Buena tarde de Juan José Padilla en su regreso a Madrid
Seria corrida de la ganadería de Samuel Flores, con cuatro escalofriantes pero manejables cinqueños
BARQUERITO
Jueves, 27 de mayo 2010, 04:05
Abrió un toro cinqueño del viejo hierro de la F. Frondoso el balcón: gruesas mazorcas, pero, con su amplio balcón, toro acapachado y, por tanto, recogido. Cabía en los engaños. Abanto y deslumbrado, se llevó una doce y pico de lances de brega. Todos, de Padilla, que volvía a Madrid al cabo de tres años y ya olvidado lo que el programa de mano llamaba «un altercado dialéctico con un grupo de aficionados».
Hubo una porfía entre un grupo ruidoso de aficionados y el palco. Los unos, que el toro fuera para dentro. El palco, que vamos a verlo primero. El ruido fue gresca de borrasca, porque el palco apostó por el toro. Que no iba a caerse ni se cayó. Y ganó la apuesta. Era, a todo esto, corrida de matadores banderilleros y, en plena bronca, Padilla invitó a Encabo e Iván García a compartir tercio.
Los tres pares fueron vida para el toro. Padilla brindó el toro de la amnistía a Diego Robles, su hombre de confianza y, además, su mejor consejero. Una faena de las de toma y daca, toca y toca, y dale que te pego: de profesional. Con más movilidad que fijeza o motor el toro, que no paraba pero reponía. Soltura desenfadada de Padilla para adivinar lo que el toro quería antes de que llegara a pensarlo. En la suerte contraria, una estocada sin puntilla.
Luego salieron cinco toros con el hierro y la divisa de Samuel. De esos cinco samueles, tres había cumplido los cinco años y uno, el segundo de corrida, iba a haber cumplido los seis en agosto. De cortas manos, muy pegado al suelo, con hechuras de embestir. Muy desigual: pronto pero sin llegar a fijarse del todo, de acostarse mucho por la derecha y de apuntar a tablas más de lo normal. Volvieron a intercambiarse pares los banderilleros. A Padilla le tenían tomada la matrícula ya sin razón. Antes de cerrar tercio Encabo, tropezó en la cara del toro Julio Campano, que lo lidiaba. Una cogida muy aparatosa que se resolvió en voltereta y susto. Encabo puso por los adentros un gran par. El toro fue mirón y Encabo no se tomó la menor confianza. A su aire, se rajó el toro, que, pegado a tablas, recorrió el anillo casi entero. Dos pinchazos, un metisaca en los bajos y un último pinchazo.
Más cuajo
El otro toro del lote de Encabo era también cinqueño y tuvo más cuajo que ninguno. Lo aplaudieron de salida. El cuerno derecho era un delirio; su pitón, un garfio carnicero. Al dolerse como todos en banderillas, el cabeceo del toro invitaba tan solo a jugar a la ruleta rusa. Muleta muy pequeña gasta Encabo. Apenas le protegía. El trasteo fue sin disimulo a la defensiva. Costó meter la espada.
El sexto de corrida fue de salida toro frío y distraído. Y fue el toro sorpresa de la corrida, pues, humillado en los viajes, se empleó de largo. Dos tandas muy arrancadas con la mano izquierda de Iván García, que tardó en descubrir el cómo y el dónde del toro. Se celebró el corazón del torero de Móstoles. Se quedó corto el intento. El primero de lote se le vino al paso y, de lejos, desparramaba la vista como si lo midiera. Ese primer turno concluyó con un bajonazo.
Y, en fin, calmada la dialéctica famosa, Padilla estuvo a punto de poner de acuerdo a todos con el cuarto de corrida, que fue como la pipa de la paz. El toro de más claro aire de los seis. Pero es que Padilla le pegó de salida dos largas cambiadas de rodillas en tablas, una tercera en la raya de fuera, una gavilla de lances de los de fijar en serio al toro, que se empleó en el caballo y fue picado con acierto por Antonio Montoliú y que el propio Padilla banderilleó con facilidad aparatosa. Desde el mismo platillo un brindis al público que no tuvo nada de sumiso ni de desafiante. Sino la firma de un armisticio.
Una faena muy de Padilla: sin pausas, de encontrar toro siempre y de soltarlo a su antojo, de entenderlo, medirlo y trajinarlo, de adelantarse por sistema para disponer de él. Padilla ligó hasta tres tandas de buen ritmo y muy templadas. Y tuvo tiempo de adornarse con recursos clásicos: la trinchera, el farol, el molinete. Y una estocada caída. Petición de oreja. No hubo mayoría. Casi una vuelta al ruedo. Lo mereció.
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