A la cárcel por estresado
En Corea del Sur se han inventado la prisión voluntaria. Los ‘reos’, sin delitos, viven en celdas y pagan 55 euros al día: «Es muy sofocante, pero te hace parar y mirar en tu interior»
Zigor Aldama
Lunes, 15 de diciembre 2014, 01:07
Podría ser una cárcel cualquiera: barrotes, celdas de 5 metros cuadrados, pesadas puertas con trampillas del tamaño justo para dejar pasar una bandeja con comida y prisioneros identificados por un número que son confinados en solitario embutidos en uniformes azules. Pero este correccional construido en un minimalista edificio azul de Hongcheon, a unos 90 kilómetros de Seúl, no tiene nada de convencional. Sus reos no han cometido delito alguno. De hecho, han ingresado en las instalaciones por voluntad propia y pagan en torno a 55 euros por cada día que pasan encerrados. Es La prisión en mí, ideada para que los cientos de surcoreanos que pasan por ella encuentren la paz que les niega la estresante vida del país.
«Estar en la cárcel es muy sofocante, porque tengo unas restricciones físicas, pero a la vez resulta muy edificante, porque puedo detenerme a mirar en mi interior y hablar conmigo mismo», asegura uno de estos presos, Park Woon-sub, en un breve documental realizado por la periodista surcoreana Jaeyeon Woo para el diario The Wall Street Journal. Precisamente, la meditación es el objetivo del lugar. «Espero que nuestros clientes puedan tomar un respiro y pensar sobre sus vidas», explica el creador de esta curiosa iniciativa, Kwon Yong-seok. «Yo a veces camino hacia atrás solo para fijarme mejor en el camino que he recorrido. La gente está demasiado obsesionada con el futuro y se olvida de su pasado. Pero a veces es necesario pararse a pensar en lo que uno ha hecho, y aquí ayudamos a lograrlo».
No es fácil. En La prisión en mí lo que más les cuesta a estos convictos voluntarios es abandonar sus teléfonos móviles, aparatos que, según Kwon, «nos han hecho esclavos y nos impiden reflexionar». No obstante, dada la tensión que provoca su ausencia, los prisioneros pueden consultar sus terminales una vez al día. También participan en reuniones grupales y en clases de meditación. Todo vale para conseguir desconectar de una de las sociedades más estrictas del mundo, en la que frenar el monstruoso índice de suicidios se ha convertido ya en una de las prioridades del Gobierno.
El estrés y la desesperación son males que se expanden rápido por los países asiáticos más desarrollados. Afecta sobre todo a jóvenes y adolescentes, y se manifiesta de formas muy diferentes. En Japón, por ejemplo, existe un grupo de gente que decide aislarse del mundo y vivir encerrada. La diferencia con La prisión en mí es que la cárcel es su casa y que el confinamiento puede llegar a ser permanente. Son los hikikomori, literalmente los que se apartan. Y entran en esta categoría todos aquellos que se niegan a abandonar su vivienda algunos ni siquiera salen de su cuarto al menos durante seis meses. En muchos casos, son años. Incluso décadas.
No muy lejos, en China, lo que preocupa es la adicción a los juegos en internet. El Gobierno estima que existen más de 60 millones de adolescentes y de jóvenes que utilizan la red durante más de seis horas al día con fines lúdicos, algo que supone un drama familiar porque la mayoría de quienes sufren esta desviación social suele abandonar los estudios y recluirse en los cibercafés, donde rompen con casi todas las relaciones interpersonales.
Para atajar el problema de raíz, han aparecido hasta 300 centros en los que se interna a los chavales con el fin de reconducirlos a lo socialmente aceptable a través de una disciplina militar que algunos tachan de tortura.
«Máquinas de trabajar»
Trent Bax, un sociólogo neozelandés especializado en traumas sociológicos de los jóvenes asiáticos, es uno de los que tacha este método de «brutal». «La rigidez social de algunos países asiáticos, sobre todo de Corea del Sur y Japón, y la obsesión con el estudio y el desarrollo profesional hacen que la situación sea mucho peor que la de Europa, y que la rebeldía propia de la adolescencia se manifieste de forma más extrema. El fácil acceso a internet a través del móvil no hará sino recrudecer el problema en el futuro», avanza en una entrevista con este periódico celebrada en la Ewha Womans University de Seúl, donde Bax da clase.
Allí, también estudia otro asunto peliagudo: la violencia escolar. «Después del suicidio de varios niños que dejaron notas muy detalladas de todo lo que habían sufrido en el colegio, el Gobierno ha comenzado a actuar, pero es muy difícil conseguir resultados positivos si no se trata de darle un vuelco a la sociedad en su conjunto. Porque tanto las reclusiones voluntarias de jóvenes como la extrema violencia que ejercen algunos está íntimamente relacionada con valores que reducen a los individuos a máquinas de trabajar sin apenas autonomía para hacer cualquier otra cosa».
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