Los espíritus indios no van a las urnas
Las tribus de Brasil viven más preocupadas de los madereros y de las flechas de Los Bravos, indígenas en guerra con todos los demás, que de las elecciones
fernando miñana
Martes, 30 de septiembre 2014, 01:19
Nilson Tuwe es hijo del jefe de la tribu Huni Kui, establecida en el estado de Acre 700.000 hectáreas, al noreste de Brasil. Este joven decidió, con 29 años, marcharse de la Amazonia, de aquel recóndito lugar en la frontera con Perú, para cumplir su sueño de vivir y aprender en Nueva York, en el centro del mundo. Salir de allí le costó su tiempo. De entrada, un viaje de cinco horas en barco hasta la primera ciudad. Cuando aterrizó en la Gran Manzana, impresionado por aquel caos espectacular, aseguró que su cuerpo había viajado más rápido que su espíritu.
Su alma aún estaba en Brasil, donde los Huni Kui (gente verdadera) siguen practicando sus ceremonias atávicas en el árbol sagrado, una ceiba del tamaño de la Estatua de la Libertad, que hay a las afueras del poblado. Rituales que también perviven en las tribus vecinas, como los Ashaninka o los Madija, poblados hartos de las peligrosas visitas de Los Bravos, los indígenas que viven aislados y que solo se asoman para robarles o atacarles: se llevan cacerolas, cubiertos y ropa. Txate, el jefe de la tribu Ashaninka, un sabio de 77 años, ve en sus furtivos vecinos a unos bárbaros. «Viven desnudos, usan otra lengua y no quieren dialogar. Están en guerra con todos y si se acercan es para dispararnos sus flechas».
Aunque más miedo que los arcos dan los revólveres y rifles de los madereros que devoran de manera ilegal su masa forestal para enriquecerse. Las tribus han pedido auxilio a las ONG y al Gobierno, no muy conscientes de que el próximo 5 de octubre se celebran los comicios para elegir al nuevo presidente de Brasil.
La campaña electoral avanza dando la espalda a los cerca de 900.000 indígenas que pueblan el 12% del territorio brasileño. Para las élites del país, los indios no pintan nada. Ni siquiera resulta esperanzador que una de las candidatas con más opciones, la ecologista Marina Silva, haya nacido en el estado de Acre, que venga de la Amazonia, como ellos: esta mujer, que empezó a trabajar en el caucho a los 10 años, dejó su tierra a los 15 para aprender a leer y escribir. Muchos ven en esa decisión una traición. Aunque ese era el primer paso, no ya para convertirse en candidata a la presidencia de Brasil, sino simplemente para poder votar, pues los analfabetos no tienen derecho a pasar por las urnas.
El caso es que nadie escucha a los indios, que piden a las autoridades que dejen de mirar para otro lado en asuntos tan graves como la tala de árboles, el narcotráfico o las prospecciones petrolíferas. Sus intereses también pasan por aspectos más mundanos, como disponer de una mínima asistencia médica. Porque, solo en 2013, murieron 920 niños indígenas por enfermedades curables.
Brasil se debate entre dos aspirantes, la presidenta Dilma Rousseff, del PT, que domina las encuestas con escaso margen, y Marina Silva, a quien muchos acusan de ser más de los mismo porque en su día fue ministra de Medio Ambiente de Lula da Silva. Tras ellas figura Aecio Acebes, del PSDB, que lleva 12 años en la oposición y que ya acumula tres derrotas, dos frente a Lula y una ante Dilma.
En este país con 200 millones de habitantes se da la circunstancia de que el 52% de los votantes son mujeres, pero solo el 31% de los candidatos son del mismo género. Algo parecido sucede con los negros. Suponen el 53% del electorado, pero solo representan el 44% de los aspirantes. Aunque mucho peor lo tienen los indígenas, que, aunque solo son el 0,5 de la población, están presentes en los ancestros del 63% de los brasileños. También es verdad que sus cuerpos y sus espíritus viven felices en la selva, lejos de las urnas.
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