Recuperar el Parlamento
Andalucía ha perdido la convivencia parlamentaria que sorprendía en la política española; en su cámara de representación ya se le falta el respeto a los ciudadanos a la par que en el Congreso de los Diputados
El pasado jueves cerca de las siete de la tarde, cuando el Parlamento debatía una Proposición No de Ley sobre el caos ferroviario que se ... viene sufriendo en las últimas semanas, el parlamentario del Partido Popular por Cádiz Antonio Saldaña soltó una perla que no generó ni siquiera murmullos. Casi al final de una doble jornada de debates, sus señorías suelen estar más atentas a sus relojes y a las horas de carretera que la mayoría tiene por delante que a las posibles barbaridades que se puedan pronunciar desde la tribuna. Los oradores disfrutan a esas horas de cierta impunidad para mostrarse tal cual son.
Saldaña se refería al robo de cables en las vías del AVE y ante la sugerencia del diputado de Por Andalucía José Manuel Gómez Jurado de que pudo tratarse de un sabotaje, afirmó que si había alguien capaz de hacer un sabotaje era el propio Gómez Jurado, que pertenece a Podemos, «porque recibe la herencia del comunismo en España».
Seguramente no cabe apuntar esta afirmación, que incluso cosechó un tímido aplauso jocoso entre algunos de los diputados del PP que todavía estaban atentos al debate, a esa ola de macartismo 4.0 que en estos días, 36 años después de la caída del Muro Berlín, ha sobrepasado los límites de los estercoleros de las redes sociales y campa con fuerza en algunos ámbitos.
Según se desprende de sus intervenciones, el diputado Saldaña da el perfil de quienes creen ver comunistas hasta dentro de la sopa y no dudan en exhibir en qué época viven cada vez que abren la boca. Su inspiración intelectual no parece proceder, sin embargo, del senador McCarthy, que en los años cincuenta del siglo pasado, en plena Guerra Fría, encabezó en Estados Unidos la caza de brujas que barrió de intelectuales las grandes universidades norteamericanas y dejó un recuerdo doloroso en Hollywood. Tampoco parece inspirarse en la ola actual que también se ensaña con la libertad de pensamiento en esas mismas universidades. Su discurso huele a algo más vernáculo, imbuido del guerracivilismo de toda la vida.
Esta intervención no es sólo la prueba de que hay miembros del PP con responsabilidades que no se sienten interpelados por las continuas apelaciones a la moderación y al pragmatismo de su jefe de filas, sino también de los niveles bajo mínimos que se aprecian día sí y día también en todos los rincones del Parlamento. El asunto cada día parece ir a peor.
Comentan los más antiguos del lugar que hubo una época en la que en la Cámara andaluza se asistía a debates de cierta altura. De hecho, hasta no hace mucho era posible apreciar un nivel de convivencia y de consensos básicos que permitían funcionar dignamente y que marcaban una diferencia notable en relación con la política nacional y su principal caja de resonancia. Todo eso ha pasado a la historia.
Habrá quien diga que se trata de dos cuestiones diferentes, la solidez con la que cada uno defiende sus argumentos y el respeto a las maneras parlamentarias, pero no resulta en absoluto aventurado sostener que cuanto más formado está un político menos necesita recurrir a las gracietas, a las vísceras, a los exabruptos o a las escenificaciones más pensadas para obtener aplausos en Instragram que para ejercer con respeto y responsabilidad la representación de los ciudadanos.
Los plenos del Parlamento de Andalucía se retransmiten en directo a través de Youtube, pero aún así resulta ciertamente tranquilizador tener la convicción de que un jueves a las nueve de la mañana la mayoría de los ciudadanos está más pendiente de sus ocupaciones que de ver a qué dedican el tiempo aquellos a quienes les cedieron la representación a través del voto.
Por eso, felizmente, no habrán sido muchos quienes asistieron a la intervención del diputado socialista Mario Jiménez, un veterano curtido en la Cámara a quien no cabe aplicarle el atenuante de la inexperiencia, que ofreció una bochornosa actuación con la que defendió una moción de su grupo referida a la política de comunicación de la Junta de Andalucía. Si Jiménez, con toda su trayectoria sobre la espalda, intervino con formas inapropiadas no fue porque no sabe hacer otra cosa, sino, mucho peor, porque eligió hacerlo así.
Es seguro que cualquier posicionamiento político se puede defender sin aspavientos de macarra, sin decirle a una diputada con indisimulable halo machista que lee lo que le ponen por delante o sin dirigirse al presidente del Parlamento con la expresión «o los calla usted o los callo yo». Esta frase era sin dudas merecedora de una advertencia por parte del presidente, pero hace ya demasiado tiempo que a Jesús Aguirre se le ha escapado de las manos el control de la Cámara.
Con el pleno calentado adrede desde primera hora del jueves, la actuación de los grupos de la oposición de izquierdas que abandonaron el salón en bloque durante la sesión de control no puede interpretarse como otra cosa que la expresión culmen de en qué se está convirtiendo el Parlamento.
Los grupos protestaron de esa manera porque en el próximo pleno la ausencia del presidente de la Junta impedirá celebrar la sesión de control, pero quejarse de una ausencia promoviendo otra ausencia masiva a costa de contribuir al deterioro de la vida parlamentaria no parece ser el mejor camino. Ni la afrenta había sido tan grande ni la forma de protestar debía ser tan extrema. Sobre todo después de ya haberse levantado de la mesa en la Junta de Portavoces y tras haber tenido la oportunidad, de expresar en el mismo pleno su postura sobre esa ausencia. De hecho, ya habían conseguido que una cuestión claramente menor -el viaje del presidente a ver la final europea de un equipo andaluz y su consecuente ausencia del próximo pleno-, se convirtiera durante toda la semana en un tema central de la agenda política andaluza. Como si no hubiera nada mejor de qué preocuparse.
Hace ya mucho tiempo que Andalucía ha dejado de ser una isla de convivencia dentro de la insufrible polarización de la vida política española y en esta situación no es posible encontrar inocentes en ningún rincón del espectro político.
No es necesario ser un lince para entender que los que más se benefician no son quienes tienen en la democracia parlamentaria, el estado social y democrático de derecho y el estado de las autonomías el modelo político al que aspiran.
Si alguien quiere comenzar a recuperar un modelo de convivencia que en su día fue motivo de orgullo del pueblo andaluz debería mover ficha. Y cuanto antes, mejor.
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