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El día que comenzó el diluvio

14 de noviembre de 1989. A la una de la tarde el cielo se volvió tan negro que parecía de noche y empezó a llover. Así recuerdan la mayoría de los malagueños el que quizá sea uno de los capítulos más impactantes y dramáticos de la reciente historia de Málaga. Fue hace 29 años. Testigos de aquellas inundaciones rememoran cómo lo vivieron

Elena de Miguel

Málaga

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Miércoles, 14 de noviembre 2018, 17:42

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Ningún día como aquel día. Tener en Málaga más de 35 años supone casi albergar en el ADN ese día aciago, imborrable, de lluvia, de 'mantas' de agua, de lodo y cañas, de improvisados muros de ladrillo para tapiar la entrada de casas, de negocios, de colegios y hospitales. Porque llover, lo que se dice llover, ningún día como ese 14 de noviembre de hace 29 años.

Aquel martes, las calles se convirtieron en cauces, los coches vinieron a desembocar al mar, miles de personas quedaron aisladas o estuvieron desaparecidas durante horas; ¿dónde estaba el padre que se fue al trabajo?, ¿dónde la abuela que salió a hacer la compra?; ¿dónde el hijo que marchó por la mañana al colegio? En el que cientos de viviendas se quedaron a oscuras y dejó de correr el agua del grifo, pese a que brotaba de todos lados y en apenas una hora lo dominó todo. En el que la radio se convirtió en la mejor prueba de vida cuando cayó la noche, más larga, oscura y húmeda que ninguna otra.

Este es el relato de ese día y de cómo aún lo recuerdan miles de malagueños.

Y a la una de la tarde, de repente, se hizo de noche

Aquel martes había amanecido oscuro y desagradable. Un día más de un noviembre en el que había llovido más de la cuenta. La jornada laboral avanzaba hacia el mediodía; el mal tiempo había impedido salir al recreo a la mayoría de los niños; tampoco era un día propicio para hacer compras ni dar un paseo.

Entonces, el reloj dio la una de la tarde. El día gris ennegreció de repente y empezó a caer la lluvia, pero aquella lluvia no era como la de siempre. La cortina de agua era tan densa que resultaba imposible ver a pocos metros; el edificio de enfrente ya no existía, se escondía tras un velo blanco que arreciaba con violencia. En poco más de una hora, cayeron sobre la capital 160 litros por metro cuadrado.

Nunca había llovido como aquel día. Cesó el agua y llegó el hielo; y granizó como tampoco lo había hecho jamás. El pedrisco llenó las calles. En La Trinidad o en la calle Mármoles taponó el acceso a numerosas casas y era prácticamente imposible caminar. Los vecinos y los comerciantes, pertrechados con palas y picos y con el granizo por la rodilla, empezaron a retirarlo. Pero aquel diluvio, que aún duraría tres semanas, no había hecho más que empezar.

Los ríos se salen de sus cauces

El río Guadalhorce apenas tenía fondo. Además, había soportado varias inundaciones pequeñas los días anteriores. Iba cargado de agua, ya no podía asumir más y se salió de su cauce. También se desbordaron el río Campanillas y pequeños arroyos, como el Jaboneros o el de Las Cañas, atorados por las piedras y los rastrojos. La ciudad empezó a inundarse.

El agua avanzó por el Oeste de Málaga, imparable. El polígono Guadalhorce, el de Santa Teresa, el de Villa Rosa, la zona de Intelhorce se convirtieron en inmensas y peligrosas balsas. Los locales comerciales y las naves industriales empezaban a anegarse. En poco tiempo, los bajos quedaron sumergidos, igual que los miles de coches desperdigados por aquel inmenso lodazal. Miles de trabajadores quedaron atrapados por el nivel del agua hasta bien entrada la madrugada. Fue el caso de las 350 personas que trabajaban entonces en Fujitsu o las 400 de la desaparecida fábrica textil Intelhorce. La riada también cortó el acceso al aeropuerto. Enseguida, la ciudad quedó aislada por aire.

Algunos conductores que pasaban por la zona del puente de la Azucarera, con el agua por la ventanilla, decidían tirarse al agua. Allí estaba Alfredo Téllez, un camionero de Toledo que llegaba al polígono para entregar una carga de botellas y que hacía estas declaraciones a un periodista de SUR aquel 14 de noviembre: «Un mar inmenso rodeó el camión; apenas tuve tiempo de tirarme. Al salir, comencé a nadar porque el agua me cubría por completo. Vi unas luces y, nadando como pude, me dirigí a aquel lugar».

El desastre ya es imparable. Se desata el caos

Arrasados los polígonos, un río lleno maleza y cañas ganaba terreno y conquistaba todo a su paso: la Carretera de Cádiz, Sor Teresa Prat, la avenida Europa, las barriadas de San Andrés, La Luz, La Paz (la más afectada y uno de los puntos donde el agua alcanzó el nivel más alto), Las Delicias, Parque Mediterráneo, el Torcal. En Huelin, había quienes cruzaban las calles agarrados o atados a cuerdas, una escena que se repitió en muchos puntos de la capital ese día.

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Imagen secundaria 2 - El día que comenzó el diluvio

El aluvión fue feroz durante la primera hora. El agua, helada por el granizo, llegaba a la cintura en el mejor de los casos. El ímpetu provocaba que algunos coches aparcados se despegaran del asfalto y empezaran su marcha hacia el mar, flotando y chocando entre ellos, acumulándose como en un castillo imposible en las desembocaduras de algunos arroyos o en las aceras.

En Juan XXIII, un autobús se quedó bloqueado en los primeros momentos y el agua alcanzó las ventanillas, lo que desató el pánico entre los pasajeros, que desconcertados lograron abandonarlo. En La Trinidad, vecinos se subieron a las plantas superiores o se encaramaron en los tejados para no quedar atrapados.

Algunos, como Pepi Cano, intentaban buscar a los suyos, aunque tuvieran que avanzar agarrados a los barrotes de las casas.

El colapso del tráfico fue total. Durante horas, miles de malagueños se vieron obligados a permanecer en sus vehículos. Los más temerarios o quienes se vieron en un peligro inminente, ante la imposibilidad de avanzar en su coche, optaron por abandonarlo y seguir andando o nadando, pese al riesgo.

En algunos puntos de la ciudad, la situación fue tal que ni los coches de bomberos ni de la Policía podían acudir en auxilio de nadie. Además, la tromba había afectado a la línea telefónica y resultaba imposible llamar a cualquier servicio de emergencia. Ni siquiera el Gobierno Civil podía difundir comunicados a la población.

Ya en el Centro, la calle Hilera y todo el entorno de El Corte Inglés y el edificio de Hacienda se convirtió en una peligrosa hondonada. Los coches giraban en remolinos y algunos conductores tuvieron que ser rescatados.

El sótano del edificio Hogar de El Corte Inglés se anegó y se sucedieron las escenas de pánico entre los empleados y los clientes. Bernardo Moreno, jefe de mantenimiento del centro comercial, como otros trabajadores de El Corte Inglés y como muchos otros héroes anónimos ese día en Málaga, echaron una mano o incluso arriesgaron su vida para salvar a gente atrapada.

Terminan las clases, pero los niños no pueden marchar

Faltaban minutos para que sonara la sirena para salir de clase. Los directores de los centros escolares y los profesores enseguida se dieron cuenta de que era una temeridad dejar salir a los alumnos. Nadie acudiría a recogerlos y resultaba una locura dejarlos marchar a sus casas por sus propios medios .

En todos los colegios al oeste del río Guadalmedina la situación era idéntica: los niños permanecieron en los centros y fueron los maestros los que intentaron tranquilizarlos y tomar las riendas de una situación de la que aún se desconocía cuánto más podía complicarse, sobre todo, porque el agua seguía entrando y había empezado a anegar las aulas. En El Alborada, en nuevo San Andrés, y el San Manuel, en la explanada de la Estación, los alumnos se refugiaron en los pisos altos del edificio cuando el agua irrumpió en la primera planta.

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En los primeros momentos de confusión, hubo alumnos que abandonaron los colegios e intentaron avanzar cogidos de la mano o solos. La mayoría terminó alojado en casas de familiares o de conocidos y consiguió llegar a sus hogares al anochecer o incluso al día siguiente.

A media tarde, cuando se hizo de noche, los niños que aún permanecían en los colegios empezaron a abandonar los centros subidos en todoterrenos o lanchas. Así ocurrió, por ejemplo, en Los Guindos, en Carlinda, o en el Ave María, en la avenida Sor Teresa Prat. Algunos alumnos, por su corta edad, ni siquiera sabían decirle a los bomberos dónde vivían en medio de aquel inmerso charco.

En el Ave María, Francisco Lara daba clases en segundo de EGB a niños de siete y ocho años; algunos pasaron la noche en su casa.

Protección Civil realizó un llamamiento para que no se llevara a los niños al colegio al día siguiente, una situación que se prolongó durante días: los centros estaban destrozados, llenos de agua y barro y era imposible dar clases.

La tromba pasa a ser mortal: las víctimas

Francisco Martín Sakiaña y Dolores Mezcua estaban ese día en casa. El matrimonio, de 61 y 54 años, vivía en una casa en el arroyo Barriguilla, en la zona conocida como del Hoyo, en Portada Alta. El agua irrumpió en su vivienda sin darles margen para reaccionar; en seguida, alcanzó los tres metros de altura y murieron ahogados. En otras casas próximas, los vecinos pudieron salvar la vida subiendo a los tejados, donde les auxiliaron los obreros de una obra.

Fueron las dos primeras víctimas pero habría seis más. La madrugada del 15 de noviembre se hallaba el cuerpo del menor Sebastián Jiménez Gómez, de 15 años, debajo de un coche en la barriada La Concha. El joven se había subido a un camión de transporte de vehículos que estaba ayudando a gente a salir de la zona de la Azucarera; en el trayecto se cayó, se golpeó la cabeza y se ahogó.

La cuarta víctima fue el voluntario de la Cruz Roja de Jaén, Casimiro Jiménez Funes, que había acudido a Málaga a ayudar en el desastre. Su vehículo derrapó en Las Pedrizas en un accidente mortal.

Una vecina de Villanueva de la Concepción, Francisca Muñoz, de 47 años, falleció también cuando su vehículo fue arrollado por la tromba; su cuerpo se encontró a 15 kilómetros, en Almogía. Un caso similar fue el de un agricultor de 42 años, Antonio Báez Tirado, que falleció al ser arrastrado su Land Rover por la corriente del arroyo Campanillas.

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Días después, en la inundación del día 26, fallecieron dos personas más: Bernabé Ruiz García, de 54 años, cuyo cuerpo fue hallado en el arroyo Totalán y Carmen López Fernández, de 79 años, que se vio sorprendida por el agua mientras veía la televisión en la barriada de La Pelusa en la carretera de Olías.

Llegan refuerzos del Ejército desde Granada y Madrid

La lluvia seguía aumentando el nivel del agua en las zonas anegadas. Decenas de familias tuvieron que abandonar sus viviendas y perdieron sus enseres y sus muebles. Desde Granada se pusieron en marcha miembros del Ejército así como material de socorro transportado en un avión especial fletado desde Madrid para atender a las cientos de personas que estaban aisladas.

La Legión acondicionó varios barracones del Campamento Benítez para que pudieran pernoctar quienes se habían quedado atrapados en el entorno del aeropuerto. Se habilitaron albergues municipales, el centro de la Misericordia (actual Térmica) y la estación de autobuses para acoger a los damnificados.

Pedro Aparicio, por entonces alcalde de Málaga, no estaba ese día en la ciudad. Se había desplazado a Japón, donde había acudido a presentar el futuro Parque Tecnológico de Andalucía (PTA). A las cuatro de la mañana hora local, el regidor recibió un llamada en su habitación del hotel. Era un concejal de Granada que le avisaba de la gravedad de la situación: «Tu ciudad está incomunicada». Aparicio emprendía la vuelta a Málaga.

El gran apagón: sin luz, sin teléfono y sin agua

El Ayuntamiento decidió restringir el abastecimiento: La tromba había sido de tal dimensión que se cortó la entrada de agua a la depuradora porque venía embarrada. Pasadas las horas y ante el convencimiento de que la situación se iba prolongar durante días, se montó un servicio con camiones cisterna para cubrir las emergencias.

En las barriadas más afectadas, como el Torcal o La Paz, también se produjo el corte del suministro eléctrico, que se prolongaría durante varios días. A media tarde, en numerosas barriadas no había ni luz, ni agua, ni teléfono. La radio se convirtió entonces en la única posibilidad de saber realmente qué estaba ocurriendo en cada instante.

La labor de la radio: ¿Dónde están quienes no han vuelto a casa?

En el recuerdo de quienes vivieron aquel 14 de noviembre siempre estará la radio. Su papel resultó decisivo en aquella primera noche, cuando miles de personas, muchos de ellos niños, seguían aún fuera de sus casas y no había forma de contactar con ellas.

La incomunicación produjo momentos de angustia. Fueron numerosas las llamadas de madres a las emisoras de radio durante la noche. A las 22.00 horas, muchos menores no habían llegado aún a sus casas. Los trabajadores de algunas empresas contactaban para tranquilizar a su familia o para alertar de que escuchaban gritos de auxilio en naves próximas.

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La radio se convirtió en la única vía para estar informado sobre qué estaba ocurriendo. Los locutores lanzaban llamadas a la calma o daban consejos para aquellos que se encontraban aislados, que seguían atrapados en coches, o que no sabían si desplazarse por la ciudad.

La provincia: Pueblos y cultivos arrasados en la comarca del Guadalhorce

En los pueblos de la comarca del Guadalhorce la situación no fue mejor. Pizarra, Ardales, Carratraca, Valle de Abdalajís, Alozaina, Álora recogieron en pocas horas durante la mañana del 14 de noviembre 150 litros por metro cuadrado. En Cártama, el río Guadalhorce se desbordó a la altura de la Estación y quedaron cortadas todas las carreteras de acceso al pueblo. En la barriada cartameña de El Toledillo tuvieron que ser evacuadas familias, que terminaron cobijándose en la iglesia. Los campos agrícolas también quedaron anegados.

La noche más larga: 2.000 personas atrapadas en los polígonos

Ya de noche, la situación de la ciudad era desoladora. Aislada por tren y por aire, con carreteras cortadas; se desconocía la suerte de cientos de personas, de las que se ignoraba su paradero. Había barriadas inundadas e incomunicadas, familias que lo habían perdido todo y que se alojaron en casa de conocidos, amigos o en albergues; niños que pasaron la noche en sus colegios. Hay hoteles, como el Alay, que ofrecían sus habitaciones para quienes las necesitaran.

La confusión era entonces la tónica general. En la zona del Guadalhorce y en el entorno del aeropuerto, seguían las tareas de rescate. Allí, la labor de las lanchas se veía dificultada por la fuerza de la corriente. Además, a medida que pasaban las horas, aumentaba el nivel del agua desbordada del río.

Enrique Alcaraz, propietario de la empresa de carretillas elevadoras Intermástil, recuerda aquella noche con nitidez. No sólo porque sufrió pérdidas por 40 millones de pesetas (240.000 euros) en su empresa, sino porque fue uno de esos anónimos que salieron a rescatar a gente.

A las diez de la noche, había todavía dos mil personas atrapadas en el polígono. En la gasolinera de Villa Rosa, otras 300. Los efectivos del Ejército, los voluntarios de la Cruz Roja, la Policía Local, la Nacional y los Bomberos trabajaron sin descanso en numerosas tareas de rescate.

No fue hasta las 4 de la mañana cuando el agua bajó lo suficiente como para que pudieran pasar los primeros vehículos por el puente sobre el Guadalhorce.

El día siguiente. Amanece en una ciudad devastada

Málaga despertó el 15 de noviembre sumida en una nube de polvo rojo. Empezaban las tareas de limpieza del lodazal en el que se habían convertido las calles.

Aún había gente que no había vuelto a casa. Otros, acudían a los servicios sociales del Ayuntamiento: más de seiscientas personas no pudieron acceder a sus viviendas a consecuencia de las lluvias torrenciales. De ellas, 272 recibieron cobijo en el centro de acogida de emergencia de la calle Góngora.

La actividad económica también amaneció prácticamente paralizada. Los polígonos industriales del Guadalhorce y Santa Teresa eran una gran laguna. Todas las naves estaban anegadas de barro y resultaba imposible regresar al trabajo. En Fujitsu, donde los trabajadores tuvieron que ser rescatados por el Ejército de madrugada, el agua mantenía una altura de metro y medio y copaba la primera planta; Cervezas Victoria estaba inutilizada; Colema-Puleva o Bimbo, los concesionarios Citroën y Toyota, la empresa Canon, Iveco... Se mirara donde se mirase, todo estaba arrasado y las pérdidas eran incontables.

Los problemas sanitarios se convirtieron en una preocupación primordial: no había agua en muchos domicilios y se le recomendó a la población que se extremase la higiene al beber o manipular alimentos como frutas y verduras. Se prohibió la venta ambulante por la suciedad de las calles y se aconsejó cerrar los bares y establecimientos de restauración donde faltase el agua. En los hospitales, se llegaron a suspender operaciones por la falta de agua y se paralizó la actividad de la lavandería.

La reacción política no se hizo esperar: Izquierda Unida, Partido Popular y Partido Andalucista, así como CCOO pidieron que se declararan zonas catastróficas tanto la ciudad como los pueblos afectados. También exigieron la dimisión del gobernador civil de la provincia, Francisco Rodríguez Caracuel. La institución reconoció que estuvo al tanto de la situación de máxima alerta desde el mismo lunes por la noche, pero que no informó a la población porque desconocía la dimensión de la tromba.

El entonces presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borolla, anunció a los dos días 3.000 millones de pesetas (18 millones de euros) en ayudas para hacer frente a las necesidades más urgentes. El 16 de noviembre, el ministro de Interior, José Luis Corcuera, y el alcalde de Málaga, Pedro Aparicio, visitaban una barriada de La Paz hundida en el barro. Se produjeron momentos de gran tensión ante la llegada de los políticos y se llegó producir una avalancha de personas que obligó a la Policía Nacional a hacer un cordón de protección a su alrededor.

El diluvio siguió hasta el 8 de diciembre

Tras el primer diluvio siguió lloviendo. Y, salvo pequeños claros, lo hizo hasta el viernes 8 de diciembre. Una tras otra, casi como en una plaga, Málaga vivió siete inundaciones en el Valle del Guadalhorce y otras cuatro en la desembocadura del río.

Los terribles daños obligaron a declarar Málaga zona catastrófica el 1 de diciembre. La provincia recibió 25.000 millones de pesetas (150 millones de euros) del Gobierno central, a los que seguirían otros 20.000 millones (120 millones de euros) para llevar a cabo obras de infraestructura.

Cientos de hogares quedaron afectados en mayor o menor medida y miles de vehículos terminaron en el desguace.

Las tiendas liquidaban la mercancía afectada por la riada, manchada a veces de barro, por si alguien tenía a bien comprarla para poder esquivar la ruina. Pero muchas empresas no pudieron soportar las pérdidas:190 de ellas presentaron expedientes de regulación de empleo que afectaron a casi 5.000 trabajadores.

En enero, aún permanecían anegados aparcamientos subterráneos y había zonas destrozadas o con un palmo de barro ya seco. La ciudad tardó meses en volver a la normalidad y su población quedó tan impactada que, aún pasados los años, muchas casas de planta baja y negocios sacaban tablones de madera para tapar la entrada cuando amenazaba la más mínima lluvia.

Aquellas inundaciones del 14 de noviembre ya son parte de la Historia.

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