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CRISTINA GONZÁLEZ
Domingo, 14 de septiembre 2008, 04:46
Cada cuadro lleva tras de sí una historia infinita de bocetos, pintados, repintados, dudas, ideas que se solapan y pinceladas que no dan en la tecla. Algunos lucen un sello que salta a la vista, sin necesidad de acercarse a poner nombre al autor. Otros, talentos más incipiente, en ciernes, necesitan captar la atención del visitante con profusión de colores e incluso con figuras poco convencionales, ya sea reinterpretando los genitales femeninos y hasta un tarro de cacao en polvo del que se cuela todas las mañanas en la mayoría de los hogares.
La cuarta edición de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Marbella Marb Art, que se celebra hasta hoy en el Palacio de Congresos, permite contemplar durante un mismo paseo obras de unos y de otros, de nombres que no necesitan presentación y de otros que apenas comienzan a despuntar. Son las carambolas de estos grandes mercadillos de la creatividad. Los nuevos talentos llegan a codearse con nombres de la talla de Miró o Picasso casi pared con pared. Aunque los ceros de la etiqueta dejen claro que aún media un abismo.
Lienzos y esculturas
Más de 30 galerías nacionales e internacionales se reparten por medio centenar de expositores y lucen sus mejores galas, en forma de lienzos, esculturas o grabados. Todo está en venta, desde 300 euros lo más asequible, excepto las obras del artista homenajeado, Will Faber, que llegan a cotizarse hasta en 200.000 euros. «Es una feria abierta en la que están representados todos los estilos y todas las tendencias», sintetiza el coordinador de Marb Art, Benjamín Carracedo.
En el arte no hay límites. Los pone el propio creador. Tampoco en los gustos. Pasiones u odios a partes iguales. Sólo hay que abrir bien los ojos y encontrar algo que remueva la fibra sensible. Así, si de un lado llama la atención un cartel de Picasso dibujado 'ex profeso' en 1961 para una exposición en Barcelona, que cuelga del stand de la galería Spai Miquel Gaspar, de otro lo hace un retrato del rey Simeón de Bulgaria metido en la piel de El Quijote tras pasar por el imaginario del pintor Valentín Kovatchev, afincado en Benalmádena.
Esta peculiar reinterpretación monárquica de uno de los iconos españoles llegó a oídos del propio rey búlgaro, que además de agradecer el tributo se hizo con una serie de retratos que ya engrosan su patrimonio. Es una de las múltiples historias con las que se topa el visitante en esta cita con el coleccionismo artístico, que abre sus puertas de doce del mediodía a nueve de la noche y por donde pululan creaciones de Eduardo Chillida, August Puig, Jorge Oteiza o Paco Ferrando, entre otros.
Lo que no asoma es el fantasma de la crisis económica. «Los que compran arte tienen dinero y la ventaja es que además de que se revaloriza lo disfrutas todos los años que está en tu poder», apunta Carracedo. Discrepa Miguel Gaspar, de la galería que lleva su nombre. A su juicio, quien compra no busca invertir, lo hace guiado por su propio gusto. «Teóricamente no se devalúa pero luego no suelen darte lo que has pagado», advierte.
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