Ciudadanos de la Yihad
El Estado Islámico intenta replicar en su territorio algunos rasgos de un país convencional. Su última iniciativa es acuñar su propia moneda
carlos benito
Lunes, 8 de diciembre 2014, 00:16
Ya casi se ha convertido en un cliché la afirmación de que el Estado Islámico «no es ni estado ni islámico». Es un mensaje conciso y tajante en el que han insistido líderes de la política mundial como Barack Obama o Hillary Clinton, y que cada vez reaparece más a menudo: hace un par de semanas, el propio Ministerio del Interior español pedía que se dejase de emplear esa denominación, utilizada por los terroristas desde que se proclamaron califato, y proponía que en su lugar se les designe como Daesh, una palabra que se corresponde con las siglas árabes de Estado Islámico de Irak y Levante. Según el ministerio, ese acrónimo desagrada profundamente a los líderes del grupo, que ahora mismo domina entre 30.000 y 80.000 kilómetros cuadrados repartidos entre Siria e Irak, es decir, un área que -según las diferentes estimaciones- puede equivaler a la de Bélgica o a la de la República Checa.
Los símbolos
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'Musulmanes, ha llegado el amanecer' Esta canción fue lanzada por la Ajnad Media Foundation a finales del año pasado y su creciente popularidad la ha convertido en el himno oficioso del Estado Islámico. Puede encontrarse fácilmente en YouTube, acompañado de imágenes más o menos agresivas. El periodista británico Alex Marshall, experto en himnos nacionales, ha dicho que suena como «una cinta para hacer meditación», aunque su letra sea una llamada a la yihad.
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El dinar islámico
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El Departamento del Tesoro del autodenominado califato ha difundido a través de un comunicado su propósito de acuñar monedas de oro, plata y cobre. Habrá siete piezas dierentes, en cuyas improntas se reproducen imágenes como las espigas de trigo (el dinar de oro), la mezquita de Al-Aqsa (los diez dirhams de plata) y las palmeras (los diez fils de cobre).
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La bandera El Estado Islámico utiliza el estandarte negro, vinculado tradicionalmente con el extremismo yihadista. En su versión figura la shahada o profesión de fe musulmana.
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8 millones de personas es la estimación más alta de la población en el territorio controlado por el Estado Islámico.
Desde luego, los mapas que muestran la evolución de este territorio se han ido asemejando cada vez más a un Estado, por mucho que el control sea a veces más teórico que otra cosa, sobre todo en las vastas extensiones con población muy escasa. Los propios dirigentes del califato se esfuerzan en reproducir los trazos fundamentales de un país convencional, a la vez que se presentan como la estructura llamada a regir «la tierra del Islam» en su conjunto. «Basta con leer los diferentes números de las publicaciones que han diseminado desde el pasado verano para observar que intentan replicar a una autoridad estatal en los distintos ámbitos de la gestión de los servicios públicos, desde los programas educativos hasta la política agrícola o el orden público. Con ello tratan de recabar el asentimiento de la población combinando legitimación y coacción», analiza Fernando Reinares, investigador principal de terrorismo internacional del Real Instituto Elcano.
El último movimiento ha sido el anuncio de que pretenden acuñar su propia moneda. Con sus dinares, dirhams y fils de oro, plata y cobre aspiran a acabar con el «tiránico sistema monetario» y la «usura satánica» que han «esclavizado y empobrecido» a los musulmanes. Hasta ahora, las transacciones en su territorio han seguido utilizando el dinar iraquí y la libra siria, con el dólar estadounidense y el euro como divisas para el comercio exterior. No está claro de dónde van a sacar el metal necesario para poner en marcha la ceca, pero ya han difundido al mundo los diseños de las nuevas piezas: llevarán la leyenda 'El Estado Islámico, un califato basado en la doctrina del Profeta' y mostrarán imágenes simbólicas como una espada, un minarete, siete espigas de trigo, la media luna o la mezquita de Al-Aqsa de Jerusalén. Su profundo rechazo hacia el sistema monetario internacional, por cierto, no les ha impedido acumular unas buenas reservas de fondos: se calcula que se llevaron de Mosul dinero en metálico equivalente a unos 400 millones de euros, y que las ventas clandestinas de petróleo les han llegado a aportar hasta tres millones diarios.
Un objeto sagrado
Los dinares difícilmente llegarán a tener ninguna utilidad fuera de su territorio, pero se suman a los demás símbolos de este Estado que nadie reconoce, con su tensa dualidad entre lo nacional y lo universal. A modo de bandera, los terroristas enarbolan el estandarte negro, una insignia tradicional islámica, sobre la que en su caso aparece inscrita la shahada o profesión de fe: «No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta», según la traducción más habitual al castellano. La primera parte de esta fórmula consta en la parte superior de la bandera, mientras que la segunda está inscrita en el círculo central, que representa el sello de Mahoma. La presencia de la palabra 'Alá' convierte inmediatamente el trapo en un objeto sagrado, de manera que ningún musulmán debería cometer el sacrilegio de faltar al respeto a la bandera, por mucho que discrepe de los planteamientos del Estado Islámico. Es algo similar a lo que ocurre con la enseña saudí, donde también aparece la 'shahada', una circunstancia que ha dado lugar a conflictos inesperados, como las protestas oficiales cuando la FIFA la incluyó entre las banderas que adornaban un balón.
El Estado Islámico cuenta además con algo parecido a un himno, aunque sea oficioso. Por chocante que pueda resultar, los terroristas han establecido una 'factoría' de canciones, la Ajnad Media Foundation, dedicada a producir y difundir 'nasheeds' de orientación yihadista. Estas composiciones son básicamente interpretaciones a capela, con voces masculinas sometidas a diversas manipulaciones electrónicas y acompañadas de efectos de sonido. «Los 'nasheeds' son un efectivo instrumento de propaganda. No solo apelan a la razón a través de los textos, sino que también afectan al alma analiza Behnam Said, un experto en el tema de la Universidad de Jena, en Alemania. Están muy extendidos a través de internet, así que no solo quienes forman parte de movimientos yihadistas pueden acceder fácilmente a este material, sino también sus simpatizantes». Dentro de este peculiar corpus de canciones, una se ha impuesto hasta servir como representación sonora del Estado Islámico: su título se podría traducir como Musulmanes, ha llegado el amanecer y la letra incluye versos como «no desesperéis, la victoria está cerca, ha surgido el Estado Islámico» o «Alá es nuestro señor, así que ofrece tu sangre». La melodía, todo hay que decirlo, es cautivadora y pegadiza, aunque empieza a inquietar cuando suenan de fondo espadas al desenvainarse, ejércitos en plena marcha y disparos.
Cabezas expuestas
«Están mostrando una gran habilidad para utilizar en su favor símbolos y para manipular con propósitos de propaganda toda una serie de referentes a los que son particularmente sensibles muchos musulmanes de todo el mundo», comenta Reinares. El problema es que, del mismo modo que intimidan al resto del planeta con sus heladores vídeos de decapitaciones, su proceso de construcción nacional no se limita a la adopción de símbolos más o menos asumibles por la población, sino que se sustenta en una salvaje represión interna. El reciente informe de la ONU sobre las condiciones de vida en la parte siria del Estado Islámico es una lectura dolorosa. Allí se comprueba que, efectivamente, los terroristas están gobernando sus dominios: cuentan con «una administración primitiva pero rígida» que se compone de fuerzas de seguridad, policía moral, tribunales y equipos de propaganda, además de los funcionarios iraques y sirios a los que han hecho jurar fidelidad, y mediante esa estructura van logrando que el país siga funcionando. Pero, a la vez, han instaurado una dictadura del terror, con expulsión de todas las minorías, enclaustramiento forzoso de las mujeres, ejecuciones en plaza pública -por decapitación, fusilamiento o lapidación, con los cuerpos y cabezas expuestos después en cruces y picas-, amputación de la mano a los ladrones y administración de latigazos por delitos como fumar un cigarrillo, no asistir a la oración o lucir algún tatuaje.
«A buen seguro que un porcentaje muy importante de la población vive atemorizada por las sanciones tan extraordinariamente brutales con que los yihadistas amenazan a los potenciales disidentes -analiza el especialista del Real Instituto Elcano, que a continuación advierte-. Pero, para imponer su dominio sobre un territorio tan extenso, necesitan un monto más que significativo de apoyo social, procedente de musulmanes entusiasmados con la idea de edificar una sociedad islámica totalitaria».
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