Los callejones sin salida en el callejero malagueño
Víctor Heredia
Miércoles, 27 de agosto 2025, 00:27
Un paseo por el corazón histórico de la ciudad permite comprobar que aún permanecen callejones sin salida que recuerdan cómo debió ser el aspecto de Málaga hace siglos. En la época islámica se consolidó un núcleo o medina que se extendía entre la Alcazaba y el río Guadalmedina, protegido por una muralla y prolongado mediante dos arrabales, uno al norte (Funtanalla) y otro al oeste, al otro lado del río (al-Tabbanin).
La medina se caracterizó por un callejero angosto y denso. Ibn al-Jatib escribía en el siglo XIV: «Todo el interior de Málaga, contenido entre la muralla, está apretado y aglomerado. La ciudad entera está trabada y, a la vez, simétricamente distribuida, como una tela de araña». Isabel Calero y Virgilio Martínez apuntan que la ciudad islámica debe ser entendida como un organismo dotado de una enorme dosis de racionalidad. «O lo que es lo mismo, un aparente caos en un cosmos perfecto, donde todo está previsto, desde el ancho de las calles hasta la distribución de los adarves».
Y precisamente eran los adarves, entendidos como callejones sin salida, uno de los rasgos fundamentales del urbanismo islámico. La concepción misma de la vivienda condicionaba un desarrollo orgánico de la ciudad a través de una suma de callejas estrechas y retorcidas cuya principal función era facilitar la accesibilidad a los espacios privados al mismo tiempo que garantizaba su intimidad.
Entre las reformas urbanas emprendidas por los repobladores castellanos a partir de 1487 se incluyó la desaparición o transformación de los numerosos adarves existentes, que en los documentos de la época aparecen como barreras, barreruelas, callejones, callejuelas o callejas. Según Ruiz Povedano, entre 1488 y 1490 se abrieron hasta 20 nuevas calles por la unión de barreras al eliminar los obstáculos que las separaban. Y solo en 1489 se eliminaron 16 callejuelas al incorporarlas a las parcelas colindantes que se estaban repartiendo.
Sin embargo, como escribió María Dolores Aguilar, «basta con echar una ojeada al plano de Málaga de Carrión de Mula de 1791 para ver cómo a finales del siglo XVIII aún quedaban multitud de barreras en la ciudad». Repasemos rápidamente qué ha quedado de ese legado urbanístico en el centro de la ciudad.
La barrera más céntrica es la actual calle Rodríguez Rubí, que da acceso al Colegio de Prácticas en plena plaza de la Constitución. En un plano de 1571 conservado en el Archivo Municipal aparece como calleja del Horno. La calle San Juan es la que más callejones acoge, hasta cinco llegó a tener, todos alrededor de la iglesia parroquial. A ambos lados de la misma, la calle Postigo de San Juan y la calle Cinco Bolas. Esta no tenía salida (y de hecho, sigue sin tenerla), pero en 1860 se abrió el pasaje de Luciano Martínez que le da continuidad hasta la calle Nueva. Enfrente del templo se conservan dos barreras, las calles Comandante y Coronel (ahora rebautizada como pasaje de Nuestra Señora de los Dolores de San Juan), y existió una tercera, el callejón de Don Juan Swertts, al que se le dio salida en 1881, cuando fue nombrado Calderón de la Barca.
Hubo otros callejones que han adquirido salida gracias a intervenciones urbanísticas más o menos recientes. Así ocurrió, a principios del siglo XX, con la calle Pito, entre Beatas y Niño de Guevara, y con la calleja de la Ciega, entre Compañía y Cisneros, ya como calle Fajardo. En los últimos años la calle Ballesteros se ha abierto a la nueva plaza de Eugenio Chicano; la calle Aventurero ha sido comunicada con Tomás de Cózar; la antaño estrecha calle Mesón de la Victoria ha sido radicalmente transformada y dos callecitas sin salida, Gordón y Pericón, quedaron enlazadas a través de otra plaza de nueva creación dotada de un jardín vertical.
Hay varias callejuelas que no han tenido la categoría suficiente para ser nominadas. Las encontramos en las calles Álamos, Andrés Pérez, San José, Mosquera, Marquesa de Moya y Castillo de Sohail. En la calle Granada hubo dos callejones innominados que fueron abiertos con la nueva plaza de la Judería en 2013, en una actuación que también dio salida a la calle Zegrí, la antigua del Estudiante.
Otras callejas que desaparecieron con las reformas urbanísticas de los siglos XIX y XX fueron el pasaje de Monsálvez (en Compañía), la calleja de Zela (en Pozos Dulces) y los callejones del Perro, del Gato y del Fraile, incluidos en las parcelaciones por la apertura de la calle Marqués de Larios, así como los tramos sin salida de la calle Siete Revueltas afectados por la plaza de las Flores, como la barrera de los Postigos o la calle Gallego de la Serna.
Las barreras que se conservan
Nos quedan las callejas que siguen más o menos igual en el centro. En Cister tenemos la calleja del Espino y las calles Abadía de Santa Ana y Afligidos; la calle Picador en Beatas; la calle Mezquitilla como bocacalle de Marqués; en la calle Granada, a la altura de la plaza del Carbón, están la calle Concejal Agustín Moreno y la larga calle Ascanio. También en la calle Granada, la antigua calleja del Ataúd, hoy con el más feliz nombre de Moratín. En Especerías se encuentra la vieja callejuela del Solimán, donde según Bejarano se vendía este tóxico producto. A dos callejones que existen se les ha retirado el nombre. Se trata de la calle Cadete, en Muro de las Catalinas, y de la calle Amós, en Cister. En Ollerías tenemos la retorcida calle Sargento, la calle Pardo Bazán y el pasaje de Meléndez. Hay una calle que tuvo salida y luego la perdió. Es la actual Fernando de Lesseps, en calle Nueva, que antiguamente se llamaba Cobertizo de Carnicería y salía hacia Especerías, hasta que este tramo fue incluido en un solar edificable.
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