Mi Rolls y yo
Cada propietario tiene sus manías y alguno hasta lo ha reparado con sus propias manos. El de Granada compró uno de Isabel II, al de Valencia no le gusta que le pongan un dedo encima y el de Cantabria dice que lo mejor es ir sentado detrás
fernando miñana
Domingo, 16 de octubre 2016, 00:10
Yo soy un pelagatos», advierte José Ángel Alonso como si tuviera que excusarse por poseer un Rolls Royce, quién sabe si la marca que más se asocia con el lujo o, al menos, con las élites. Este vecino de Suances, en Cantabria, tiene uno en perfecto estado, un Silver Cloud bicolor, chocolate y beige, de 1959, pero asegura que ya se le pasó el fervor por los coches antiguos y que los ha ido vendiendo. Le queda el Rolls, pero si alguien acude con un buen fajo de billetes no descarta empaquetarlo.
La marca ha cumplido 110 años desde que se asociaron Charles Stewart Rolls, un aficionado a la aviación, de familia bien, que estudió en Cambridge, con Frederick Henry Royce, que se definía como un simple mecánico, cuando en realidad era un perfeccionista y un amante de los detalles que cautivó a Rolls con un prototipo en el que creyeron ver la forma de combatir desde las Islas Británicas el empuje automovilístico que venía del continente.
Su primer producto en el mercado fue el Silver Ghost y un socio del rico Rolls, Claude Johnson, se encargó, con sus habilidades como publicista, de convertirlo en objeto de deseo y símbolo de distinción. Su eslogan era demoledor: «El mejor coche del mundo». Al principio las dos erres eran rojas, pero cuando murió Rolls, en 1910, una pasó a ser negra. Lo mismo sucedió con la segunda cuando Royce falleció, en 1933.
Su leyenda fue creciendo al convertirse en carroza de reyes y jefes de Estado. El fabricante cuidaba hasta el último detalle del vehículo. La madera salía de los bosques de California. La piel, de las vacas de Escandinavia, donde hay menos insectos y alambres de espino que afecten al cuero. Por cada coche se necesitan diez o doce reses y solo una de cada 500 supera los controles de calidad.
Algunos de los propietarios desconocen estas leyendas, como el radiador que evoca al frontón de un templo griego donde las barras se arquean ligeramente para dar el efecto óptico, como con las columnas del Partenón, de que son completamente rectas. Pero todo buen coleccionista cae rendido ante el mito británico y adora ponerse al volante y admirar, cortando el horizonte, la silueta de El espíritu del éxtasis, la figurita que a primera vista parece una mujer alada, pero que, en realidad, es el cuerpo de una dama jugando con los pliegues de una túnica que cede al empuje del viento. Miden 7,5 centímetros y se fabrican artesanalmente. Esto permite incluir variaciones, como una pequeña genuflexión en las figuras que van para los Rolls de alguna casa real.
De negoción a devoción
Como uno de Isabel II que acabó en las manos de Francisco Molina, conocido como Paquito el del gasoil en el granadino valle de Lecrín. Este hombre de 76 años, hijo de guardia civil, empezó casi de niño como guarnicionero, luego abrió un taller de bicicletas en El Padul y en 1958 amplió el negocio mecánico. Ya se ha jubilado, pero no suelta la llave inglesa. «Abrí con un martillo, unos alzantes y un destornillador. Y mira ahora. Por aquí han pasado durante estos años más de doscientos aprendices».
En 1970 le echó el ojo a un Rolls Royce que provenía de Gibraltar y se lo apropió en una subasta. Las cuatro toneladas de coche no llegaron impolutas y le tocó remangarse. «Estaba destrozado y encima, como era blindado, era durísimo. Hubo que pedir varias piezas a Inglaterra. Ahora lo tengo al último grito: te quita el hipo». El Shadow lo saca para los rallys de coches históricos y a veces se da una vuelta con él por el valle a pesar de la incomodidad de llevar el volante a la derecha. Todos se giran para verlo porque, cree, solo hay uno más en toda Granada.
Disfruta mientras puede porque intuye que cuando él se vaya se perderá todo. «No tengo nietos y las dos nietas no se asoman ni a la puerta. No tengo descendientes que me ayuden y estoy prácticamente solo en esto».
José Ángel Alonso se interesó más por la posibilidad de negocio que ofrecían los coches despampanantes. Hace años compró un Jaguar, el Rolls Royce y un Cadillac descapotable que llegó a aparecer en la película Primos. Aunque en el caso del Rolls se encaprichó con el modelo Silver Cloud. «Luego es un rollo porque te tienes que dedicar mucho a ellos, pero del Rolls no me he desprendido. Lo tengo en el garaje destapado porque si lo cubro pierde la gracia. Es como tener un cuadro y meterlo en una funda. A mí me da satisfacción verlo y una vez al mes lo saco».
A este cántabro de 53 años lo que más le fascina es que es un vehículo que no pasa de moda. «Le gusta a todo el mundo: señores mayores y chavalillos. En cuanto lo ven, sacan corriendo el móvil para hacerle una foto. Y luego está que tiene 57 años y va fenomenal». Para probarlo recuerda los dos viajes que ha hecho a Francia, aunque introduce un matiz a tener en cuenta: «Lo realmente cómodo es ir detrás, es como viajar sentado en un sofá. Y como está tan bien diseñado incluso tienes una gran panorámica».
Lo encontró en Sudáfrica
Alonso aún recuerda cuando se lo trajeron de Alemania, donde se lo compró a un hombre que, a su vez, lo había adquirido tras negociar con un neoyorquino que vivía en la Quinta Avenida y que lo había encargado, por lo que excepcionalmente lleva el volante a la izquierda. El primer día se subió asustado: no estaba acostumbrado al cambio automático, tiene un tamaño considerable y no iba muy bien de frenos.
La mejor colección está en Vizcaya
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Miguel de la Vía, un enamorado de los coches que murió en 2009, a los 77 años, reunió la mayor colección de Rolls Royce de toda Europa y una de las mejores del mundo. En Galdames, a apenas 30 kilómetros de Bilbao, se pueden contemplar 75 vehículos, de los cuales 45 son de la marca de la dble erre. Gran parte de su valor reside en que todos los modelos están fabricados entre 1910 y 1998, algunos encontrados en lugares tan sorprendentes como un pajar. Al principio solo se abría el museo el día de Santiago, pero un año acudieron 5.000 visitantes y desde entonces se puede recorrer todos los domingos, de 10.00 a 15.00 horas.
Ahora ya lo disfruta y se beneficia de su influencia. «Con otro coche te preguntan antes de entrar a los sitios, con el Rolls primero te dejan pasar y luego te preguntan quién eres». Aunque uno de sus momentos predilectos es cuando se sube a los asientos con su hija de 21 años, que adora el cochazo y le suplica que no lo venda.
Un rápido rastreo por España permite comprobar que quien tiene un Rolls Royce generalmente posee más coches históricos. Como Jesús Gutiérrez, quien abre las puertas de su casa y descubre al visitante una nave repleta de máquinas deslumbrantes. «Pero estos son los clásicos, no los históricos», se apresura a matizar antes de subir a una segunda planta donde uno cree estar viviendo un sueño delante de 10 o 15 joyas que solo ha podido ver alguna vez en películas de época.
Este valenciano de 76 años no los alquila ni los cede. Sus coches se miran pero no se tocan. No solo porque sean un bien muy preciado y con un evidente valor crematístico, sino porque los ha restaurado pacientemente con sus manos en el taller que tiene un poco más arriba de esta nave consagrada a las carrocerías del siglo XX. Desde hace 25 años. Un mecánico, un peón y él.
Atrás quedaron los años como tiburón de la construcción. Un problema de espalda y dos operaciones motivaron que el médico le preguntara, mirándole a los ojos, si quería ser el más rico del cementerio. Dejó el trabajo y se encerró en el taller. Un coche, luego otro y otro más. Allí los arreglan con la paciencia de un orfebre. «Somo un grupo de amigos que vamos viajando por todo el mundo, por las ferias, en busca de estos vehículos».
El Rolls lo encontró en Sudáfrica, pero estaba en muy mal estado, así que Jesús y su equipo se tiraron catorce meses para dejarlo como nuevo. Ahora reposa en este santuario donde uno podría peinarse mirándose en el reflejo del suelo, bajo unas cámaras que siguen cada movimiento y donde las ruedas se elevan un palmo para que no se abomben.
Un Cadillac de 1906, dos Bentley, el Rolls Royce... Una colección que le da la vida. «Ahora compito en restauración. Cuando entro en el garaje los cuento, los admiro y me da una gran satisfacción tenerlos. No vendo ni uno». Del Rolls, lo que más le gusta es el frontal. «Es muy bonito. Y de los más modernos de los antiguos».
Es feliz entre su colección. Todos llevan la matrícula encabezada por la letra H, de históricos, y acabada en una triple B. «A mí nunca me ha gustado conducir», sorprende de repente. «Yo, ahora que tengo 76 años, voy al lado de Toni Puig, que es mucho más que mi mecánico, es mi amigo, mi hermano pequeño». Quiere a su compañero y le admira. «Nunca ha desmontado un motor que luego no haya funcionado al montarlo. Es de los mejores que he tenido». Juntos han emprendido un nuevo viaje y este fin de semana están en Torremolinos, Málaga, en una concentración. Allí se acercará la gente a contemplar su Rolls Royce de 1948, pero sin cogerse muchas confianzas. «Procuro que no se acerquen mucho», recuerda.
Aunque a él lo que realmente le apasiona es restaurar, pieza a pieza, una nueva adquisición. «Hay noches que no pego ni ojo pensando en cómo resolver un problema de mecánica», confiesa mientras mira de reojo la mítica furgoneta de Volkswagen que tiene destripada en el taller. Es la segunda que adquiere. La primera que restauró llevaba 25 años debajo de un algarrobo de su pueblo.
Ninguno de estos tres propietarios necesita chófer. Aunque no valdría uno cualquiera. Rolls Royce desarrolló el Programa White Gloves (guantes blancos) para formar adecuadamente a los conductores profesionales. El curso lo imparte Andi McCann, que durante años fue el encargado de llevar a los directivos de la casa.
El chófer debe vestir traje negro, corbata con nudo Windsor que combine con el cinturón y zapatos de cuero bien lustrados y con suela de piel. El conductor debe acudir a su encuentro con el pasajero, ya con el itinerario preparado, tres minutos antes de la hora acordada. Lo primero que hará será coger su equipaje y llevarlo, sin arrastrarlo aunque lleve ruedas, hasta el maletero. Lo cargará a la vista de su dueño y luego le abrirá la puerta del asiento contrario al suyo. Después cruzará por detrás del coche y se pondrá al volante. Los detalles, siempre primordiales para Rolls Royce.
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