Diario de un espeleólogo
Una jornada de exploración en la sima Ilamina, una de las más profundas del mundo, bajo el Pirineo navarro
Domingo, 6 de octubre 2019, 19:01
Son las 6.00 a.m. en mi moderno reloj de última generación que todo lo mide, desde la frecuencia cardiaca hasta todo tipo de funciones deportivas imaginables. Pero le falla una muy importante, la alarma sonora. No tiene, obligándome a estar pendiente toda la noche de su pantalla led. Y es curioso, porque en este lugar situado a mil metros de profundidad en una gran cavidad pirenaica, hablar de 'amaneceres' es una sensación real pero muy peculiar. Me encuentro en un vivac subterráneo junto a mis compañeros de exploración Miriam y Unai. El nuestro es uno de los grupos de trabajo que nos alternamos en la exploración de un nuevo río descubierto el año pasado en el transcurso de la anterior expedición científica.
Este nuevo afluente, bautizado como río Linzola, discurre por las profundidades de la mítica sima BU-56 ó sima de las Puertas de Ilamina (en vasco, Ilaminako Ateetako Leizea), descubierta en los años 80 y que fue objeto de deseo de numerosos colectivos de espeleología y expediciones de toda índole y nacionalidad, que ansiaban descender hasta sus -1.338 m de profundidad. Esta cifra, nada despreciable incluso a día de hoy, fue objeto de mención en el libro Récord Guinness de la época como la segunda más profunda del mundo.
Para los profanos en esta actividad el reto es mayúsculo, y el espeleólogo lo sabe. Los días previos de porteos y organización son en realidad una pequeña preparación mental hasta el momento de estar en la boca de la sima con todo el material necesario para progresar revisado una y mil veces. Arnés, descendedor, bloqueadores, iluminación, baterías de repuesto, comida y un sinfín de enseres inevitables que engrosan nuestra maldecida saca de transporte. El viaje subterráneo comienza y nuestras caras de seriedad lo atestiguan justo hasta el momento en que nos colgamos de la primera cuerda del pozo de cabecera, donde los nervios remiten.
Por delante nos enfrentamos a una autentica 'gynkana' de obstáculos y kripto-paisajes de lo más variado en un recorrido de ocho kilómetros hasta alcanzar la punta de las exploraciones. El descenso se inicia con un tramo de 400 metros de pozos verticales equipados con cuerda fija y alternados con pasajes angostos de apenas dos palmos de anchura donde las sacas personales con el material son complicadas de gestionar. Posteriormente se recorre el llamado Kaos Reptante, de 500 metros de longitud, galería meandrosa y estrecha que conecta extrañamente con la galería del vivac 1 (-500 m) lugar donde aparece el río Budogia. La cavidad se amplía y recorremos este cauce unos dos kilómetros sorteando pequeños saltos de agua, tramos inundables, zonas de gateras y diversas galerías hasta toparnos con la inmensa sala Ronkal, de 600 metros de desarrollo y 100 metros de desnivel, repleta de grandes bloques. En su extremo final se localiza el vivac 2 (-770 m), lugar que nos aporta tranquilidad por la ausencia de ruido del agua, cuyo cauce fluye por debajo de la enorme bloquera.
La sima bu-56: 40 años de exploraciones
La Unión de Espeleólogos Vascos (UEV) organiza y promueve desde 2011, en colaboración con la Federación Navarra de Espeleología (FNE), un proyecto de re-exploración de la BU-56 y de otras cavidades relacionadas con su cuenca de captación hidrológica. 40 años han pasado desde su descubrimiento en el verano de 1979 por los jóvenes espeleólogos Iñaki Ortillés (Grupo Satorrak de Pamplona) y Jean François Pernette (S.C. Frontenac de Burdeos).
A partir de este punto se desciende al cañón Ronkal, sector acuático de 250 m jalonado de marmitas que impone por la fuerza y sonoridad del agua unido a la oscuridad de la roca que lo forma. Se trata de uno de los puntos temidos por los espeleólogos ante la posible crecida del río. Superado este, la cavidad adquiere sus cotas de mayor belleza y volumen. Se progresa por enormes salas como la Lapakiza y Ukerdi, donde la luz de nuestros modernos sistemas led se pierde. Son espacios cuya morfologia desconciertan tanto por su grandeza como por la proliferación de espeleotemas, formando costras calcáreas, estalactitas, coladas, etc.
Un paso difícil
A mil metros de profundidad la galería se cierra en un laminador, obligando a superar un paso bajo inundable que puede sifonarse en caso de crecidas del río. Es nuestro principal talón de Aquiles y nos marca los tiempos y actividades en la sima. Al otro lado se abre la Gran Galería Belagua, de cerca de un kilómetro de desarrollo y 50 metros de anchura, que desciende hasta la sala Ondarreta, punto donde se sitúa el vivac 3 (-1.035 m). En este lugar se unen los llamados ríos de Linza, y concretamente el río Linzola, donde actualmente se explora. El resto de la cavidad hasta el primer sifon es una sucesion de salas y tramos acuáticos del ahora bautizado río Rincón de Belagua hasta la cota -1.276 metros.
Nuestro equipo, el segundo programado en descender a la cavidad para seis días consecutivos, vivió ayer una de las exploraciones más importantes y satisfactorias que todo espeleólogo quiere realizar alguna vez en su vida. Y no es para menos, dado el esfuerzo y tenacidad que se requieren en este tipo de actividad para lograr resultados de cierto interés. Nuestros colegas del equipo anterior nos dejaron la misión de continuar una escalada de 25 metros que remonta una imponente cascada en un ensordecedor cañón y donde una corriente heladora atenaza los músculos. ¡Y así fue! Tras superar este obstáculo relativamente rápido y dejarlo correctamente equipado e instalado con cuerdas, exploramos con nerviosismo y éxtasis cerca de 1,5 kilómetros del nuevo tramo del río Linzola.
Somos pequeñas luciérnagas avanzando por un mundo subterráneo grandioso y hostil
Unai es el primero en avanzar y nos guía remontando el espectacular cañón salpicado de pequeños saltos, cascadas y marmitas de agua. Posteriormente le siguen grandes galerías fósiles y nuevos saltos de agua hasta alcanzar una sala de considerables dimensiones. Finalizamos nuestra exploración por falta de medios técnicos y alucinados con la fortuna de ser los primeros en recorrer este recóndito sector de la cavidad.
De regreso al confortable vivac, y con la cabeza aún en ebullición, nos asaltan los miedos ante nuestra soledad, donde cualquier error puede comprometer nuestra seguridad. Somos como pequeñas luciérnagas avanzando por este grandioso y hostil mundo subterráneo, hasta que dos días después nos cruzamos con alegría con los miembros del nuevo equipo, que será el encargados de realizar la topografía y documentar con solvencia lo descubierto.
Y así sucesivamente, se irán relevando los equipos de trabajos de profundidad. Mil nombres me vienen a la cabeza; Josu, Mikel, Txandi, Martin, Hektor, Josefo, Lin, Rubén, Esther, Unai, Pedro, Arturo, José Ignacio, Idoia y otros tantos compañeros, amigos y colaboradores que trabajan incansables tanto en la exploración de cavidades como en las innumerables labores que se requieren para poner en marcha una aventura de este calado.
La ascensión
Son las 6.15 a.m. y me revuelvo en el confortable saco de dormir dentro de un vivac subterráneo bajo centenares de metros de roca calcárea. La temperatura ronda los 5º y la humedad es de 99%. Aviso a mis colegas, ya que tenemos una larga y dura jornada de ascenso hasta alcanzar el vivac a 500 metros de profundidad, desde donde saldremos un día después al exterior. El vivac de -1.000 metros está enclavado en la denominada sala Ondarreta, y mientras desayunamos frugalmente oímos a escasos metros bajo nosotros el fluir tranquilo de las aguas del río Linzola, culpable de nuestras aventuras, sueños y esperanzas.
(Días después, y desde este lugar, se logró realizar con un equipo de profundidad una comunicación subterránea con el exterior a través de un moderno aparato de transmisiones llamado 'Nicola'. Se trata de la primera vez que se consigue una transmisión a esta profundidad en esta cavidad, un hito de enorme relevancia para nuestros intereses y un objetivo obstinadamente perseguido).
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