Más y más anécdotas malagueñas
La primera. Cuando los Reyes católicos tomaron Málaga se encontraron exactamente a 752 cristianos cautivos, tan extenuados por el hambre que hubo que reconfortarlos con caldo de gallina. El viajero alemán Jerónimo Münzer, que pasó por Málaga en octubre de 1494 –recién conquistada la ciudad–, afirmaba que entre los presos destacaba un anciano de luengas barbas que llevaba encerrado en lúgubres mazmorras la friolera de cuarenta y ocho años. Contaba que la reina Isabel le dijo: «¿Qué hubieras pensado si al primer año de tu cautiverio se te hubiera dicho que todavía no había nacido tu redentor?». A lo que el prisionero acongojado respondió: «Me hubiera muerto de pena».
Otra. El dolmen de Menga posiblemente se llame así por haber sido durante un tiempo la casa de una tal Dominga. En el año 2006, unos arqueólogos de la Junta de Andalucía realizaron un nuevo estudio del monumento megalítico y descubrieron un pozo al fondo del dolmen de veinte metros de profundidad. Era de agua potable y sus paredes tenían unos agujeros tallados en la piedra a modo de escaleras. Había sido cegado a mediados del siglo XVIII con escombros, herramientas de piedra, animales muertos y tejas romanas. La piedra que forma la cubierta del dolmen de Menga pesa ciento cincuenta toneladas, por lo que lo podemos considerar el dolmen más grande de Europa.
Otra más. En todas las pinturas naif de Manuel Blasco aparece un cojo, pues el pintor contaba que en aquella época (la Málaga de principios del siglo XX) había muchos de ellos. Es divertido buscarlos en sus detallados cuadros costumbristas. Si no lo encuentran, seguro que descubrirán en su defecto unas muletas apoyadas en la pared. Manolo Blasco, primo de Picasso, siempre decía que en sus cuadros nunca llovía porque en Málaga siempre lucía el sol.

Y esta otra. La explicación del conocido en Málaga como Palacio de la Tinta, en el paseo de Reding, se debe a que este edificio fue durante muchos años la sede de los Ferrocarriles Andaluces. Al terminar cada día su jornada laboral, salían cientos de oficinistas y escribientes con sus trajes oscuros. Contaba Manuel Blasco que, a vista de pájaro, formaban una mancha negra que se extendía como tinta derramada sobre el paseo de Reding. De ahí el nombre con el que los malagueños bautizaron a este palacio de estilo francés, como los de los bulevares parisinos.
Además. Asegura Juan Eslava Galán, máximo especialista en verdugos y torturadores, que en 1639 nombraron verdugo de Málaga a un tal Juan Bautista de la Cruz, en el que concurría el doble mérito de ser morisco y delincuente habitual. Y añade este genial historiador: «Como era natural, estos improvisados ejecutores de dudosa vocación raramente alcanzaban a ser buenos profesionales, lo que redundaba en desprestigio del oficio». Añadamos de nuestra cosecha que en Málaga el verdugo tenía su morada en una vivienda propiedad del municipio ubicada frente al puente de Santo Domingo, junto a la iglesia del mismo nombre.
Jugar en la plaza de toros
Otrosí. El 8 de abril de 1903 la revista 'El Cardo' revelaba que se había constituido la sociedad Málaga Foot-ball Club. Como carecía de campo propio, tenía que jugar sus partidos en la plaza de toros. Su presidente se llamaba Antonio Carbón. Entre los componentes de esta sociedad espumamos los nombres de Casimiro Franquelo, Ernesto Rittwagen, Jorge Guille, Enrique García de Toledo, Feliciano de las Heras, José Bresca, Francisco Caffarena o José de la Cámara.
Asimismo, en 1928 se proyectó ubicar el aeropuerto de Málaga en una zona situada entre los Guindos y la desembocadura del río Guadalhorce, desde la playa hasta la carretera de Cádiz. La pista de aterrizaje contaría con unos mil seiscientos metros cuadrados.
También. El 8 de agosto de 1920 llegó a nuestro puerto el yate Electra, del célebre inventor Guillermo Marconi. Al parecer, tuvo que atracar en Málaga cuando su barco, que se dirigía a Nápoles, sufrió una avería. El inventor de la comunicación inalámbrica aprovechó el contratiempo para darse un paseo por nuestra ciudad y asistir a una corrida de toros en la Malagueta.
Finalmente. En agosto de 1840 Théophile Gautier estaba en Granada y tuvo noticia de que se iba a inaugurar en Málaga una nueva plaza de toros, la de Álvarez, junto al convento de San Francisco, entre la calle Carretería y el río. Iba a torear el célebre Francisco Montes, Paquiro (al que Lorca dedicó sus conocidos versos), el gran renovador de la tauromaquia e instaurador del toreo moderno. Gautier tuvo muchas dificultades para conseguir una entrada y se dirigió a la plaza cuatro horas antes para no perder su sitio. Al final, la corrida resultó un fiasco ya que Montes despachó a los toros en pocos minutos, lo que despertó la justa indignación del público.
Un obispo santo
El 4 de noviembre de 1704, en plena Guerra de Sucesión, fue nombrado obispo de Málaga el fraile franciscano Francisco de San José. Pertenecía a una familia aristocrática sevillana, ya que era hijo de los condes de Santo Firmio. Sin embargo, quiso renunciar a todo y llevar su voto de pobreza hasta sus últimas consecuencias. Se comportaba con una gran humildad y se trasladaba a todas partes a lomos de una mula, alimentándose de manera frugal y portando una sencilla cruz de madera en vez de una de plata. Andaba siempre con los pobres, entregándoles todo lo que poseía. Agotados los recursos del obispado, iba de puerta en puerta pidiendo limosna. Vivía en el convento de Capuchinos y hasta allí tenían que desplazarse el deán y los miembros del Cabildo para despachar con él. Estos se quejaban de que el obispo no asistía a las ceremonias religiosas y de que «iba por los cortijos, padeciendo graves indecencias su dignidad». Intentó renunciar a su cargo sin éxito. Cuando falleció, en 1713, un canónigo descubrió asombrado que el obispo solo poseía algunas prendas de vestir, un par de míseros platos y otros objetos que no merecían figurar en inventario alguno. Al iniciarse el proceso de canonización se desenterró su cadáver y le faltaba la cabeza. Al parecer, alguien la debió de sustraer por la fama de santidad que rodeaba a fray Francisco.
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