Bañistas en la playa de Fuengirola en los años 50.
El despegue de Fuengirola: De Villa Blanca a moderno conjunto de apartamentos y hoteles
Verano 2020: A la sombra de la historia ·
La llegada del fenómeno turístico modificó radicalmente la economía local que, al igual que en el resto de la costa, avanzó hacia una rápida terciarización
víctor heredia
Domingo, 26 de julio 2020, 23:15
La belleza de Fuengirola ya fue alabada por el poeta Salvador Rueda hace un siglo, cuando dedicó a la Villa Blanca un soneto en que la definía como «fuente ideal de cuanto el hombre admira» y «espejo de Dios». Por entonces era lugar de veraneo de algunas familias pudientes del interior, pero su número era aún reducido y no generaba una actividad propiamente turística en un pueblo que seguía siendo agrícola y pesquero.
Todavía a mediados de los sesenta los escritores que describían Fuengirola destacaban el modelo de urbanización de la conocida como Villa Blanca, sin edificios de gran altura. Diego Vázquez Otero escribía: «Diríase que los numerosos cortijos que se esconden en los barrancos o que aparecen en las cumbres de las cien colinas que rodean Fuengirola han influido, o mejor, han servido de modelo para construir los modernos edificios que conservan siempre sus rasgos distintivos, cuales son la poca elevación y la blancura».
Los textos de las guías turísticas se detenían en una Fuengirola bañada de blanco y enmarcada entre la Sierra de Mijas y el Mediterráneo. La de Ediciones La Garza, publicada en 1960, todavía hablaba de los cultivos existentes en su reducido término municipal: caña de azúcar, olivares, viñedos, trigo, cebada, productos de la huerta. Pero ya dejaba entrever el futuro del pueblo: «Sobre todo, Fuengirola se preocupa en convertirse, abrumada por el aflujo de turistas, en un rincón confortable para recibir a cuantos españoles y extranjeros vengan a gozar de su belleza y de su clima».
El cuidado en mantener limpias y adornadas las casas le valió al municipio el primer premio de embellecimiento de los pueblos de la provincia. Además, sus playas tenían fama de ser las mejores del litoral malagueño, e incluso del sur de España, y así se anunciaba en un cartel situado en la carretera.
La llegada del fenómeno turístico modificó radicalmente la economía local que, al igual que en el resto de la costa, avanzó hacia una rápida terciarización. El boom del turismo se tradujo en la construcción de numerosos bloques de apartamentos y en la proliferación de comercios orientados a la población flotante. El apartamento se constituyó desde un principio como una modalidad residencial destinada a largas estancias y orientada a compradores de clase media. En lo que respecta a los hoteles, Fuengirola mostró un claro retraso en la conformación de una oferta hotelera respecto a otros núcleos pioneros en este aspecto como Torremolinos y Marbella.
En Fuengirola no existieron hoteles hasta mediados de los años cincuenta. Anteriormente estaban las fondas, como la de Donoso, la del Centro o la del Rondeño, y algunas pensiones mencionadas por Cristóbal Vega: Sedeño, Italia, Coca, La Morera y Rodymar, en Los Boliches. En estas fondas o casas de hospedaje se alojaban los escasos veraneantes que acudían a Fuengirola en los años cuarenta y primeros cincuenta.
El Hotel Florida, el primero de ciertas pretensiones, abrió sus puertas en 1957. En los años siguientes empezaron a funcionar el La Concha, en Los Boliches, el Somió, el Mare Nostrum, el Sarasol, El Caballo Blanco, el Enriqueta, El Cid y el Cendrillón. El tamaño medio de estos hoteles era muy reducido, con la excepción del Mare Nostrum, que ofertaba 242 habitaciones.
Vista aérea del puerto y casco urbano de la localidad
La inauguración en 1969 del Stella Polaris, de doce plantas y construido por el touroperador danés Tjaereborg, marcó el comienzo de una auténtica fiebre en la apertura de hoteles, caracterizados por su gran tamaño e integrados en conjuntos con bloques de apartamentos. En Fuengirola se abrieron siete entre 1970 y 1974. El primero fue el Hotel Las Pirámides, un cuatro estrellas de 320 habitaciones que incorporaba la primera puerta neumática de la Costa del Sol. Le siguieron Las Palmeras, El Puerto –estos tres establecimientos pertenecían a la cadena Hoteles Mateo, propiedad de Mateo Pérez Robles, modelo de hombre hecho a sí mismo–, Mas Playa, Torreblanca del Sol, Ángela y Stella Maris.
A la altura de 1974, cuando el turismo internacional se empezaba a resentir de la crisis del petróleo, Fuengirola se había dotado de una amplia oferta hotelera dirigida a un turista de tipo medio (establecimientos de tres y cuatro estrellas) de origen nacional, británico y escandinavo. Una guía de esos años describía Fuengirola como «un centro turístico de ultramoderno perfil urbano». El modelo de la Villa Blanca había quedado atrás.
Paseo marítimo.
Apartamentos y urbanizaciones
Vitasa fue una de las primeras promotoras que actuó en Fuengirola, impulsando en los años sesenta la Urbanización Sevilla en Torreblanca y los edificios Yola y Los Caracoles en el núcleo urbano. En 1970 la lista de conjuntos de apartamentos era ya muy extensa: Los Olimpos, El Palacio del Mediterráneo, La Perla, El Mar, Los Geráneos, Ópera, Estrella de Torreblanca, Pauli, Sierramar, Torrealta, Apartamentos Fuengirola… Los tres primeros pertenecían a Sofico, una sociedad muy conocida gracias a sus fuertes campañas publicitarias y cuya quiebra, en 1974, fue una de las más espectaculares del franquismo.
Aunque en los años cincuenta se había formado un núcleo de chalets en la zona de Carvajal, sería a principios de la década siguiente cuando surgieron las primeras urbanizaciones propiamente dichas, como Playa del Castillo, en la zona de Santa Amalia, y Torreblanca del Sol, una de las más grandes de la Costa. Otras fueron San José, Solvillas, La Ponderosa y Los Pacos, promovida para alojar a finlandeses. Entre los conjuntos tipo 'pueblo andaluz' destacaron Pueblo López, Puebla Blanca y Puebla Lucía.
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