ARTISTA. Albert Crumb. / AFP.
CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Crumb, según Crumb

A punto de cumplir 65 años, el dibujante más contracultural sigue trabajando sin descanso. Ahora, repasa su vida y su obra en 'Recuerdos y opiniones'

TEXTO: JUAN MANUEL DÍAZ DE GUEREÑU

Lunes, 17 de marzo 2008, 02:55

SI un nombre puede representar por sí solo la renovación del cómic desde los tiempos de la contracultura es el de Robert Crumb. Desde aquellos días de 1968 en que dibujó 'Zap Comix' y acarreó sus ejemplares en un cochecito de bebé para venderlos por las calles de San Francisco, Crumb ha proseguido, contra los vientos y mareas de la fama, la inestabilidad emocional y los problemas fiscales, un trabajo creador incansable, que le ha servido de asidero contra el naufragio y se ha convertido en un monumento a su enorme talento de dibujante y a la capacidad del medio para traducir a viñetas y globos de diálogo contenidos humanamente complejos.

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Instalado desde hace años en un pueblo del sureste francés con su mujer, la también dibujante Aline Kominsky, Crumb parece haber conseguido algo cercano a la tranquilidad por el simple método de aislarse en su mundo particular: sigue dibujando sin descanso, porque en eso consiste su vida, sigue coleccionando viejos discos de 78 revoluciones, atiende a la edición en varios países de sus obras completas (en castellano, La Cúpula lleva editados quince volúmenes), prepara una exposición de sus originales y elude sin titubeos los intentos ocasionales de periodistas o aficionados por arrancarle de ese plácido retiro. Cualquier título nuevo prueba que sigue siendo el mismo de siempre. La sabiduría de la edad no le ha curado de obsesiones o manías, pero sí le ha dado el sosiego necesario para expresarlos con menos acritud que hace décadas.

La reciente publicación en castellano de 'R. Crumb. Recuerdos y opiniones' (Global Rhythm Press, Barcelona, 2008) ha puesto en las manos de los aficionados españoles una buena ración de Crumb. El libro intenta resumir la peripecia vital y artística del dibujante, dando cuenta pormenorizada de sus trabajos y sus días.

Sin cobrar derechos

Lo publicó originalmente como 'The R. Crumb Handbook' (2005) una editora británica que, según cuenta el dibujante, nunca le abonó sus derechos. En un volumen reducido y compacto, repasa la biografía del artista desde su infancia, atendiendo a hechos y fechas, pero sobre todo a los estados de ánimo, los sentimientos y las convicciones. Reúne textos autobiográficos y casi dos centenares de dibujos e historietas, y ofrece un CD anexo con una antología de las viejas canciones que ha grabado a lo largo de treinta años. Los complementan fotos de su archivo y otros materiales gráficos alusivos a cada época o circunstancia (carteles cinematográficos, postales, portadas de publicaciones o de discos), así como testimonios de otros artistas y críticos. El volumen compone, así, una especie de enciclopedia de y sobre Robert Crumb. Pero lo fundamental en él es sin duda lo que tiene de autobiografía. A pesar de la labor del compilador, Peter Poplaski, que ya había realizado dicho trabajo en el precedente 'The R. Crumb Coffee Table Art Book' (1997), la obra ofrece en esencia una mirada retrospectiva del artista, que se expresa y se explica después de cuatro décadas de actividad.

Es notorio que el carácter confesional de muchas de sus páginas es una de las aportaciones más singulares y significativas de Crumb al cómic de autor de nuestros días. El dibujante, casi desde sus primeros pasos, creó una imagen de sí mismo denigratoria, burlona y despojada de tapujos y componendas, la de un individuo desgarbado, dentón y con gafas de culo de vaso, que se convirtió en seña de identidad de una obra en la que no tienen cabida los héroes o las fantasías reconfortantes propias de las historietas de entretenimiento. «No son lo mío -afirma-. Siento más propensión hacia las sórdidas entrañas de la vida». Según él mismo reconoce, desnudar mediante el dibujo sus flaquezas y obsesiones, en particular las sexuales, ha sido un modo de sobrevivir a su carácter depresivo.

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El arte ha sido su medicina y su salvación personal, al mismo tiempo que el objeto de su dedicación obsesiva, reconcentrada, feroz. Y Crumb se ha enfrentado a la labor con la convicción de un creador exigente: «Lo que no quiero hacer, lo que más me aterra, es dejar un legado pedestre. No quiero que mi obra sea arrojada al basurero de la historia junto a toda esa morralla adocenada y ramplona que los futuros entendidos habrán de arrumbar para tener acceso a lo realmente valioso».

No disimula

El dibujante nunca ha ocultado ni disimulado los hechos que han marcado su existencia personal y el desarrollo de su arte. Como mucho, al incurrir en la confidencia se ha amparado en el recurso distanciador de la ironía. Así, sus dibujos han retornado más de una vez a los efectos deformadores de una educación católica estricta, o a los liberadores pero inquietantes de sus experiencias juveniles con el LSD. Pero una figura que adquiere particular relieve en sus rememoraciones es la de su hermano mayor Charles.

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Según recuerda Crumb, Charles era el hermano con talento, el que le empujó a dibujar y a contar porque él lo hacía mucho mejor, el que le orientó y le enseñó durante años. También el que se hundió en los cenagales de la depresión y acabó suicidándose.

Charles Crumb parece la imagen acabada de lo que hubiera podido ser de él si no se hubiera aferrado con tenacidad de náufrago a su salvavidas particular, el dibujo. A diferencia de su hermano, Robert Crumb se dedicó obsesivamente a garabatear y emborronar miles y miles de páginas, con el propósito de lograr siempre el mejor dibujo. Con tozudez de aprendiz torpe se propuso resolver los problemas que se iba topando en cada ilustración, en cada viñeta, hasta conseguir un modo personal de dibujar, un estilo inconfundible y único. Logró hacer de su tarea creadora, simultáneamente, un refugio contra las inclemencias de la existencia y un aliviadero de obsesiones, deseos y fobias inconfesables. Y se salvó del abismo que engulló a Charles.

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Ahora, no parece que, a punto de cumplir los 65 años, Robert Crumb esté próximo a jubilarse. Leyendo sus recuerdos y admirando sus ilustraciones más recientes, se entiende bien el sentido del lema que ha incluido en alguna autocaricatura: 'Draw or die'. Dibuja o muere.

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