ASESINATO. John F. Kennedy, junto a su esposa, momentos antes de ser disparado. / SUR
MAGNICIDIOS

Sic semper tyrannis!

Dirigentes como Carrero Blanco, Alfonso XIII, Franco o John F. Kennedy también fueron víctimas de atentados

M. V. M.

Viernes, 16 de noviembre 2007, 02:36

O lo que es lo mismo: ¿Así siempre a los tiranos!, que es lo que gritó en 1865 desde el escenario del Teatro Ford, en Washington, el actor John Wilkes Booth después de asesinar a Abraham Lincoln y que es una frase atribuida a Marco Bruto tras cometer el más famoso magnicidio de la Antigüedad, contra Julio César.

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Esta frase, que condensa el sentimiento de deber y de obligación de los que intentan asesinar a un jefe de Estado, como el propio conde Stauffenberg con Hitler, encuentra su fundamento teórico en la obra del padre Mariana, jesuita español del siglo de oro, titulada 'De rege et regis institutione' (1598), que será quemada en la plaza pública, en París, por orden del Parlamento. La explicación del hecho se da en que Francia había visto morir a reyes a manos de asesinos, como Enrique III en 1589.

Mientras, en España no se prohibió la obra, pues el padre Mariana distinguía entre reyes y tiranos, reservando sólo a los últimos el derecho a ser exterminados por nuevos émulos de Bruto. Tal vez el más célebre de los émulos de aquellos años sea François Ravaillac, que con un puñal mató al rey Enrique IV en 1610 y por lo que sería ajusticiado con minuciosa y extremada crueldad en París. En todo caso, por cruel que pueda parecer el desmembramiento de Ravaillac, la ferocidad será igualada el 25 de noviembre de 1926 cuando en Bolonia un rapaz de apenas 15 años, Autco Zambori, yerre un disparo contra Mussolini y sea linchado y despedazado por la multitud.

Si volvemos los ojos a nuestro país, se recordarán fácilmente los asesinatos del general Prim, de los presidentes Dato, Canalejas y Carrero Blanco, de la bomba del anarquista Mateo Morral contra Alfonso XIII el día de la boda del monarca.

Menos conocidos son los intentos contra el general Franco, objeto de diversas tentativas, entre las que destacan el plan anarquista y frustrado en San Sebastián el 12 de septiembre de 1948, con el que se quería asesinar al dictador bombardeándolo desde una avioneta, y el de agosto de 1962 en el que una embrionaria ETA se puso de acuerdo con veteranos anarquistas para volar al Caudillo y a su coche en San Sebastián, en una prefiguración de lo que once años más tarde sucedería a Carrero.

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Sólo la Historia puede dictaminar si es justa la etiqueta de tirano que toda víctima de magnicidio o de sus intentos ha recibido. Todos fueron objeto de campañas previas de demonización, de alcance general o limitadas a los círculos de los conspiradores. Incluso el Premio Nobel de la Paz, Isaac Rabin, presidente del gobierno de Israel y asesinado hace diez años, recibió las peores descripciones por parte de su asesino, Yigal Amir. O lo que desvarió el turco Alí Agca en su juicio tras el intento de asesinato de Juan Pablo II en 1981 o las excusas de Lee Harvey Oswald y Dirham B. Dirham, asesinos de los hermanos Kennedy.

En estos tiempos de fanatismo y rabia, en los que todos podemos ser objeto del impulso asesino de grupos fanáticos, conviene estar alertas cuando se emplea la palabra tiranía aplicada aquí y allá, sobre todo cuando se habla de la tiranía de la civilización occidental, que engendró por igual a Julio César, a Marco Bruto o al padre Mariana.

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