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En la puerta del cole un papá y una mamá dejan a su hijo en las clases de infantil. El pequeño quiere soltarse de la mano: da patadas, se revuelve, empuja, grita, se tira al suelo. «Son cosas de niños, no pasa nada». Sin saberlo, al no frenar esa conducta, los padres están poniendo a su hijo frente a un camino incierto que desde la más tierna infancia puede ir cogiendo inercia y acabar transformando las pataletas en riñas, las riñas en portazos y los portazos en violencia verbal, psicológica y física. Es el germen de la violencia filioparental, la ejercida de hijos a padres, también llamada ascendente.
A principios de este mes distintos operadores jurídicos alertaban del auge de esta violencia, una lacra que lleva unos 200 asuntos anuales a la Fiscalía de Menores de Málaga, pero de la que existe una gran bolsa de casos sin denunciar que –en el mejor de los escenarios– se gestionan al margen de las autoridades. Es el caso de la asociación Filio, un centro único en Málaga que trabaja con unas sesenta familias al año, a quienes ofrece terapias para reconstruir los vínculos que se han roto y poner fin a los golpes que sacuden el hogar.
La asociación, conectada con la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filioparental (Servifip) abre a SUR las puertas de su sede, y su equipo de psicólogos ofrecen algunas de las claves de esta violencia ascendente. Son Mariela Checa, presidenta, psicóloga y técnico del Servicio de Atención Psicológica de la Universidad de Málaga y los psicólogos Ángel García, Marta Cara y Ana Jiménez. Ellos conviven con las expresiones más crudas de esta lacra, pero también presencian la evolución de las familias y la mejoría de los menores que acuden. Juntos comparten una idea clave que marca las terapias: «En la mayoría de los casos, las causas de la situación se reparten entre todo el núcleo familiar».
Los expertos explican que la violencia ascendente responde a múltiples factores que se conectan entre sí, tanto del entorno del menor como del de los padres, conjugándose en un proceso que escala conforme la edad del menor aumenta, hasta que se hace insostenible. La violencia se expresa en todas sus variantes y, por lo general, cuando llegan los golpes estos son sólo la punta de un iceberg compuesto por insultos, amenazas, golpes, rotura de objetos y otras manifestaciones que se van cogiendo fuerza como una bola de nieve imparable.
«La intervención en este tipo de familias ha de ser integral, no sirve de nada actuar con el menor por un lado y la familia por otro», insiste Checa, acostumbrada a que los afectados lleguen a la asociación con horas de consultas psicológicas individuales acumuladas en las que no se han conseguido avances. «Este tipo de violencia versa mucho con emociones muy contradictorias, por un lado tenemos chavales que vienen con irritabilidad, malestar, falta de control de impulsos; y por el otro están las familias, que acumulan sentimientos de culpa y de vergüenza», apunta la presidenta.
Por lo general, una vez que la violencia en el hogar ha llegado a un punto insostenible, el paso más complejo es el primero. «Muchos padres nos dicen que no saben cómo hacer que su hijo acuda a una sesión», pero la magia se produce en la toma de contacto inicial. «En cuanto le quitas al menor la responsabilidad total del asunto y le dices que está presentando los síntomas de un problema que sufre la familia, se relajan y entran directamente en la dinámica», sostiene Checa.
La idea de que el trabajo se hará de forma conjunta y que los cambios se asumirán por parte de todos los miembros de la familia supone una ruptura de esquemas que abre las puertas a la acción y a la reconstrucción de los vínculos, indica Marta Cara. Ángel García lo denomina como «una doble vía». «Trabajamos con los niños pero es muy importante avanzar con los padres, porque la idea habitual es responsabilizar a los menores de todo y traerlos a terapia como una amenaza o un castigo, pero al venir aquí el niño tiene que sentir que va a percibir algo a su favor».
Una vez comienza el trabajo integral en Filio, el equipo de psicólogos va haciendo un análisis de la situación y se van compaginando sesiones hechas a medida. A veces acuden únicamente los menores, otras con sus padres, y se van desarrollando técnicas destinadas a reconstruir el vínculo roto. Antes del Covid se celebraban terapias grupales en las que participaban varios menores para conocer de primera mano los testimonios de iguales que habían superado el trance.
En Filio trabajan habilidades sociales como la asertividad, la forma correcta de hacer peticiones, de poner límites, de decir que no –también a aceptarlo– y de reforzar las conductas positivas de la manera adecuada a las necesidades de cada familia.
Checa considera que hay una «incidencia correlacional» entre separaciones con alto nivel de intensidad y violencia ascendente. «Hay menores que se encuentran inmersos en un divorcio conflictivo y se convierten en moneda de cambio entre los progenitores, lo que lleva en ocasiones a conductas violentas«.
Ana Belén añade que desde Filio están haciendo una investigación sobre esta correlación, en el que se observa que durante el proceso de separación los padres «se pierden» y los límites y las normas que «se difuminan». «Muchas veces empiezan a ser más permisivos, o más autoritarios... hay una fase de inestabilidad en la que se da mucha desorientación y los menores se sienten perdidos, se empoderan y acaban tiranizando la relación«.
En todo este trance influyen las adicciones a las redes sociales, la normalización de la violencia, el aislamiento de la pandemia y una lista casi infinita de factores, pero, al final siempre se encuentra el camino de la reconstrucción. En Filio quieren que las familias que no se atreven a denunciar –por miedo, por vergüenza o las dos cosas a la vez–, sepan que en Málaga hay un recurso, un espacio creado única y exclusivamente para tender los puentes que destruyeron los golpes.
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