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BARQUERITO
Lunes, 30 de mayo 2011, 03:31
Abrió un toraco cuajado, ensillado, de carnes colgantes, papudo, muy abierto de cuerna. Iba a ser tarde de toros mansos -cuatro de seis- y de tercios de banderillas de alarde. A toro negado y brusco, que no estuvo buscando más que hueco por donde escapar, Padilla contestó remangándose. El mono de trabajo. Hasta que se hartó. Tomó la espada y se le fue la mano muy a los bajos.
El segundo samuel fue el más armado de San Isidro. Toro nervioso y trotón, que zurció a cornadas el peto de picar y hasta al aire pegó gañafones. No se arredró Ferrera. No cabía el toro en el engaño, no paró de bramar y, cuando lo convencía Ferrera, los viajes eran o de puntear o de soltar trallazos. No es nueva la habilidad de Ferrera para resolver papeletas. Hasta que se afligió el toro. Imposible cruzar por la guadaña derecha con la espada. Dos pinchazos y una estocada en el chaleco, como dicen los castizos.
El tercero, colorado de palas marfileñas, cuerda inmensamente larga, fue tan aparatoso y ofensivo como el que más. Llevaba el hierro de la efe -de López Flores- pero no estaba en el tipo de los samueles ni en el de los viejos flores jijones. Tal vez un cruce con el «encaste dominante», porque, efectivamente, el toro tuvo unos pies de salida y una nobleza diferentes. Siempre levantado, no humilló ni una sola baza. Pero atendió a reclamo. Tampoco cabía en engaño. Estuvo encajado y seguro, valeroso y en torero César Jiménez, que llegó a traerse el toro despacio y a tocarlo con delicadeza, y a asustar no solo a los asustadizos sino a muchos de los que se pretenden de vuelta. Una faena de tensión, porque las antenas del toro escalofriaban, y, además, bien construida. Breve porque no duró el toro lo que debía y empezó a salirse suelto antes de tiempo. Un pinchazo, media tendida. Bonita la entereza de César.
Serenidad y saber hacer
El cuarto, negro y largo, sacó hechuras clásicas de lo viejo de Samuel. Fue de los cuatro samueles el único que apretó en el caballo y en varas -lo mismo en un puyazo corrido en la puerta que en dos de propina en su sitio, y picó muy bien Antonio Montoliú- y el único que en banderillas se movió con aire de bravo. Pero se dolió de los garapullos, arreó testarazos y adelantó por las dos manos. Se acabó apalancando. Padilla había salido con ganas visibles -se dice que es el torero de la casa- pero al quinto muletazo sentiría que la causa era imposible. Y abrevió. La estocada, al segundo viaje, fue de las de Padilla: notable.
Uno fue devuelto
El quinto, del hierro de la efe y sus hechuras tan singulares -flaco, estrecho, alambicada cara-, era todo cuernos y solo cuernos. Y estaba cojo. Lo devolvieron. El sobrero de Los Chospes, con aire de bisonte -el cuello era el morrillo y viceversa- galopó al caballo pero se escupió, y tomó capotes por los vuelos en falsa promesa de toro bravo. Bravucón y punto. Manzanares padre definió un día a cierta clase de toros como «faltos de formalidad». Eso pasó con éste, que se acostó por las dos manos y, sin que se notara, se defendió. Ferrera cumplió un memorable tercio de banderillas, que comenzó con un corito de reventadores tan insultante como de costumbre pero terminó con casi veinte mil gentes de pie y un runrún formidable de admiración. Un par en los medios con recorte y cambio antes de reunión y un tercero de cara en tablas con solución parecida -recortes y carrera de salida por delante- fueron logro mayor. No la faena porque el toro se le puso protestón y no le dejó acoplarse. No se podía. Dos pinchazos, media, un descabello, el toro murió en tablas.
Y el último: mansísimo gigante retinto, frenado y distraído, larguísimo, montado, bruto y renegado, que se fue de engaños al trote y sacudiéndose. Una prenda. Pero volvió César Jiménez a ponerse, a estarse sin afligirse, a tragar inciertos arreones de amago tan de toro rajado. Una bella tanda de castigo antes de igualar. Una estocada. Descabellos tres.
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