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Nacho Dean, inmerso en la Expedición Nemo. GUILLERMO PÉREZ
«Estoy nadando en el fin del mundo»

«Estoy nadando en el fin del mundo»

Nacho Dean ha unido por mar los cinco continentes para denunciar los atentados contra el planeta. Coja la ola... si se atreve

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Lunes, 8 de junio 2020

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Hace un par de años ni siquiera podía completar cuatro largos en la calma chicha de una piscina sin perder el resuello. Pero Nacho Dean (Málaga, 1980), naturalista, explorador y divulgador, publica un libro coincidiendo con el Día Mundial de los Océanos, que se celebra hoy, donde detalla su última gesta: convertido en 2016 en el quinto ser humano (y primer español) en dar la vuelta al mundo andando, pensó que debía unir a nado los océanos. El novato entrenó todos los días de un año y dos meses, 2.500 kilómetros en piscina, río y mar, hasta sentirse capaz de cruzar los estrechos que unen los cinco continentes. Es la única persona en exhibir ambos logros.

Pero... ¿qué motivación puede tener un hombre para hacer algo así sin fondo para surcar ni 100 metros? La misma que lo empujó a despellejarse los pies a lo largo de 33.000 kilómetros por 31 países durante tres años: dar voz a un planeta que se desangra. «Durante los meses entrenando por las costas españolas apenas he visto peces, me llama la atención lo esquilmados que están los litorales y las playas, como un desierto submarino de roca y arena. Las aguas costeras son el caladero de nuestro planeta, proporcionan el 90% de los peces salvajes que consumimos, sin embargo, están gravemente afectadas por la sobreexplotación pesquera, la actividad turística y los vertidos urbanos e industriales», relata. La Expedición Nemo queda plasmada en 'La llamada del océano. La gran aventura de unir nadando los 5 continentes' (Ed. Zenith), prologado por Odile Rodríguez de la Fuente, la hija de Félix.

Gibraltar (Europa-África)

La primera etapa le es familiar, el estrecho de Gibraltar que une España y Marruecos, 14 kilómetros entre corrientes, vientos y olas en ese embudo que transforma las tranquilas y cálidas aguas mediterráneas en atlánticas. «¿Cuántas brazadas das por largo en una piscina de 25 metros?», le pregunta su amigo y nadador de largas distancias Jacobo Parages. «Entre 12 y 13». «¡Entonces el Estrecho te lo meriendas!», le anima. En la preparación de la prueba, a bordo de una lancha, vive momentos inolvidables: ballenas piloto y delfines mulares les acompañan. «Pero lo que más me impresiona es un cachalote que ha subido a la superficie a coger aire antes de sumergirse de nuevo en las profundidades para buscar alimento». «Me parece imposible que yo pueda cruzar este Estrecho», reflexiona.

Pero a las nueve de la mañana del 26 de junio de 2018 se lanza al agua en Tarifa para llegar a Punta Cires. «Las sensaciones son increíbles, la cabeza debajo del agua, el codo en alto, los movimientos del cuerpo perfectamente acompasados con el vaivén de las ondas de mar, siento que me deslizo de maravilla»... Cualquiera que haya hecho travesías sabe que los buenos ratos en la mar son muy buenos. Y a la contra. Dos cosas le vienen a la cabeza en esos momentos de soledad: la frase «Be water, my friend», de Bruce Lee, y la canción 'Como el agua', de Camarón. Buena compañía. No lleva ni dos horas cuando entra en aguas marroquíes; se siente fresco, pero sabe que no debe minusvalorar las corrientes. «Me encanta la sensación de volar en un líquido, la libertad de nadar en mar abierto», piensa mientras bracea en marejada. Divisa barcos pesqueros y cargueros, «son miles los buques que surcan los mares transportando mercancías, con el consecuente impacto ambiental». Hasta que, de repente, siempre es así, siempre sorprende, ve el fondo: «¡No me lo puedo creer, estoy a punto de conseguirlo!». Cuando lo hace, pega un grito y queda flotando, mirando cielo y nubes.

Travesía Meis-Kas (Europa-Asia)

Tres semanas después se atreve conlos 7 kilómetros que separan Europa de Asia, desde Kastelórizo (Grecia) hasta Kas (Turquía). Se trata de una travesía deportiva en la que le acompañan otros nadadores. En los días previos, Dean de nuevo es testigo de la falta de peces durante una práctica de buceo con una empresa turística: «Estamos en un área marina protegida y pensé que estaría lleno de vida, sin embargo, tan solo veo rocas, algún pez trompeta y una yerma y desierta llanura de arena». El 1 de julio da la patada a Grecia y en el trayecto se produce uno de esos instantes deliciosos para atesorar: «El agua está muy limpia. De repente, veo debajo de mí dos tortugas (bobas) ¡Qué maravilla! Reduzco la intensidad de las brazadas para estirar al máximo este momento». «Cada año se vierten a los océanos 24.000 toneladas métricas de plástico, bolsas y globos que las tortugas ingieren al confundir con medusas, uno de sus alimentos principales».

«El mundo es como es y no se puede cambiar. ¿Le importaría al mundo que yo muriera?», piensa en un mal rato

Béring (América-Asia)

En septiembre, el malagueño afronta una versión reducida de los 80 kilómetros del Estrecho de Bering para hacer que Asia se bese con América: parte de las islas Diómedes Mayor (Rusia) y 3,5 kilómetros después llega a Diomédes Menor (EE UU), nadando en aguas cuya temperatura oscila en verano entre los tres y los cinco grados. Explica el nadador en entrevista telefónica lo terrible que es ver cómo el calentamiento global está afectando al pueblo esquimal: «Hasta hace unos pocos años, esa zona se congelaba, pero ya no, quedan unos pocos bloques de hielo flotando. Las especies de las que viven los esquimales, osos, morsas, focas, deben ir más al norte buscando el hielo, y llegan otras invasoras. Además, los esquimales se ven obligados a construir muros de piedras con sus propias manos para intentar frenar el mar, las olas que ahora sí llegan al no estar congelado. Es muy triste ver cómo las consecuencias de nuestro estilo de vida afectan a estos pueblos». Así relata esas brazadas: «Tengo frío, nos vamos adentrando en un lugar completamente inhóspito, la luz del sol se filtra de un modo fantasmal entre la niebla. La mar está en calma, plana como papel de plata, oscura y misteriosa. Tengo miedo, como aquel que se enfrenta a la muerte, consciente de que tal vez no salga del agua. (...) Estoy, literalmente nadando en el fin del mundo y la sensación de abandono es absoluta».

Mar de Bismarck (Asia-Oceanía)

La cuarta aventura, acompañado de medusas, cocodrilos y tiburones, casi le hace abandonar: 20 kilómetros en seis horas y a 30 grados a través del Mar de Bismarck, entre Mabo (Indonesia) y Wutung (Papúa Nueva Guinea), después de una odisea burocrática que le deja exhausto y especialmente cuando al de media hora nadando le comunican que se han equivocado y que la frontera entre Asia y Oceanía está 12 kilómetros más allá. Días antes, visitan una playa abarrotada de gente;Dean se mete al agua para entrenar y... «El fondo está lleno de botellas, cascos, neumáticos, es una vergüenza. No hay cultura de gestión de residuos, apenas hay papeleras y contenedores, son habitantes que hace poco cogían la fruta de los árboles y arrojaban el hueso al suelo con total libertad y ahora hacen lo mismo con los envoltorios de plástico y las latas que los están invadiendo». Pese al calor, lleva neopreno para evitar a las peligrosas medusas irukandji: «Estoy desfallecido, me estoy cociendo dentro del traje y me duele la cabeza. Si sigo así, creo que voy a desmayarme, y la sola idea de todo lo que me falta todavía me hunde más psicológicamente». Su escasa confianza se viene abajo cuando una medusa le pica en la cara: «¿Qué hay detrás de todo esto, sirve para algo...? El mundo es como es y no se puede cambiar. (...) Qué delgada es la línea que separa la vida de la muerte, la valentía de la temeridad... Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe... ¿Le importaría al mundo que yo muriera?».

Golfo de Áqaba (África-Asia)

Su última travesía: 10 kilómetros por el Golfo de Áqaba, entre Egipto y Jordania en marzo del año pasado. La elevada salinidad del Mar Rojo ayuda a flotar y los tiburones son una presencia amenazante: «Unas últimas brazadas, las últimas de una larguísima cadena, y, dejándome llevar suavemente por una pequeña onda de agua, estiro los brazos y tocamos tierra de nuevo. Cómo describir ese preciso instante en que los dedos de mis manos rozan la arena de la playa...».

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