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La familia que escapó de las llamas del incendio que ha afectado a seis municipios afirma que lo ha perdido todo. :: Josele-Lanza
MÁLAGA

«Sabía que íbamos a morir, pero no quería que fuese quemados»

La mujer que pasó la noche junto a dos de sus hijos en una cueva para escapar de las llamas del incendio cuenta su historia

ÁLVARO FRÍAS

Jueves, 6 de septiembre 2012, 09:09

Sonriente, entra en la sala intentando controlar las muletas con las que camina desde el pasado viernes. Ese día nunca lo olvidará, puesto que la noche anterior logró escapar milagrosamente junto a dos de sus hijos de las llamas del incendio que ha afectado a seis municipios de la provincia.

Silvana Pittin es el nombre y apellido de esta mujer. Se trata de la protagonista de una historia de supervivencia que asegura estar llena de rabia porque nadie les informó de que debían desalojar su casa, situada a escasos metros de la del cantante Julio Iglesias, en la zona de La Mairena.

Esta mujer de 45 años recuerda que el pasado viernes toda la familia se encontraba en casa. Una vivienda a la que llegaron hace pocas semanas para comenzar una vida nueva, en la que ella, que se dedica a la pintura, abriría con sus ahorros una pequeña galería en la Costa del Sol, mientras que su hijo mayor continuaría dando clases de violín, un instrumento que le ha llevado a cosechar algunos premios nacionales y que perdió en el incendio.

Todos vieron como el fuego, que se originó en Coín, se iba acercando cada vez más a la zona donde está la casa. Por ello, su marido, Tomas Hering, acudió frente a la casa de Julio Iglesias, donde varios vecinos se habían reunido para observar y tomar una decisión sobre qué iban a hacer.

«Le dijeron que, por la dirección del viento, las llamas no llegarían hasta nuestra casa, por lo que regresó y nos dijo que estuviésemos tranquilos», comenta Pittin, a la vez que añade que mandaron a los niños a dormir, mientras ellos se quedaron despiertos, prepararon las maletas con sus objetos de valor y las dejaron junto a los coches por si tenían que desalojar su vivienda.

Sin embargo había algo que preocupaba a Tomas Hering. La puerta de entrada a la parcela llevaba varios días rota y, pese a que un técnico había ido a arreglarla unos días atrás, ésta continuaba sin funcionar. Por ello, cogió unas herramientas y comenzó a desmontarla.

Pero el fuego se les echó encima. Hering, enfadado, asegura que nadie les informó de que debían desalojar la casa, aunque una hora antes de abandonar la vivienda afirma que una patrulla de la Policía pasó por allí y no les dijo nada.

Con unas llamas «de más de 20 metros de altura» devorando su casa, la familia intentó huir del incendio como pudo. Salieron de la vivienda por un pequeño hueco en la valla que cierra la parcela, por el que, cuentan, tuvieron que arrastrar a la madre de Pittin, una mujer de 78 años.

Una vez fuera, llegaron unos escasos pero interminables momentos de confusión, en los que se dividieron. Pittin corrió hacia el mar junto a sus dos hijos menores, mientras que su marido se dirigió hacia Ojén con el mayor y su suegra, donde finalmente lograron refugiarse del fuego.

Esa fue la última vez que se vieron hasta el día siguiente. Entonces, ambos pensaron que los familiares que habían tomado la otra dirección habían fallecido. «No fue un milagro, sino varios, ya que tendríamos que haber muerto hasta cinco y seis veces en menos de un minuto», insiste Hering.

Pittin es aficionada al senderismo, algo que le había llevado a recorrer varios caminos de la zona en las pocas semanas que llevaba en La Mairena. Tomó uno de ellos junto a sus hijos menores, de 11 y tres años, y comenzó a descender hacia el mar.

En su huida de las llamas, las luces encendidas de un coche parado en mitad del camino hicieron creer a Pittin que tenía una posiblidad, pero ésta se desvaneció cuando llegó al vehículo y vio que estaba vacío.

Recuerda cómo corría con su hija en brazos, mientras las brasas del incendio comenzaban a caer sobre ellos, provocándoles pequeñas quemaduras. «No puedo olvidar ese ruido atronador que nos perseguía, era como tener el motor de un avión a menos de diez metros», explica.

Sin escapatoria

El camino por el que huían se terminó y solo quedaba frente a ellos un precipicio, en el que se abría un boquete entre las rocas. Pittin pensó que el calor y el humo suben, por lo que su escapatoria era esa bajada.

Solal Hering, su hijo de 11 años, fue el primero en descender. «Él es ágil y lo hizo bien, pero yo tuve que bajar de culo con mi hija de tres años en brazos. Vi que había unas plantas y que eso amortiguaría nuestra caída. Por lo que decidí saltar», relata.

Fue en esta pequeña gruta donde se refugiaron del fuego. Pittin cuenta como notaron que una «bola de fuego» les pasó por encima. «Sabía que íbamos a morir pero no quería que fuese quemados», cuenta la mujer, mientras recuerda que una nube de humo se cernió sobre ellos.

Pasadas las horas notó como una pequeña «brisa de aire sucio, pero fresco» comenzó a llegarles. La esperanza brotó en ellos, mientras Pittin cuenta que hablaba con su hijo: «Si salimos de ésta tenemos que contar que nadie nos desalojó de nuestra casa, que no piensen que nostros volvimos después de ser evacuados».

Con el alba, comenzaron a retumbar por las montañas los motores de los helicópteros que trabajaban en la extinción del incendio. Tomas no se había dado por vencido y había insistido a la Guardia Civil en que buscase a su familia.

El dispositivo finalmente dio con ellos, aunque Pittin recuerda cómo aquella mañana varios coches pasaron a escasos metros de ellos y nadie los vio. «Estábamos deshidratados y no teníamos apenas fuerzas para gritar», afirma.

El Juanar, un paraje que se ha librado de las llamas, se ha convertido en el refugio de esta familia que lo ha perdido todo. Sus ahorros, sus documentos, su vida y sus proyectos quedaron calcinados con las maletas que tenían preparadas para huir del incendio. El fuego, se los ha arrebatado.

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