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JAVIER MORALLÓN
MÁLAGA
Domingo, 9 de mayo 2021, 01:31
Tenemos que ver nuestro estómago como un gran reactor químico donde se van han producir importantes transformaciones del bolo alimenticio recién tragado. Estas transformaciones implican ... a una de las sustancias más peligrosas que se pueden encontrar en la naturaleza, el ácido clorhídrico (HCL). EL pH de esta sustancia es tremendamente ácido y disolvería sin problema cualquier tejido. Pero la mucosa interna del estómago no es cualquier tejido, ya que consigue soportar sin excesivos problemas estas complicadas condiciones.
Este ácido tiene dos funciones fundamentales: ayudar a la digestión de los diferentes alimentos y evitar que la proliferación microbiológica, en los mismos, pueda producirnos infecciones. Son dos cometidos importantísimos pero semejante sustancia hay que tenerla encerrada bajo llaves.
Son los conocidos como esfínteres estomacales. El inferior, el píloro, da paso al intestino y realmente no supone un problema excesivamente grave porque el páncreas se encarga de neutralizar, inmediatamente, la papilla procedente de la digestión estomacal. Pero el superior si puede darnos más de un quebradero de cabeza. Se trata de una zona conocida como cardias que puede no ser todo lo hermética que debiera. La posibilidad de que el alimento que está en el estómago pueda volver al esófago no es un problema menor. En esta zona no tenemos órganos capaces de neutralizar la acidez y las paredes del esófago no están preparadas para soportar semejante ataque. Esto puede derivar en una desagradable acidez que si se perpetúa en el tiempo dará lugar a graves afecciones como el conocido «esófago de Barret» o incluso el temido cáncer de esófago.
Vemos que el píloro tiene la salvaguarda del páncreas para no afectar a las paredes del intestino. Este está atento y baña con bicarbonato los diferentes compuestos que salen del estómago pero ya hemos visto que por arriba la historia puede ser diferente.
En teoría los alimentos no deberían volver del estómago hacia el esófago. Los movimientos peristálticos, el sentido del proceso de la nutrición, la presencia de un esfínter e incluso la gravedad se oponen a ese reflujo pero a veces las cosas no suceden como deberían.
Puede ser un problema de índole anatómico. Este sucede cuando la unión del estómago y el esófago se sitúa por encima del diafragma (músculo que separa la zona torácica de la abdominal) esto puede impedir un cierre correcto y provocar que la comida regrese al esófago después de haber estado en contacto con el ácido del estómago.
Por lógica podemos deducir que vomitar tampoco es una buena idea. Si es algo puntual no pasa nada pero si se vuelve crónico los problemas no tardarán en llegar. Algo especialmente preocupante en casos de anorexia y bulimia.
Una tercera causa está relacionada con nuestra forma de alimentarnos y aquí si podemos actuar.
Nuestra forma de vida influye directamente en nuestro medio interno y el reflujo gastroesofágico no es ninguna excepción.
El consumo de alcohol, tabaco y antiinflamatorios no esteroideos (ibuprofeno y aspirina) van a favorecer la presencia de dicho reflujo. Infecciones como las del Helicobacter pylori pueden romper el equilibrio dentro de la mucosa gástrica siendo uno de los principales responsables de la aparición de úlceras.
En el caso de los alimentos existen algunos sospechosos habituales de los que es mejor no abusar si nos encontramos afectados por la acidez: Chocolate, tomate, cítricos, café, picantes, ajo, cebolla…
La forma de alimentarnos tampoco es ajena. Determinadas acciones pueden favorecer la apertura del esfínter superior gástrico. Algunas son de sentido común. Por ejemplo:
- Comer mucho y rápido dificultan un correcto cierre.
- Las bebidas con gas tienen un efecto parecido ya que aumentan el volumen dentro del estómago y esto facilita el reflujo.
- El exceso de presión sobre la zona estomacal tampoco es buena idea. Ya sea producida por el sobrepeso, por la ropa ajustada o incluso nuestra posición mientras comemos.
La acidez y el reflujo gastroesofágico disminuyen la calidad de vida de millones de personas de forma notable, pero igual no se trata de una maldición divina en la que no podemos actuar. Buenos hábitos alimentarios e incluso posturales nos pueden ayudar más de lo que pensamos y ahorrarnos un dinero en antiácidos. De hecho un reciente estudio sitúa a la leche fría como el mejor remedio a utilizar en caso de que ardamos por dentro, mejor incluso que el propio bicarbonato sódico.
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