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TEXTO: P. DE LAS HERAS
Martes, 24 de julio 2007, 18:51
LOS políticos, a veces, se comportan como personas normales. Ni las alusiones a ETA ni la leve referencia a los soldados fallecidos en el Líbano ni el rejonazo al PP por su comportamiento tras el 11-M. Aquí, quien más y quien menos, tiene familia y 2.500 euros no son moco de pavo. Nada fue más comentado en la arremolinada salida del hemiciclo, tras la intervención inicial de Zapatero, que la medida anunciada por el presidente para fomentar la natalidad. Fue para muchos una gran sorpresa. Sobre todo para los diputados del PP.
No todos los días un 'rojo' (Rajoy dixit) que llama matrimonio a la unión civil de dos homosexuales toma medidas tan de 'derechas'. Eso decían los 'expertos' en economía: que las ayudas indiscriminadas que no tienen en cuenta el nivel de renta son poco progresistas. Ni Aznar llegó a tanto en su afán por promover la fecundidad hispánica. Pero a los socialistas les pareció lo de menos. Lo de más, que pudieron marcar un gol.
«Plagio»
Rajoy clamó enseguida «¿plagio!». Su programa autonómico prometía 3.000 euros por hijo. Mas flojo intento de contrarrestar el golpe cuando hasta dos de sus más cercanos asesores -a la sazón, maridos de mujeres embarazadas- abandonaron su escaño con una evidente sonrisa de satisfacción al grito de... «¿yo pillo!». El anuncio de Zapatero tuvo otro efecto rebote. El ministro de Asuntos Sociales, Jesús Caldera, no cabía en sí de gozo cuando se vio rodeado de periodistas ansiosos por saber a partir de cuándo se hace efectiva la medida (por cierto, ya).
El ex portavoz del PSOE, que ha pasado toda la legislatura a la sombra de su ministerio, ha sido ahora recuperado para la batalla política. Dadivosa recuperación la suya. En su labor y en la del titular de Economía se apoyó el discurso de Zapatero.
Sin pestañear
Pedro Solbes, o una estatua de piedra, siguió sin pestañear la intervención de su líder. Aplaudir... ¿para qué? Zapatero desgranaba sus logros económicos y en los bancos azules ovacionaban con entusiasmo. Pero el ex comisario europeo miraba de brazos cruzados. Sólo aplaudió después de recibir una indicación de la vicepresidenta. El orador emuló su tono plúmbeo durante casi hora y media. Ni siquiera el secretario de Estado de Comunicación pudo reprimir la broma: «Zapatero ha acostado a España».
Fue, dicen, intencionado. Un intento para callar la boca a quienes dicen que este presidente genera inestabilidad. Pero la tranquilidad tiene un precio. La tribuna de periodistas tenía, cosa rara en un debate de esta índole, muchas calvas y en la de invitados apenas había sillones ocupados. El rifirrafe con Rajoy estuvo mucho más concurrido y Rodríguez Zapatero mucho menos sereno. Tanto que a ratos pareció olvidar que ya no está en la oposición. Sus ataques al presidente del PP fueron continuos y directos. Al final, la gente busca carnaza.
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