Los malacitanos desplazados por el Imperio Romano
Tribuna de la Historia ·
Aunque el más conocido de todos los que vivieron en tierras lejanas es Publio Clodio Athenio, hubo muchos másPor su estratégica localización geográfica en el extremo occidental del mar Mediterráneo, la Málaga fenicia y púnica (Malaka), al igual que la posterior ciudad romana (Malaca), fue siempre un lugar abierto a la llegada de gentes de muy variados orígenes. Desde los años finales del siglo III a.C. en que los romanos arribaron a estas tierras, será una constante la movilidad poblacional, principalmente con la venida de inmigrantes itálicos que habrían de mezclarse con la población local de tradición semita y a los que se añadirían, tiempo después, otros diversos grupos poblacionales del entorno mediterráneo. Dadas sus especiales características geográficas, el puerto de Malaca era entonces punto obligado de recalada en algunos de los circuitos comerciales marítimos entre Italia y los territorios conquistados por Roma. Y, además, la conexión de la ciudad a través de algunas vías a la completa red de comunicaciones con las que los romanos vertebraron su Imperio («Todos los caminos llevan a Roma») le permitieron tener unas buenas comunicaciones terrestres facilitando así los viajes y las relaciones comerciales con muchos lugares, sobre todo en los meses de invierno en que el tráfico marítimo estaba cerrado («mare clausum») a causa de las malas condiciones meteorológicas.
Por testimonios de Plinio, del tardío autor Marciano Capella y de Estrabón, que escribía a comienzos de nuestra era, sabemos que Malaca mantenía a través de su puerto unas comunicaciones muy fluidas con las tierras del otro lado del mar de Alborán; consta por este geógrafo griego que en la Málaga romana desarrollaban actividades mercantiles con asiduidad gentes de origen norteafricano y que entre sus actividades económicas sobresalían las industrias de salazón y de salsas de pescado. Sobre el puerto de la ciudad contamos además con la referencia que al mismo hizo Aulo Hircio en un capítulo de su 'De bello alexandrino' cuando describe la salida precipitada desde Malaca en el año 48 a.C. de Quinto Cassio Longino, el gobernador de la provincia Hispania Ulterior, en su intento fallido de volver a Roma tras su destitución. A los escasas noticias que ofrecen algunos autores antiguos, como los antes nombrados y otros, y a lo que hay que sumar ciertos documentos epigráficos, se debe nuestro conocimiento sobre esta facilidad de comunicaciones que ofrecía la Málaga antigua y que es lo que explica la presencia de gentes desplazadas desde Malaca por varios lugares del imperio.
Uno de esos malacitanos documentados fuera de la Málaga romana es un tal Publio Horatio, hijo de Publio, adscrito a la tribu Quirina y de cuya existencia tenemos noticia por su mención en una placa de bronce que se halló en el verano de 1996 durante unas excavaciones arqueológicas en el yacimiento de La Alcudia en las cercanías de Elche (Alicante). Ese documento de carácter jurídico es una «adsignatio» de tipo catastral, es decir, la constatación escrita de un reparto de tierras a soldados veteranos con indicación del sitio y medidas de la parcela que a cada uno se le asignaba. En el bronce aparecen escritos los nombres de diez individuos de distinta procedencia y probablemente recién licenciados que fueron agraciados con un lote de tierras al establecerse en aquella antigua ciudad indígena la Colonia Iulia Ilici Augusta. Como el momento de la fundación de este establecimiento colonial fueron los últimos años del siglo I a.C., el personaje (del que en el texto latino inscrito en el bronce se indica con precisión a Malaca como su patria de origen) debió vivir entre las últimas décadas anteriores al cambio de la Era y los primeros tiempos de la época imperial.

Es cosa bien sabida que Roma se abastecía a través del comercio marítimo de toda clase de productos, especialmente de los alimentos básicos como los cereales y el aceite; pero como la capital del imperio dista de la costa casi una treintena de kilómetros, las mercancías destinadas a avituallar a la Urbs, una vez llegadas en naves a la desembocadura del río Tíber en las cercanías del actual aeropuerto de Fiumicino, debían ser desembarcadas en Portus y transportadas río arriba en barcazas desde la inmediata ciudad comercial de Ostia hasta el puerto fluvial de Roma. A espaldas de la escena del teatro del conjunto arqueológico de Ostia Antica pueden hoy verse las ruinas de una plaza, el conocido como «Piazzale delle Corporazioni», que tenía pórticos en tres de sus lados y en su centro un templo de culto imperial. Esos pórticos -donde no es difícil evocar la cosmopolita atmósfera del tráfico portuario que allí hubo hace siglos- cobijaban hasta 61 estancias de dimensiones reducidas que eran las otras tantas sedes de las corporaciones de comerciantes y armadores que, sobre todo durante los primeros siglos de nuestra Era, negociaban con los muchos productos que, camino de Roma, llegaban a esta ciudad portuaria desde numerosos centros comerciales de toda la cuenca del Mediterráneo.

La relación de estas salas con esas compañías de negocio se deduce de las imágenes e inscripciones que llevan los mosaicos en blanco y negro que se han conservado en los pavimentos que anteceden a algunas de aquellas oficinas. Son representaciones referidas a la navegación: diversos tipos de barcos, faros (sobre todo el de la misma Ostia), peces, temas marinos variados, así como indicaciones a las especializaciones comerciales como el grano, el comercio del marfil, los animales exóticos destinados a los juegos anfiteatrales… Las inscripciones en esos pavimentos musivos facilitan una muy valiosa información sobre aquel tráfico comercial y sobre las corporaciones gremiales de armadores, transportistas navales y comerciantes establecidos en ese puerto, así como dan detalladas noticias de sus lugares de procedencia, la mayoría lo eran del norte de África, de Cerdeña o de la zona costera de la actual Francia. Sin que sea demasiado aventurado suponerlo, cabe insinuar que aquellas otras salas que actualmente carecen de imágenes o textos identificativos por la pérdida antigua de sus mosaicos, quizá hubieron de pertenecer a gentes procedentes de Hispania entre los que no habían de faltar los que, aparte de la organización oficial de la Annona, transportaban muchos de nuestros productos como el afamado aceite bético, metales, cereales o las salazones y otros alimentos derivados de la pesca como el garum, especialidades culinarias estas últimas en las que nuestra Malaca era una referencia ineludible, según demuestran varios testimonios literarios de la antigüedad y con toda precisión las investigaciones arqueológicas de los últimos años. Para la distribución de esos productos malacitanos resultaba necesario que en los principales puertos existieran representantes encargados de su comercialización y aunque parezca poco prudente, quizá no es demasiado aventurado sugerir que alguna de esas salas del «Piazzale delle Corporazioni» estuvo destinada a los «negotiatores» del garum de Malaca. En este sentido, es bastante probable que ya avanzado el siglo I o a comienzos del II d.C., uno de esos comerciantes de origen malagueño establecidos en Ostia por razones de su trabajo relacionado con las reputadas salsas de pescado de su región de origen fuese Marco Emilio Anisoario, de cuya existencia sabemos por lo poco que de él dice el breve epitafio grabado en el frente del cipo que señala el lugar de su tumba en una de las necrópolis ostienses. Que este individuo era nativo de nuestra ciudad es bastante evidente porque en esa lápida mortuoria se hizo constar con cierto orgullo su «cognomen patriae» que es el de «malacitanus».
Hasta que a mediados del siglo XIX la inscripción latina donde se le nombraba fuera considerada falsa, se venía citando como otro de esos malacitanos afincados en Roma a Tito Flavio Largonio Herote, un «fabro flaturario sigillariario», es decir, un artesano y fundidor de pequeñas figuras de bronce, natural de Malaca, que habría muerto a los 76 años y sobre cuya tumba de la Vía Prenestina su hermano, Tito Flavio Jocundo, mandaría colocar la lápida que ofrecía toda esta información. Los investigadores alemanes que en el siglo XIX analizaron la rica epigrafía antigua de la ciudad de Roma opinaron (no sin que queden ciertas dudas) que este interesante epígrafe funerario habría sido uno de entre los tres millares fraguados («falsae ligorianae») por la culta fantasía del famoso artista y anticuario renacentista Pirro Ligorio (c. 1510-1583). No deja, sin embargo, de llamar la atención en esta inscripción que se dice fingida, el oficio del personaje y su propio nombre que claramente está relacionado con la dinastía flavia: por el puerto de Malaca saldrían muchas cargas de los metales procedentes de las minas del Alto Guadalquivir (a lo que pueden referirse algunos temas de las monedas aquí acuñadas) y precisamente la ciudad habría de recibir su estatuto municipal de los Flavios.
Pero el malacitano más conocido de todos los que vivieron en tierras lejanas es Publio Clodio Athenio, uno de los representantes en la capital del imperio de los intereses de los comerciantes del apreciado garum y de los otros salsamenta de las afamadas fábricas de salazones («taricheiai»). La inscripción latina donde se le nombra, todavía a comienzos del siglo XVI se guardaba cerca de la plaza romana del «Campo de´ Fiore» en la casa de Andrés Cavaglieri y que había sido también de Juan Zampollini. En ese epitafio se decía que el tal Clodio Athenio había sido «consignatario de las salsas de pescado («negotians salsarius») y «quinquenal» (cargo con duración de cinco años) en Roma «de la asociación de comerciantes malagueños» (corporis negotiantium Malacitanorum). En el desaparecido mausoleo que en vida mandó construir con una cierta entidad monumental en una necrópolis romana, la inscripción daba cuenta de que también se enterraron allí su esposa, Scantia Succesa, y sus libertos y libertas y los herederos de aquellos. Se ha podido determinar que la fecha de este epígrafe debe ser aproximadamente de los años centrales del siglo II de la Era, momento en que, efectivamente, los productos derivados de los recursos piscícolas de las aguas malagueñas, especialmente la salsa del garum, estaban en pleno auge y eran exportados a Roma a través del puerto de Ostia. Al personaje se le ha considerado también el mismo al que homenajeó como patrón y benefactor una asociación de comerciantes foráneos establecidos en Malaca y originarios de las provincias romanas de Siria y de otra de esa misma zona de Asia Menor, asunto del que tenemos noticia por una inscripción en griego que se encontró cerca de la catedral. Esos orientales aquí establecidos en torno a las actividades comerciales y portuarias, eran en cierto sentido unos continuadores de las antiguas rutas mercantiles con el levante mediterráneo que, bastantes siglos atrás, habían dado origen a la ciudad de Malaka. Al Clodio Athenio de Roma se le ha identificado asimismo con el de nombre similar que en Málaga se ocupó de erigir la estatua que los «ciues malacitani» acordaron dedicar a Valeria Lucilla, la esposa de Lucio Valerio Próculo, un personaje del orden ecuestre que, entre los muchos cargos que había desempeñado en la administración militar y civil, estaban los de procurador de varias provincias de Oriente (Capadocia y Asia), al igual que lo fue de nuestra Bética y de las tres Galias así como prefecto de Egipto. Por su probable origen malagueño, Malaca lo nombró como patrono y le honró erigiéndole una estatua por decreto de sus decuriones. En época de Antonino Pio este Valerio Próculo habría de ejercer en Roma un cargo directivo en un «corpus pístorum», el fundamental servicio de fabricación y abastecimiento de pan.

Un último caso que podemos traer a colación es el de Caio Sentio Flacco, natural de Antikaria, nuestra Antequera, un veterano de la legión XIV Gemina Martia Victrix que acabó su carrera militar en tierras de la antigua Dacia, la actual Rumania. Lo poco que sabemos de este antiguo antequerano deriva de la inscripción que su hijo y heredero Caio Sentio Flaccino mandó colocar sobre la estela funeraria que coronaba la tumba de sus padres en una de las necrópolis de Apulum, el antiguo campamento legionario sobre el que surgió ese importante centro urbano en la zona rumana de Transilvania. En el hecho de que en esa inscripción (cuyo último paradero se situaba en Alvincz) se indicara que este militar retirado era oriundo de Anticaria Sulpicia, se encuentra el motivo de una muy viva y no resuelta discusión historiográfica en torno a la cuestión de si la Antequera romana recibió del emperador Galba la condición jurídica de municipio el año 68 d.C. o, como nuestra Malaca y tantas otras ciudades del entorno, poco después ya bajo la dinastía de los Flavios. En parte superior de la lápida se tallaron los retratos en busto del antiguo legionario y de su esposa, indicando el epígrafe que aquél Sentio Flacco -que murió a los setenta y cinco años de edad-, tras su vida militar activa y ya en su condición de emérito, había formado parte de la primera ola de colonos romanos establecidos en la Dacia, desarrollando incluso durante la primera mitad del siglo II d.C. una carrera política como decurión en el gobierno local de la recién creada colonia Ulpia Traiana Dacica, la heredera de la antigua ciudad indígena de Sarmizegetusa y capital política y administrativa de aquella nueva provincia romana creada por Trajano tras la muerte del rey dacio Decébalo y el consiguiente final de las guerras dácicas. Aquellos acontecimientos bélicos (101-107 d.C) se describen con todo lujo de detalle en la Columna de Trajano. El anticariense Caio Sentio Flacco, en fín, hubo de participar enalguno de los acontecimientos bélicos que en este monumento se representan en un relieve continuo de cerca de tres metros de altura y en espiral a lo largo de los dos centenares de metros de escenas que adornan esta columna conmemorativa en el foro de Trajano en Roma que allí se elevó entre los años 110 y el 113 d.C

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