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cristóbal villalobos
Domingo, 9 de febrero 2020, 14:55
Joaquín García Morato había derribado al terminar la Guerra Civil unos cuarenta aviones enemigos, a los que había que sumar otros doce, cuyos derribos también podían adjudicárseles, habiendo participado en más de 140 combates aéreos.
El 4 de abril, sólo tres días después de darse por finalizada la guerra de forma oficial, su aparato, un Fiat CR 32-51, impactaba contra el suelo mientras realizaba una exhibición en el aeródromo de Griñón, cerca de Madrid. Casado con una malagueña, se dispuso que su entierro se efectuase en Málaga, convirtiéndose en toda una manifestación de apoyo al nuevo régimen y en un ejemplo de una de las características simbólicas del fascismo: el culto al héroe caído.
Desde Madrid la comitiva fúnebre pasó por varias ciudades, hasta llegar a la capital malagueña, dónde se organizó un entierro que haría de prólogo involuntario al fervor fascistizante con el que se recibiría a Franco sólo unos días después.
La muerte del aviador es recogida en la prensa malagueña justo al día siguiente de su fallecimiento en las primeras páginas de los diarios. El día 6 de abril 'Boinas Rojas' anunciaba a los malagueños la apertura de la capilla ardiente del militar en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento de Málaga, en un primer momento presidido por el general Queipo de Llano.
El 8 de abril la portada de 'Boinas Rojas' nos arroja una terrible coincidencia que ilustra el periodo histórico en el que se enmarca: junto a la fotografía de la capilla ardiente de García Morato la prensa anuncia la entrada de España en el pacto Anti-Komintern, junto a las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón). Mientras, Italia invadía Albania.
El 'Boinas Rojas' del 9 de abril recoge en su portada varias instantáneas del entierro del «as de la aviación nacional», para pasar posteriormente, en la página número dos, a narrar el acontecimiento bajo el título, aprovechando la concurrencia de las procesiones de Semana Santa, de «Película de dos días de dolor religioso y patriótico». Desde el Ayuntamiento el cortejo fúnebre se dirigió al Cementerio de San Miguel, donde sería enterrado, recorriendo de sur a norte el centro histórico de la ciudad: «Para que Málaga entera rindiera un sentido tributo, un póstumo homenaje al bravo guerrero del aire que por Dios, por una España digna y por servir al CAUDILLO, como sirven los héroes, libró batalla mil veces contra superiores enemigos saliendo siempre vencedor, porque, al fin, siempre ha de vencer el que tiene un corazón y un espíritu patrióticos como los tenía García Morato».
Pero antes, el cortejo realizó una parada en la Cruz de los Caídos para rezar un responso y recorrió la Plaza de la Marina, la Calle Larios y diversas calles del centro hasta llegar a la Plaza de la Merced. De entre la comitiva, repleta de autoridades civiles, religiosas y militares de la ciudad, así como de la familia del fallecido, destacaba el general Millán Astray, que acudió a la ciudad para participar en la despedida del héroe nacional.
La fotografías muestra un coche fúnebre escoltado por los compañeros aviadores del difunto que recorre una Calle Larios repleta que saluda, brazo en alto, al cortejo. En la Plaza de la Merced el general Millán Astray gritó tres veces el nombre de García Morato, a lo que la muchedumbre contestó con un «¡Presente!» y el habitual «¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!», convirtiendo la tragedia personal en un acto de exaltación del nuevo régimen.
En la despedida del aviador, que causó gran conmoción entre la población malagueña si hacemos caso de las fuentes hemerográficas, participaron también efectivos del Arma de Aviación, de la Legión, del Regimiento de Oviedo, así como integrantes de los Flechas Navales, los Cadetes y Flechas de Falange en una escenografía de corte fascista (banderas, pancartas, consignas, himnos, desfiles…) que servirá de involuntario preludio y de ensayo a la visita de Franco sólo unas semanas después, tomando parte en ella todos los representantes de los diferentes estamentos del recién creado Movimiento Nacional.
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Sara I. Belled y Jorge Marzo
Melchor Sáiz-Pardo
Julio Arrieta, Gonzalo de las Heras (gráficos) e Isabel Toledo (gráficos)
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