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MIGUEL ÁNGEL OESTE
Viernes, 4 de septiembre 2009, 03:36
E N un momento de sus memorias, tituladas 'Mi vida', concretamente cuando trabajaba como actor en las obras de Clifford Odets y comenzaba a dirigir en Broadway, Elia Kazan se preguntaba: «¿Qué le pido a la vida? Si tengo el talento que dicen que tengo, ¿en qué lo voy a emplear?». En aquel periodo, Kazan se debatía entre la actuación y la dirección, pero también luchaba por abrirse un hueco, por sentirse un americano más, no un emigrante nacido en Constantinopla un 7 de septiembre de 1909, de padres de origen griego. Esta paradoja existencial le acompañó durante toda su vida. De hecho, la temática de sus películas navega por el compromiso, la culpabilidad, la conciencia de individuos desubicados frente a la sociedad, la degradación que el tiempo causa en las personas y la incapacidad de ser feliz. Por eso, tal vez, toda su honestidad la volcó en su carrera como director, pues por encima de sus grandes películas y de sus fracasos, lo que destaca en el cine de Elia Kazan es su lealtad estética y su dignidad para realizar sólo películas en las que cree profundamente.
En 1913 la familia de Kazan se instaló en un barrio de Nueva York, donde su padre montó un negocio de alfombras y él comenzó sus estudios hasta graduarse en 1930, decidiendo ingresar en la Escuela de Arte Dramático de Yale, lo que le valió el rechazo de la figura paterna, que le dijo «¿No te has mirado al espejo?», algo por lo que Kazan le guardaría rencor durante bastante tiempo. Un par de años más tarde se unió al Group Theatre, comenzando así su carrera como actor, aunque, poco a poco, se fue decantando hacia la dirección. Por aquellas fechas se casaba por primera vez y militaba en el Partido Comunista, más por mimetismo que por convicción.
Elia Kazan debutó en el cine con 'Lazos humanos' (1945), dibujo naturalista-simpático de corte melodramático sobre las penurias de una familia en un barrio de Brooklyn, basado en una famosa novela de Betty Smith. A este filme seguirían el retrato de denuncia de corrupción política de 'El justiciero', protagonizado por Dana Andrews -un actor al que nunca se le ha reconocido su indiscutible talento- y la desafortunada 'Mar de hierba', con Spencer Tracy y Katharine Hepburn. Ese año, 1947, fundaba junto a Cheryl Crawford, Robert Lewis y Lee Strasberg el célebre Actor's Studio. Así, el estilo de Elia Kazan peca en ciertos momentos de una diáfana postura teatral, ya que si bien adolece de la fluidez narrativa de cineastas como Fritz Lang o Howard Hawks, el autor de '¡Viva Zapata!' (1952) siempre se ha afanado en alcanzar la emoción y la búsqueda de una unidad plástica, la cual lograba mediante su contundente dirección de actores. Por algo a Kazan se le debe el descubrimiento de Marlon Brando, James Dean, Eva Marie Sant o Warren Beatty, entre otros.
Su primer Oscar
Sin duda, su etapa más destacada abarcó desde principios de los años cincuenta a mediados de los sesenta, aunque su primer Oscar lo obtuvo por la dirección de 'La barrera invisible' en 1948, donde aborda el tema del antisemitismo. Durante ese periodo realizó el thriller 'Pánico en las calles' (1950), con un inolvidable Richard Widmark, como los inolvidables Marlon Brando y Vivien Leigh en el intenso fogonazo dramático de la obra de Tennesse Williams, 'Un tranvía llamado deseo' (1952); el apologético cuadro del revolucionario '¡Viva Zapata!' (1952), también con Brando, al igual que 'La ley del silencio' (1954), la emocionante «historia de la traición de un hombre que vive según sus valores», como afirmaba el propio Kazan, en la que se ha querido ver una justificación a su proceder durante el maccarthysmo, y con la que logró una nueva estatuilla de la Academia. Luego vendría la primera película del malogrado James Dean, al que descubrió en el Actor's Studio, 'Al este del Edén' (1955), que no ha perdido un ápice de su vigor original y en la que la cámara de Kazan caligrafía el conflicto de los personajes con una portentosa utilización del cinemascope. A 'Baby Doll' (1956) y 'Río salvaje' (1960) el tiempo las ha erosionado, no así la denuncia del poder de la televisión de 'Un rostro en la multitud' (1957), y mucho menos las magníficas, sinceras, brillantes y conmovedoras 'Esplendor en la hierba' (1961) y 'América, América' (1963), en las que el frecuente artificio del cineasta es eliminado por completo.
La última etapa
Menos interesante fue la última etapa: 'El compromiso' (1969), adaptación de una novela homónima de Kazan; 'Los visitantes' (1972), que aborda el tema del Vietnam; y 'El último magnate', la obra póstuma de Fitzgerald, que estaba pensada inicialmente para el director Mike Nichols, y que finalmente acometió Kazan, siendo un rotundo fracaso pese al impresionante reparto. Dicho filme, con guión de Harold Pinter, escritura que no termina de adecuarse al estilo cinematográfico de Kazan, cuenta, sin embargo, con algunos espléndidos pasajes crepusculares donde se vuelve a manifestar una vez más esa sensación del autor de crítica y amor por el país que lo ha acogido en un mundo que conoce bien.
«Los críticos siempre me han considerado como un outsider y supongo que lo soy (...) Al ser extranjero, inmigrante, no formaba parte de la sociedad y me rebelaba contra ella. Después del éxito, seguí siendo un outsider, se convirtió en mi forma de ser», confesó en sus memorias. Esa forma de sentir está de un modo u otro en su cine y en su vida. Estar dentro de un sistema pero a la vez rebelarse contra él. Y es que esa infructuosa lucha del ser humano por ser feliz en un mundo hostil que parece decidido a derrotarlo, no es otra cosa que la temática fundamental que subyace en toda la filmografía de Elia Kazan, el outsider, que se esforzaba en estar a bien con su conciencia, pero sobre todo en captar la fugacidad de la belleza, que sólo subsiste en el leve recuerdo, como nos muestra el más hermoso de sus filmes, 'Esplendor en la hierba', y en la última de sus escenas, la despedida de Natalie Wood y Warren Beatty, donde se condensa su mirada, el cine, el tiempo, la belleza de la emoción y de su arte.
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