La truculenta historia del cura asesino de Riogordo
La noticia tuvo tal repercusión que todos los diarios de tirada nacional ('El Debate', 'El Imparcial', 'El Globo' o 'La Iberia') no hablaban de otra cosa. Tan sorprendente era que 'El Avisador Malagueño' no se atrevía a afirmar que el protagonista fuera un sacerdote y utilizaba rodeos y circunloquios: «Según parece, una persona de carácter respetable…». Los hechos se produjeron en la casa del tío del cura, en la calle de la Iglesia, el 20 de abril de 1882 a las ocho de la mañana. La conmoción que produjo en el pueblo fue colosal.
En Riogordo había dos bandos políticos que se habían mostrado irreconciliables. Para intentar limar asperezas se organizó una fiesta en el molino de los Álamos. A ella asistieron Antonio Mateos Aguilar, alias Cristino, que había sido alcalde de Riogordo por el partido conservador, y su hijo, Antonio Mateos Pinazo. (El lector amante de las historias de Málaga ya habrá adivinado que estos son antepasados de Antonio Mateos, propietario de la librería anticuaria). Por otro lado, estuvieron en la reunión el cura del pueblo y protagonista de esta historia, José García Muñoz, y su hermano, el entonces alcalde por el partido liberal. En la fiesta se bailó y se bebió, quizá en demasía.
Ya de madrugada, decidieron pasarse por la casa del juez municipal para cantarle una serenata. Luego, el alcalde se empeñó en invitarlos a una botella de aguardiente en su casa. Salieron de nuevo todos a la calle, menos el alcalde y, cuando ya volvían a descansar, bastante bebidos, el tío del cura, que estaba en la puerta de su casa y establecimiento en la calle de la Iglesia, les ofreció entrar a tomarse otro vaso de aguardiente. El cura, José García, se excusó, pero su tío insistió y todos pasaron a la cocina.
La tragedia empezó cuando el antiguo alcalde, el Cristino, quiso compartir su vaso con el presbítero, que lo rehusó diciéndole: «Soy más decente que tú y que toda tu casta». A lo que el hijo le recriminó: «Señor cura, a mi padre nadie le ofende». Y el sacerdote respondió: «Tan indecente eres tú como tu padre». Fue entonces cuando, inesperadamente, el cura se sacó un puñal y le asestó dieciocho puñaladas a Antonio Mateos Aguilar. Su hijo intentó impedirlo y se llevó siete puñaladas más, cayendo moribundo sobre el padre que agonizaba.
El sacerdote se fue a su casa, donde lo encontró el juez fumando tranquilamente. Justificó que llevara el hábito manchado de sangre por haberse interpuesto entre el padre y el hijo al tiempo que recibían las cuchilladas. Curiosamente, José García era conocido en el pueblo con el apodo de 'ángel de la paz', mote del que la prensa madrileña hizo algunos chistes. El presbítero tenía cuarenta y cinco años y era alto y delgado. Fue conducido a la cárcel de Colmenar. Aunque Antonio Mateos Pinazo recibió heridas de consideración y estuvo muy grave, no falleció, a diferencia de su padre.
Otro crimen
No se lo van a creer, pero justo un mes más tarde, el 20 de mayo de 1882, hubo otro crimen en Riogordo. Lo llevó a cabo un vecino que no estaba muy bien de la cabeza pero que no hacía mal a nadie. En Málaga los llamamos majaras. Iba libremente por el pueblo, pues todos creían que no era peligroso. Pensaba que las personas que se portaban bien con él eran ángeles o santos. Esa mañana de mayo entró en un molino donde trabajaba un hombre al que la naturaleza no había favorecido con sus dones y, creyendo que tenía delante un demonio, cogió una gruesa barra de hierro y descargó sobre la víctima tal golpe en la cabeza que murió en el acto. El fallecido era hermano de Antonio Mateos Aguilar.
Aunque todos consideraron que este hecho fue casual y no guardaba relación alguna con el crimen anterior, la situación en Riogordo no dejaba de ser grave. El ministerio de Gobernación suspendió al Ayuntamiento y cesaron en sus cargos el alcalde y los concejales. En febrero de 1884 se celebró el juicio en Vélez-Málaga ante una gran expectación. Declararon como testigos Francisco Ramos, juez interino, Salvador Bueno, zapatero y Miguel Pérez, molinero. El sacerdote declaró que llevaba un puñal en el bolsillo de la sotana porque se lo había quitado al hijo de su tío para que este no lo regañara.
En el juicio se supo también que la esposa del exalcalde fallecido fue al bar, donde estaban todos reunidos antes de ir a la fiesta del molino de los Álamos, con la intención de llevarse a su marido a casa, lo que le hubiera salvado la vida. Pero no le pudo convencer. Aunque la acusación solicitó para el sacerdote pena de muerte, el juez le condenó a quince años y ocho meses de prisión.
Del cura guerrillero al ermitaño asesinado
La accidentada vida clerical de Riogordo en el siglo XIX da para un volumen entretenido. Antonio Muñoz Sánchez, cura de Riogordo, formó una guerrilla para combatir al francés invasor. Sus correrías fueron famosas en toda la provincia y las recogió en un libro Díaz Torrejón. Por otro lado, el 9 de marzo de 1873, se hundió el techo de la iglesia de Riogordo, provocando varios muertos y heridos. Aunque no sucediese en Riogordo sino en Coín, no nos resistimos a contarles el sonado asesinato del cura de la ermita y capellán de Nuestra Señora de la Fuensanta, Juan García Collet, la noche del 7 de enero de 1893. El padre Collet había nacido en Coín y pasó su vida ejerciendo su ministerio en América. Ya mayor, decidió disfrutar sus últimos años en su localidad natal, a la que se trajo una pequeña fortuna. Vivía en una casita junto a la ermita, rodeada de un huerto, en un paraje abrupto y solitario. Aquella noche lluviosa de enero estaba rezando en su ermita cuando llegaron tres ladrones que intentaron robarle. Como se resistió, le pegaron un tiro en la boca y huyeron. Parece ser que con las manos vacías.
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