Borrar
SUR DE EUROPA

Correo electrónico

Mantienes tu tabaco, tu cólera, tu compasión urgente. No permitas que piensen por ti, somete a tu razón la verdad de los otros, pero apóyate en libros y recuerdos. Y en la opinión de personas calladas

PEDRO APARICIO

Sábado, 1 de marzo 2008, 02:52

ME recuerdo de muchacho, alto como una torre, flaco, insumiso, amable, melancólico. Una tarde con mis amigos valía por todas las glorias y las riquezas del mundo. Discutíamos, reíamos. Querer y ser querido era el principal argumento de la obra. También estudiábamos, bebíamos vino en las tabernas de la calle Mesón de Paredes y buscábamos cada domingo el mármol caliente de Natalie Wood. Había un cielo limpio sobre nosotros ¿y tan lejos la muerte!

Te escribo este mensaje casi medio siglo después de aquellos días. Recurro al e-mail -confío en que puedas abrirlo con tu viejo ordenata- pues ahora vives sola e independiente. Trata sobre asuntos de los que no hablamos desde hace mucho tiempo. De tu miedo, de tu felicidad contagiosa, de tus sueños de amor aplazados, de tu perro de inmensas orejas, de esos amigos tuyos que no te exigen nada.

Hubo un tiempo en que te buscaba y aún no habías nacido. Te conocí en tu madre. Ya se han ido cosas que creíamos nuestras para siempre. Algunas fueron importantes para los dos: nuestro amigo Verdi, tu niñez, tu primera casa. ¿Recuerdas cuánto nos reíamos cuando yo te saludaba con palabras árabes fingidas? ¿O aquellas historias que tanto te gustaban sobre gatos desvalidos, perdidos en el bosque? ¿Y, mucho tiempo después, el té del Crillon en un París lluvioso con el que tú ibas vestida? Nuestra cena en La Morse, las cegadoras luces, el largo paseo por los bulevares mojados. Eras Mimí aquella tarde, Violeta luego; también Turandot princesa.

Ya no te sientas en un bordillo los viernes por la noche para seguir la moda. Sin embargo, mantienes tu tabaco, tu cólera, tu pereza, tu compasión urgente, tu deseo de que nadie sufra a tu lado. Mujer de luz, magnolia fría, aire manso en la llanura. Reina oculta bajo un gesto inseguro. Vas enseñando el alma, quizá demasiado. Asoma en tus roncos domingos, en tu sueño amarillo, en tus dudas, en tu intenso deseo de tener cosas que enseguida te aburren. Pienso en los viajes que ya no haremos juntos. Calculo las veces que aún me cantarás «que te lo pases muy bien» cuando voy hacia un mundo sin nadie, cuántas sonrisas me nacerán del alma al oír tu voz de plata rota en el teléfono. Aristócrata sin un céntimo: ¿vestirás algún día con traje de chaqueta?, ¿llevarás agendas grises para anotar tus citas? Sigue mientras tanto dormida en la playa. Con alguna estrafalaria falda de tres euros, que compraste ayer a unos hippies guapos, sucios y extranjeros. Elegante a tu pesar, reina sin corte. Sigue ordenando a todos que se sientan felices.

No permitas que piensen por ti, somete a tu razón la verdad de los otros. Pero apóyate en libros y recuerdos. Y en la opinión de personas calladas: ¿búscalas pronto, mantenlas cercanas! Llegará el momento en que todos te olviden. Ese día seguirá a tu lado una amiga leal e infatigable, con tu mismo nombre, tus años, tus gestos. Divertida, genial, culta, serena... como tú decidas: la eliges ahora. No busques otra ayuda que tu esfuerzo, no te jactes por gustar a quien ya gustas, no esquives la emoción cuando la encuentres, no frenes nunca una sonrisa tuya.

¿Buena suerte amiga, mi sola madrileña! Pienso ahora en tus cosas esenciales. En los niños a los que enseñas el mundo, en la vida que aún te queda sin mí. Querer y ser querido sigue siendo el mejor argumento de la obra. Sé feliz y sé muchas, por lo menos las que yo cantaba para dormirte: princesa del llanto, reina del cielo, princesa del campo, reina del miedo, princesa del rayo, reina del sueño

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Correo electrónico