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Urgente Fumata blanca, «Habemus Papam»
Anita Delgado, vestida de maharaní. Al lado, Jagatjit Singh, su esposo
Un codazo, su peso en oro y la 'ayuda' de Valle Inclán: así se casó Anita Delgado con el marajá de Kapurthala

Un codazo, su peso en oro y la 'ayuda' de Valle Inclán: así se casó Anita Delgado con el marajá de Kapurthala

La bailarina, de 16 años, buscaba fortuna con su hermana Victoria en salas de espectáculos de Madrid. El príncipe, de 35, se preparaba para asistir al enlace de Alfonso XIII. Y de aquella boda salió otra: la que cambió el destino de la joven malagueña

Domingo, 28 de noviembre 2021

Desde el oscuro Café de la Castaña en la Málaga de finales del XIX al brillo de la corte de Kapurthala, la vida de Anita Delgado (Málaga, 1890-Madrid, 1962) ha pasado a la historia local como el ejemplo de que el azar, a veces, esconde giros capaces de darle la vuelta a la existencia más modesta. Protagonista de decenas de novelas y ensayos, de proyectos de película con final (in)feliz y de las habladurías de la época, la joven pasó de humilde artista a Cenicienta gracias a ese dicho popular que confirma que de una boda sale otra y a una serie de curiosas casualidades.

El encuentro entre Anita Delgado (16 años) y Jagatjit Singh, marajá de Kapurthala (35), fue posible, en efecto, gracias al enlace de Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battemberg: corría el mes de mayo de 1906 y Madrid se preparaba para gran el acontecimiento real. Con el pueblo volcado en las celebraciones y con la agenda social y cultural a rebosar, la capital comienza a acoger a los ilustres invitados a la boda, venidos de todas partes del mundo. También de la India, que en aquellos años aún era contemplado como un destino exótico y casi inalcanzable. Cuánto más para la joven Anita Delgado, que unos meses antes se había instalado en Madrid con sus padres, Ángel Delgado y Candelaria Briones y con su hermana, Victoria.

La familia trataba de enderezar los trazos de una complicadísima situación económica tras el cierre de su única forma de vida en su Málaga natal: el Café de la Castaña, que fue sumando un golpe tras otro, sobre todo a raíz de la plaga de la filoxera. El cabeza de familia, en su desesperación, decidió alquilar la trastienda del negocio para dedicarla a los juegos de azar, una actividad que no estaba permitida en aquella época y que, en el caso de tener luz verde, estaba extraordinariamente gravada. Cuando el gobernador de la ciudad se percató del negocio paralelo del padre de Anita, éste se vio obligado a cerrar y a probar suerte en Madrid.

Lo que no sabía Ángel Delgado es que ese primer giro de guión llegaría de la mano de sus hijas y de la formación, más o menos eficaz, que habían recibido en Málaga gracias a la Academia de Declamación impulsada por el abogado y mecenas Narciso Díaz de Escovar. La extracción humilde de la familia hizo que la única salida educativa que vieron Anita y Victoria, aún muy niñas, fuera la de esa escuela; eso sí, con el recelo inicial del padre de ambas, poco amigo de que las niñas crecieran en ese ambiente mixto y lleno de prejuicios por parte de los más férreos defensores de la moral de la época. Al final, fue eso lo que les salvó en Madrid.

Arriba, Anita Delgado con su profesor Narciso Díaz Escovar, con quien mantuvo el contacto a lo largo de los años. Abajo, Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Al lado, un retrato de la maharaní sur y n. diaz escovar
Imagen principal - Arriba, Anita Delgado con su profesor Narciso Díaz Escovar, con quien mantuvo el contacto a lo largo de los años. Abajo, Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Al lado, un retrato de la maharaní
Imagen secundaria 1 - Arriba, Anita Delgado con su profesor Narciso Díaz Escovar, con quien mantuvo el contacto a lo largo de los años. Abajo, Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Al lado, un retrato de la maharaní
Imagen secundaria 2 - Arriba, Anita Delgado con su profesor Narciso Díaz Escovar, con quien mantuvo el contacto a lo largo de los años. Abajo, Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Al lado, un retrato de la maharaní

Formadas en las disciplinas de canto y guitarra, las jóvenes, aún menores de edad, se recorrieron la capital en busca de alguna oportunidad hasta que lograron abrirse una puerta en un local de espectáculos llamado Central-Kursaal. La falta de virtuosismo de ambas era compensada por la belleza de las hermanas y su encanto y candidez sobre el escenario, sobre el que comenzaron a anunciarse como las Hermanas Camelias. «Afortunadamente, la suerte ha sido más favorable para éstas (las hermanas) que para sus propios padres, porque las ha llevado por mejores caminos que a ellos mismos (…). Después de una peregrinación por los cinematógrafos sin llamar gran cosa la atención, Anita y Victoria consiguieron debutar en el Kursaal con el nombre de cartel de Las Camelias...», recoge la prensa de la época sobre las hermanas Delgado.

El lugar donde actuaban era frecuentado, además, por notables personalidades de la cultura y el arte de la época, como Valle Inclán, Ricardo Baroja, Julio Romero de Torres o Pastora Imperio, que sin saberlo también tendrían un papel fundamental en el destino de las hermanas.

Seis días antes de la boda real, tuvo lugar la primera señal. Anita y Victoria se dirigían, como cada día, a la función en el Central Kursaal, cuando a la altura de calle Tetuán se vieron envueltas en un revuelo de curiosos que observaban a una de las comitivas de invitados al enlace: ellas se acercaron justo cuando uno de los escoltas del marajá abría paso en la acera. Anita recibió un codazo y a punto estuvo de caer al suelo, según recoge el periodista Julián Sesmero en el libro 'Personajes de Málaga', editado por SUR en 1999. «La queja de Anita por el codazo recibido se cruzó con la mirada de un caballero de aspecto oriental, de regular estatura, muy serio y barbado, vestido a la europea, que le dirige un gesto como pidiendo perdón por el estropicio».

A las pocas horas tendría lugar el segundo encuentro, ya en el local de espectáculos donde Anita y Victoria daban vida a las Hermanas Camelias. Aquella noche, todas las miradas y cuchicheos se dirigían al palco con el invitado más ilustre de la velada: era el marajá, que aplaudía entusiasmado e incluso a destiempo los movimientos de Anita y que se había encargado de averiguar dónde encontrar a aquella chica con la que había chocado unas horas antes. Prendado de su belleza, Jagatjit Singh pidió conocer a la joven, pero la madre se cerró en banda y zanjó que su hija «no era como las demás». Pero el príncipe no se dio por vencido y en las siguientes noches hizo llegar a la malagueña detalles en forma de flores o pequeñas joyas hasta que el interés del exótico príncipe por la bailarina llegó a oídos de Valle Inclán.

La carta de amor... de Valle Inclán

El autor de 'Luces de Bohemia' decidió pasar a la acción y cambiar el rol de escritor por el de 'casamentero'; aunque movido más por el interés social e incluso político de que una española llega a la corte real de Kapurthala que por un afán real de 'celestino'. El primer paso fue convencer a la madre de la joven, que tras la insistencia de Valle Inclán accedió a que sus hijas lo conocieran después de la función. El príncipe indio fue directo al grano y ofreció, a modo de dote, el peso de Anita en monedas de oro: a cambio, se la llevaría a Kapurthala para convertirla en primera dama de la corte. La propuesta generó un profundo impacto en la familia de la joven; pero unas semanas, un anillo y varias conversaciones después con Valle Inclán y sus aliados en el cortejo, los padres de la malagueña cambiaron de opinión, convencidos de que aquel ascenso social sería mucho más sencillo y eficaz que seguir invirtiendo el limitado talento de sus hijas sobre el escenario.

Con el acuerdo nupcial casi cerrado, el escritor sería aún encargado de darle el último empujón. Según relata la escritora Elisa Vázquez de Gey en su biografía sobre Anita Delgado ('Anita Delgado. Maharaní de Kapurthala'. Booket), la bailarina malagueña respondió a las pretensiones del príncipe a través de una carta que dejaba constancia del enorme abismo que había entre ellos, sobre todo en el plano cultural: «Mi querido rey, me alegraré de que al recibo desta esté usté bien, con la cabal salú que yo pami deseo (...)». Aquella misiva hubiera llegado a la residencia parisina del marajá si el pintor Leandro Oroz, miembro de aquellas tertulias valleinclanescas y encargado de hacerla llegar a Correos, no hubiera sucumbido a la tentación de abrirla y leerla durante una tertulia. Valle Inclán, escandalizado por las lagunas ortográficas de la aspirante al trono, la rehizo y enriqueció con su prosa. Fue aquella carta la que terminó de cerrar el compromiso.

La familia Delgado Briones se trasladó a París para adecuar su formación y modales a lo que se esperaba de ellos -sobre todo en el caso de Anita-, incluidos los 20.000 duros que el marajá entregó a sus consuegros «para ponerse a la altura de las circunstancias y del nuevo rango», recoge la prensa de la época. La estancia en la ciudad del Sena también llegó con cambios importantes para Victoria, que conoció a un multimillonario norteamericano con el que contrajo matrimonio.

A los 19 meses de aquella carta de Valle Inclán se celebró la boda: primero con una ceremonia católica en Saint Germain (París) y luego en Kapurthala, donde Anita se convirtió en maharaní por el rito sij. Empezaba entonces, como en el teatro que tanto había frecuentado la malagueña, el segundo acto de su vida; también lleno de giros de guión porque aquel destino le reservaba otra sorpresa: no sería la única dama de la corte, sino la quinta esposa del marajá. Pero ésa es otra historia.

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