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En este edificio de la plaza de la Constitución estuvo la antigua cárcel real. Arenas, 1966. Archivo CTI-UMA
A la sombra de la historia

La legendaria cárcel de la plaza de la Constitución

Martes, 30 de julio 2024, 00:13

Ha de saber el lector que durante más de tres siglos la cárcel de Málaga estuvo ubicada en su plaza principal, haciendo esquina con la calle Real, hoy Granada, en el chaflán donde abrió el popular comercio de Marmolejo, que luego fue de Espejo Hermanos. En 1492 había en este lugar unos baños árabes que fueron transformados en cárcel real. El edificio llegaba hasta la calle de San Telmo, por donde tenía en un primer momento su puerta principal. Nunca se vio una cárcel más entretenida que la malagueña, pues esta prisión disponía de una ventana con rejas que daba a la plaza y los presos podían ver y hablar con los que pasaban por allí. En Sevilla, la cárcel real estaba en la también muy céntrica calle Sierpes.

Estamos en 1515. Esta primera prisión era pequeña y de mala construcción. Es fama que los presos se escapaban horadando las paredes o por los tejados. Era urgente ampliarla y acondicionarla. Se hizo así comprando el edificio de su derecha, donde se instaló la Audiencia y la casa del corregidor. Cuentan las crónicas, que al pasar por los últimos metros de la calle Real, había que alejarse de la fachada de la cárcel, pues había muchos charcos de aguas negras procedentes de la prisión, que ofendían las narices de los transeúntes.

Durante el gobierno del conde-duque de Olivares se recurrió a la venta de cargos y señoríos para recaudar dinero con el que incrementar las arcas reales, que estaban exhaustas con tanta guerra. En efecto, en 1630, el regidor Cristóbal de Zayas compró el título de alcaide de la cárcel real de Málaga por ochocientos ducados. En esta época sabemos, gracias a los estudios de María Pepa Lara –de quien extraemos muchos de los datos del presente artículo–, que en la cárcel de la plaza había un calabozo para los moros, un cuarto para las mujeres y una sala de golpes, que el lector podrá imaginarse fácilmente para qué menesteres se utilizaba. A las espaldas de la prisión estaba la capilla y ermita de Santa Lucía.

Pero se seguían fugando los presos. El cabildo municipal defendía que las reformas del edificio tenía que pagarlas el alcaide con los beneficios obtenidos de los presos, mientras que este afirmaba que la reparación del inmueble debía costearla el ayuntamiento. El profesor Cristóbal Montoro destacó la incapacidad del cabildo para atender las reformas y mejoras que necesitaba el edificio, viejo e inadecuado. La vida de los presos se definía por el hacinamiento, la promiscuidad y la insalubridad. La cárcel estaba deshumanizada y convertida en una escuela de delincuencia. Las únicas iniciativas de atención y ayuda a los presos partían de cofradías e instituciones de caridad que solo conseguían paliar, que no resolver, estos problemas.

A causa de la falta de espacio, los calabozos, en caso de epidemia se convertían en un importante foco de infección. Así, durante la epidemia de peste del verano de 1679, los presos fueron trasladados a las Atarazanas. En otras situaciones críticas también se recurrió al castillo de los Genoveses. María Pepa Lara afirma que, aunque la capacidad de esta prisión era muy reducida, llegó a albergar quinientos o seiscientos presos, expuestos a la hediondez, estrechez y falta de salubridad del edificio. Ochenta de estos presos vivían de la caridad.

Por una descripción de 1797, sabemos que la cárcel de Málaga tenía catorce metros de fachada, cuarenta y cuatro de fondo y otros dieciocho de alto. Tras pasar la puerta, existía un cuerpo de guardia y una sala de audiencias con su calabozo. Luego se atravesaba el rastrillo y se accedía a la cárcel propiamente dicha, con oscuras y estrechas galerías y un pequeño patio sin ventanas, cuya parte trasera lindaba con la ermita de Santa Lucía.

Los últimos presos ilustres que pernoctaron en esta prisión fueron los cuarenta y ocho compañeros de Torrijos, antes de ser trasladados al convento del Carmen. Como ya hemos señalado, el principal problema de la cárcel malagueña radicaba en que esta no había sido construida para este fin, de ahí su legendaria falta de seguridad. En 1834 se trasladó a un nuevo edificio en la actual avenida de la Rosaleda, hoy comisaría de la Policía Local.

La vetusta prisión fue subastada el 24 de abril de 1834 y la compró Manuel Agustín Heredia por 123.000 reales. Sobre su solar y el de la demolida capilla de Santa Lucía levantó el pasaje que hoy lleva su nombre, terminado en 1837.

Frente a la iglesia de Santiago estuvo la casa de recogidas. Arenas, 1970. Archivo CTI-UMA

Otras curiosas cárceles malagueñas

Málaga contó con una cárcel de caballeros que, según Bejarano estuvo en Puerta del Mar. Esta tenía dos torres: en una había una capilla y un aposento alto destinado a prisión de caballeros. En la otra torre vivía un carcelero que se encargaba también del cuidado de la capilla, la cual disponía de un balcón grande, frente al mar, para instalar en él un altar y así poder oír misa la gente de los navíos y la caballería. En lo alto de la torre se colocó una campana que servía para reunir a los vecinos y que, con el tiempo, pudo dar nombre a una conocida taberna que se abrió en este lugar.

El cabildo catedralicio disponía desde tiempo inmemorial de una cárcel eclesiástica que, según Bejarano, estuvo situada en una esquina de la calle Tomás de Cózar. Allí cumplían su pena, por ejemplo, los clérigos que tuviesen una manceba en su casa, viviesen acompañados de alguna mujer o visitasen sin licencia del obispo conventos de monjas. Estos sacerdotes libidinosos tenían que cumplir una pena de diez días de cárcel por estas flaquezas.

En Málaga existió una casa de recogidas, destinada a las mujeres de mala vida. La creó el santo obispo fray Alonso de Santo Tomás en 1681 para recoger la gran cantidad de prostitutas que entonces pululaban por las calles de la ciudad. Estaba situada en un edificio frente a la iglesia de Santiago. A las reclusas se les cortaba el pelo y vivían sometidas a un reglamento muy estricto.

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