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Aún no conoce el idioma. Tampoco ha tenido mucho tiempo para familiarizarse con Málaga, ciudad que lo recibió con un cielo nuboso y los bolsillos vacíos. Archraf tiene 27 años y deja atrás a sus dos padres, que están enfermos; a un hermano menor de edad y dos hermanas casadas. Hace veinte días se lo jugó todo en una patera: viajó desde la parte rural de Casablanca hasta Agadir, desde donde navegaron en dirección suroeste hasta desembarcar en Lanzarote. Archraf forma parte del grupo de miles de migrantes que han arribado en los últimos días a las Islas Canarias dentro de la compleja crisis migratoria que vive el archipiélago.
Su historia hasta llegar a Málaga es la búsqueda de una nueva vida, aunque para emprenderla tuviera que jugársela en una ruleta incierta. Frente al campo de fútbol de la Rosaleda, Archraf relata a SUR su experiencia, ayudado en la traducción por Aima, una compatriota viuda que lo ha acogido en su pequeño piso de la Palmilla –y que se ha sumado a la red de apoyo primario que le ofrece la Asociación Marroquí de Málaga, donde acudió para pedir ayuda el primer día–.
–Yo pregunto, él contesta, ¿tú traduces?
–Yo intento, sí, no hay problema– responde Aima, dispuesta a dar voz a su nuevo protegido.
Sus padres son «muy pobres» y no pueden trabajar porque su salud se encuentra en un estado delicado. Él tiene experiencia trabajando con el acero y el hierro –ha ejercido como herrero en Marruecos y Argelia–, pero hace tiempo que ya no hay hueco para él en los talleres, así que decidió dejarlo todo atrás, guiado, precisamente, por la necesidad de ayudar a los suyos en el futuro. «Quiero enviarles dinero en cuanto pueda», explica tras la mascarilla que le ha comprado su Aima.
«He arriesgado mi vida en el mar para llegar a Lanzarote», relata el joven, recién afeitado en la peluquería de un amigo de su protectora: «Fue un viaje en el que arriesgamos nuestra vida sin saber si íbamos a sobrevivir, si llegaríamos a algún lado o no». Iban 21 personas en la embarcación, pero desde Agadir partieron muchas pateras más. Él sabe nadar, pero muchos de sus compañeros de navegación no. Hacía frío. Hubo muertes a su alrededor. «Había que seguir».
«La policía me cogió al llegar a Lanzarote», relata. Estuvo dos días retenido, periodo en el que le hicieron la prueba PCR. «Después me llevaron a Cruz Roja», y la situación mejoró, porque tenían techo y comida. Allí pudo reponerse de una travesía de cuatro días en un cascarón sobre el océano, donde pasaron «frío y miedo», acentuado por la incertidumbre de si habría tierra a la vista al final del viaje, y sobretodo de si estaría vivo para verla con sus propios ojos.
Cuando llegó a Agadir pagó a «un hombre» para subir a la patera, aunque prefiere no decir cuál fue el precio de su incierta nueva vida. Su intención era llegar a la península, pero Archraf explica que para viajar desde Marruecos a España en un medio de transporte regular hace falta un visado, y ese ansiado documento depende de la capacidad de acreditar una gran capacidad económica, o de estar avalado por algún empresario. La abogada de la asociación Marroquí, Rocío Roca, explica a SUR que sobre el joven recién llegado pesa una orden de devolución a la que su abogado de oficio ha presentado un recurso para que no se ejecute.
Su primer recuerdo del territorio español es el de «muchas personas inmigrantes sentadas en el muelle de Canarias, una imagen de sufrimiento». También le impresionó la cantidad de policía que había, alrededor de todo el dispositivo que había desplegado para ellos.
Por suerte, él tiene un pasaporte en regla, lo que le ha permitido llegar a Málaga. «La Policía nos llevó a todos [los que tenían este documento vigente], y nos dejaron allí». Esta semana llegaron junto a él varios grupos de estos migrantes en unos movimientos autorizados por el Gobierno, como indicó a SUR la Subdelegación, que está priorizando los perfiles más vulnerables.
La ciudad le recibió con lluvia. Era una «mala situación», aunque consiguió llegar hasta la Palmilla, donde se vio abocado a pasar la noche en la calle. Allí conoció a Aima. Entre ambos se ha establecido un vínculo especial: el de la ayuda desinteresada. «Yo en mi casa no tengo una cama para él, le ofrecí el suelo y una manta», explica la mujer. «Tengo un hijo y siento que tengo que ayudarle».
Archraf llamó a sus padres cuando llegó a Canarias, también cuando llegó a Málaga. Les mantiene informados de sus progresos, aunque de momento son pocos. Quiere trabajar, «de lo que sea». Mientras tanto, la Asociación Marroquí está gestionando su asistencia básica, una nueva tabla de salvación en el camino de Archraf, que quiere empezar de cero por los suyos, aunque eso implique arriesgarlo todo en el camino.
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