espléndidos jardines en la que encontraron empleo como personal de servicio numerosos vecinos, lo que les ayudó a resolver su penuria económica.

El fallecimiento de la esposa de Langworthy en 1913 lo hunde en la desesperación, trauma que no llegaría a superar y que se agravó durante la primera guerra mundial, en la que participó de forma fugaz, por razones psíquicas, con grado de comandante. A su regreso a Torremolinos, Langworthy (protestante y buen conocedor de la Biblia) dedica su vida a alentar el amor hacia los demás. El Castillo del Inglés se convierte en refugio de pobres, enfermos y gentes con pocos recursos, a los que socorre y saca del apuro diario entregándoles una peseta a cambio de la lectura de algún pasaje de la Biblia, de ahí su apodo como «El Inglés de la peseta».

Langworthy se desprendió así en poco más de quince años de los doce millones de pesetas que componían su fortuna, y en 1930, para recomponer un poco su economía, aceptó el alquiler del castillo para transformarlo en hotel-residencia contó entre su clientela a varios excombatientes ingleses de esa conflagración bélica. Así nació el primer hotel de la Costa del Sol, hecho que confirma el nomenclátor de la provincia de Málaga de aquellas fechas y que en su descripción de los edificios existentes cifra en 379 los dedicados a vivienda, nueve a otros usos y dos albergues (se supone que el Castillo del Inglés y la pensión de Fernández, en la calle María Barrabino).

Langworthy fue nombrado por el Ayuntamiento de Torremolinos el 15 de mayo de 1918 hijo adoptivo y predilecto de Torremolinos en reconocimiento a las innumerables obras de caridad. Falleció el 25 de abril de 1946.

Todos estos hechos ocurrían en una época, finales del XIX y principios del XX, en que sectores de malagueños comenzaban a mirar a Torremolinos como lugar idóneo para el descanso y el retiro social.

Éstos atribuían a sus aguas propiedades benéficas para el tratamiento de enfermedades respiratorias, de ahí la construcción posterior del sanatorio antituberculoso, hoy Hospital Marítimo (en El Bajondillo).

Aún entonces el sector sigue siendo conocido como Torre Molinos, con un régimen de vida basado en la actividad agropecuaria, los molinos y la pesca. Los vecinos de la parte baja basan su régimen de vida en la pesca; los de arriba, en la actividad molinera y la huerta.

Calle San Miguel

Paralela al Cauce o «cao», donde a lo largo de los siglos crecieron y desarrollaron su actividad los molinos gracias al discurrir de las aguas, fueron creciendo casas de labriegos y señoriales, que hoy configuran la calle San Miguel. La calle conformaba el entonces sector urbano de Torremolinos, que era de núcleos dispersos. La calle iba desde la actual plaza Costa del Sol hasta la iglesia de San Miguel.

En la plaza y cerca de la entrada a la calle había una fuente, la misma que en 1942 fue removida para ser centrada en la calle San Miguel y que en 1961 fue reformada y situada en la plaza Costa del Sol (que aún hoy perdura). Esta fuente recibía el agua del manantial de La Cueva, que además de alimentar a los molinos (el primero al de Inca) lo hacía a otras cinco fuentes públicas (el citado de la plaza, la de El Calvario, otra en la confluencia de la calle San Miguel con Casablanca y otras dos más en los lugares donde se emplazaron un día los hoteles Plata y Rey Sol).

La calle atravesaba la carretera de Cádiz, antigua vía romana, muy estrecha hasta 1937 y que se ensanchó tras la guerra civil. Todas las casas, por su proximidad al cauce natural de los manantiales, disponían de patios interiores muy frescos. La calle era el eje en torno al cual discurrían la vida social y los actos de la sociedad de la época, y en ella convivían gentes de costumbres sencillas y labriegos con otras de clase más culta que se reunían en el café Príncipe y en el café Central de la plaza Costa del Sol como después en el situado en la plaza de Andalucía para celebrar tertulias. Vivir en la calle San Miguel era signo de bienestar económico y el poderlo hacer era ansiado por todos los vecinos e Torremolinos.

La zona era lugar de paso de los cabreros del sector de El Calvario que bajaban sus rebaños a pastar por los bordes del Tajo, el Pan Triste y, camino arriba, hacia la Cañada de los Cardos hasta la vuelta a sus corrales calvareños. Los vecinos de calle San Miguel vivían aún a principios de siglo, y antes del «boom» turístico, de la agricultura y la ganadería, y cada casa contaba con su huerto.

El Calvario

Las características orográficas del término de Torremolinos favorecieron el crecimiento de núcleos dispersos de población. En la zona más alta de la ciudad surgió la zona conocida como Cantó, hoy Calvario, de acuerdo con las costumbres tras la guerra civil de denominar a todas las alturas próximas a las poblaciones de España con el nombre de Calvario en recuerdo al monte en que fue crucificado Cristo. El barrio, formado por casas y chamizos sobre una sola acera, partía desde la finca de San Enrique o camino del Fantasma y la huerta de Flores. Las primeras casas, casi todas de una sola planta y construidas de pitón y broza como materiales, se levantaron al borde de la cuesta para luego ir extendiéndose hasta conformar la actual carretera de Benalmádena.

El barrio de El Calvario era lugar de residencia de familias dedicadas a la actividad ganadera, la arriería, la labor de pequeñas parcelas agrícolas y de jornaleros que se desplazaban hasta la vega de Málaga. Aún hoy, el barrio sigue manteniendo algunos núcleos como en la antigüedad. Entre las calles que conforman la barriada está la dedicada a Rafael Quintana (continuación de la calle Europa), en recuerdo a este vecino que durante los años de la postguerra se dedicó con éxito al negocio de los salazones, la fabricación de chocolates y caramelos en la capital de la provincia, negocios cuyos beneficios reinvertía en Torremolinos.

El Bajondillo

Este núcleo urbano, primer lugar de asentamiento humano en la Edad de Piedra, se constituía de dos sectores sociales bien diferenciados en función de su actividad. Por un lado, estaban los pescadores y, por otro, los molineros. En la actual calle Bajondillo predominaban los pescadores, mientras que los otros se agrupaban en torno a los molinos, industria de la que dependían.

A principios de siglo, esta zona contaba 60 vecinos. El enclave, de gran riqueza pesquera, era junto con La Carihuela uno de los varaderos y puntos de encuentro de las jábegas que faenaban en la zona tanto de vecinos de El Bajondillo como de otros barrios pesqueros, caso de Los Boliches.

Según unas reglas no escritas, la mitad de lo faenado se iba para la barca, otra parte iba para el patrón y el resto se dividía a partes iguales entre los marineros. A su vez, las capturas se dividían en dos partes, una para consumo propio y la otra se hacía llegar por medio de los arrieros a las pescaderías de Torremolinos, de pueblos del interior y de la capital de la provincia o a las fábricas malagueñas de salazones. Pero no todos los días la mar garantizaba la pesca a consecuencia de los temporales, por lo que tanto los pescadores de «abajo», de El Bajondillo y La Carihuela, como los agricultores y molineros de «arriba» del pueblo se daban alternancia en una y otra faena en épocas de dificultades.

La Carihuela

Históricamente, este núcleo urbano al borde de la playa, localizado al oeste de la Punta de Torremolinos, ha mantenido unas señas de identidad propias y su evolución corría ajena a la de la industria molinera, germen del primitivo casco urbano de Torremolinos. Aunque aquí, y en la zona lindante con el morro, también tuvo presencia la civilización romana, como demuestra el descubrimiento años atrás de restos de una antigua fábrica de alfarería (sobre los que también se ha construido). Las fronteras naturales de este barrio (la roca y la diferencia de cotas con el núcleo urbano, de unos treinta metros) hicieron posible que en el mismo término crecieran y conviviesen dos formas de vida distintas una de otra.

La Carihuela, cuyo nombre según algunas versiones libres podría traducirse en «aldea de pescadores», si bien otros lo atribuyen a que el arenal estaba cubierto de carihuela, es la heredera del arte de la pesca desarrollada por el reino de tartessos y las comerciales de los fenicios. Documentalmente existen algunas noticias de un grupo de familias que hace siglos arraigaron entre la tierra y el mar, entre los cañaverales del arenal y las tierras molineras.

Siglos atrás y aún hoy, los frutos de la mar han sido los que ayudaron a la subsistencia de las gentes de una barriada que ha sido también testigo de excepción de la explosión turística a partir de mitad del siglo XX y cambio al que sus vecinos supieron amoldarse con maestría, convirtiendo la pesca como forma de subsistencia en una pujante actividad restauradora.

El barrio de La Carihuela se componía en la antigüedad de dos aceras bordeadas de pequeñas casas y chamizos, siempre de una sola planta, como era la práctica constante en todo el casco urbano de Torremolinos (salvo contadas excepciones), con algunas breves callejuelas que iban a desembocar en la playa.

Hoy día, en la zona de calle Los Perros aún perduran alguna de esas construcciones de finales del siglo XIX y principios del XX, pequeñas habitaciones que han tenido que ir reconstruyéndose por su deterioro a lo largo del tiempo al ser la arena de la playa uno de los componentes del adobe que un día sirvió para levantarlas. En el mismo barrio, y al otro extremo, se localizaba junto a la playa la zona de El Bulto, cuya denominación responde a que este era el lugar donde se «abultaban» las barcas de pesca. En este otrora varadero de La Carihuela se levanta en la actualidad el edificio El Remo.

En el segundo cuarto de siglo, La Carihuela llegó a contar con una nutrida flota pesquera de casi cuarenta embarcaciones dedicadas a la pesca de la sardina, entre otras especies. En 1949, el barrio sufre una de sus mayores tragedias al naufragar frente a la costas de Ceuta la traíña «San Carlos», con una tripulación de veinticuatro hombres. Doce de ellos eran de La Carihuela, tres de El Bajondillo y el resto, de Algeciras y Barbate. Todos los pescadores murieron en el accidente, salvo uno. Francisco Campoy «El Cervera», único superviviente del naufragio y aún hoy en vida, pudo ganar la costa a nado.

La actividad de la pesca, la ganadería y la agricultura como industria y forma de vida de las gentes persistían aún en los tiempos del primer cuarto de siglo, en que los malagueños, primero, y los gibraltareños, después, fijan su vista en Torremolinos como lugar de descanso. Hasta entonces de él se conocía poco más que su agua.

Algunos supieron interpretar estas primeras miradas a Torremolinos y adivinar sus potencialidades. En 1922 el contratista Antonio Girón construye en tres años 32 nuevos inmuebles. Este nuevo giro supondría en poco tiempo la extinción de la industria molinera.

Si a George Langworthy se le atribuye en 1930 el embrión del actual emporio turístico que es Torremolinos, en 1933 Carlota Tettamanzy seguiría esa senda. Propietaria de numerosas tierras de La Carihuela, convierte su cortijo de la Cucazorra en el Parador de Montemar. Los primeros clientes fueron ingleses.

A partir de entonces, la historia y la fisonomía urbanas de Torremolinos empiezan a escribirse con otras letras y comienza el principio de una larga historia de más de sesenta años que aún se está escribiendo.

En 1942 abre el hotel La Roca de la mano de Enrique y Concha Bolín. Se trata del primer hotel que edita la primera propaganda escrita de promoción no sólo del establecimiento sino de Torremolinos bajo el eslogan «Torremolinos, el paraíso de España, clima permanente de primavera». La pensión completa por persona y día era de 32 pesetas, 104 pesetas en habitación de lujo, con baño propio.

En 1948 abre el restaurante y sala de fiestas El Remo, que ameniza las noches de La Carihuela, y de nuevo abre el Parador de Montemar, en esta ocasión de la mano de los marqueses de Nájera. A partir de mediados de siglo, la construcción de hoteles lleva aparejada la de nuevos edificios de viviendas para la cada vez mayor mano de obra reconvertida al turismo procedente de la agricultura, la ganadería y la pesca. Así, en 1955 se abre el hotel Los Nidos y comienzan a pulular los famosos, como Ava Gadner. En 1959 se celebra el hito histórico de la apertura del primer hotel de lujo de Torremolinos, el hotel Pez Espada. Nuevas casas comienzan a derribarse y sobre las tierras de las huertas comienzan a levantarse las estructuras de nuevos y modernos edificios mientras nueva mano de obra desempleada llega desde las provincias limítrofes, primero, y desde el resto de España, después, para emplearse en los hoteles. Las playas comienzan a cambiar su fisonomía y a perder su estado natural para dejar huecos a las primeras sombrillas y hamacas.

Si los molinos marcaron en la época de dominación árabe las trazas del casco urbano a partir del siglo XV, los hoteles lo hacen a partir de la segunda mitad del siglo XX. Las necesidades de dotarlos con completos servicios e infraestructuras hace que a uno y otro margen de estos edificios crezcan las promociones de apartamentos en las zonas turítiscas y de casas y viviendas en los sectores próximos a los núcleos urbanos tradicionales.

En 1960 abre el hotel Carihuela Palace; en 1961, el hotel Tropicana; en 1962, el hotel Tres Carabelas (actual Meliá Torremolinos); en 1963 lo hacen los hoteles Nautilus, Jorge V, El Panorama y Torremora. Ese año de 1963 comienza a funcionar la primera central de teléfonos, que cuenta con dos mil abonados.

Paralelo a la construcción de los hoteles se inicia la construcción de salas de fiesta. El Papagayo, El Piyayo o El Jaleo son algunos de los locales que emergen configurando el Torremolinos turístico. A finales de 1965, apenas 30 años después de los primeros pasos de la industria turística (que devino en un auténtico fenómeno de masas a partir de los años 50 y tras la consecución por los sindicatos europeos de las tres semanas de vacaciones), toda la Costa del Sol disponía de 110 hoteles, 6.000 habitaciones y capacidad para 12.000 turistas. Treinta y dos de estos hoteles y 1.700 habitaciones se localizaban en Torremolinos.

Las nuevas construcciones hoteleras obligan a hacer un nuevo trazado urbanístico de Torremolinos. A los barrios históricos, que se van ampliando con nuevas construcciones para poder albergar a tanta nueva mano de obra, se van incorporando nuevas zonas enfocadas a lo comercial. El 1966 comienzan las obras de lo que es el actual paseo marítimo de El Bajondillo. Las huertas se ocupan con nuevos edificios de apartamentos. La calle San Miguel, histórica arteria del casco urbano y centro comercial, se peatonaliza y comienzan a emerger y a crecer los nuevos comercios.

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