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TEXTO: CRISTINA GONZÁLEZ
Viernes, 31 de agosto 2007, 10:53
DOMINGO. Dos de la tarde. Un sol plomizo cae sobre el asfalto. Dos hombres entrados en años y en canas están sentados en el bordillo frente a una joyería de lujo de Puerto Banús. Provistos de su inseparable riñonera, miran al horizonte con cara de resignación. Unos incómodos goterones de sudor le recorren la cara. Resoplan. Miran el reloj. Casi desesperados, se asoman a la puerta de la tienda de al lado en busca de consuelo. Salen dos mujeres con un sonrisa de oreja a oreja, eufóricas.
«¿Sabes? Me ha dicho el dependiente que es la única tienda de Versace que hay en España», comenta entusiasmada al que parece ser su marido, que no se inmuta mucho con la noticia, todo hay que decirlo. «Y el bolso del escaparate. ¿Sabes lo que vale?. ¿3.000 euros!», añade. Este dato sí que le saca de su semiletargo. «¿Anda ya! Si con eso pagamos cuatro meses de hipoteca. Estos ricos están locos...», le replica mientras emprenden camino de vuelta con sus petates de plástico veraniego. Resignados.
Escenas como ésta se viven casi a diario en Puerto Banús. Los clientes potenciales, que no mueven una pestaña cuando los empleados de las 'boutiques' les dicen que los bolsos cuestan la friolera de cuatro cifras para arriba, se entremezclan con los turistas modestos, que se pierden por llevarse de recuerdo una fotografía mirando una camiseta con diminutos brillantes de Dior, un deslumbrante reloj de Chopard o un bolso repleto de letras de Louis Vuitton y que se quedan marmóreos cuando miran las etiquetas de algunas de estas prendas.
Nada de intermediarios
Todos -los que disfrutan de las vistas y los que disfrutan quemando la 'visa oro'- sacan partido al centro comercial abierto con más tiendas exclusivas por metro cuadrado que suma cada semana nuevos inquilinos. Los últimos: Chopard, Salvatore Ferragamo, Carolina Herrera, Roberto Botticelli, Giorgio Armani o Burberry. Todos puntos de venta directos de las firmas, nada de intermediarios, y todos al olor de los más de cuatro millones de personas que cada año pasean por el recinto náutico, muchas con el talonario ya predispuesto.
Es una simple cuestión de matemáticas. Con que sólo un uno por ciento de la marabunta de viandantes que se para cada día delante de los escaparates tenga una cuenta de ahorro lo suficientemente holgada como para llevarse puesto uno de los prohibitivos modelitos, la caja registradora no parará de hacer 'click'. He aquí la regla de tres. De cuatro millones de visitantes, 40.000 millonarios. Mercado más que suficiente para sucumbir a la concentración más elevada del lujo. La calle que preside desde hace años la 'boutique' de Christian Dior, una de las casas francesas que más tiempo lleva asentada en Banús y por la que enloquecen las jóvenes árabes, es un claro ejemplo. A su alrededor se reparten las debutantes Chopard o Giorgio Armani, así como Lacoste, Loewe y un largo etcétera de establecimientos donde, para un bolsillo apurado, es mejor mirar sólo desde la barrera.
Hacia el Este se codean otros clásicos de los adinerados, llámense Louis Vuitton, Lanvin, Jimmy Choo o Dolce & Gabanna, y en el lugar más privilegiado, frente a frente con los yates 'aparcados' en el Mediterráneo, desfilan Burberry, La Perla, Jitrois, Chloé, Salvatore Ferragamo o Carolina Herrera. «Si uno abre, el otro tiene que estar, pero si hay dos o tres ya tienen que estar todos», explican desde la dirección de Puerto Banús, que recoge también los frutos del lujoso desembarco acogiendo en el Club de Mar decenas de fiestas y puestas de largo de productos que únicamente se comercializan en el recinto náutico.
Clientela fiel
La más madrugadora o la visionaria de las cualidades del recinto náutico fue la firma La Perla, que con el paso de los años tiene una clientela más que fiel y que, según comentan algunos de sus incondicionales, engrosa su catálogo de la tienda del muelle de ribera con artículos exclusivos que no se venden en ninguna otra tienda. Por y para Marbella. Su llegada fue la punta del iceberg y, especialmente en los últimos tres años, las tiendas se han inaugurado casi en cascada.
No hay que ser muy listo para encontrar razones. El cliente de calidad y de categoría sigue existiendo en la Milla de Oro, por mucho que los malos agoreros se empeñaran en vaticinar una hecatombe tras las revolución 'malaya', y arriba a Marbella todo el año. Da igual que sea invierno, otoño, domingo o miércoles.
«Es un puerto único», no se cansan de decir en voz alta los que lo visitan. Único por su fisionomía y por ser paradigma del lujo. Dicen que en 800 metros se aglutinan las mismas 'boutiques' que en 15 kilómetros en la Quinta Avenida de Nueva York o de punta a punta de la calle Goya o Serrano en Madrid. Un alivio también para los juanetes.
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