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Pilar R. Quirós
Sábado, 19 de julio 2014, 01:47
Hubo un momento en nuestras vidas, o en la pre-vida, en el que nadábamos sin saberlo en el líquido amniótico en el abdomen de nuestras madres. Lástima que al nacer, y cambiar de estado, esa sensación no vuelva a producirse con esa intensidad hasta generalmente meses más tarde. De ahí que muchos recién nacidos adoren el momento del baño y para muchos que sufren cólicos u otras molestias sea de los pocos episodios del día en los que se relajan. El hecho es que aunque el hombre viva en tierra firme, una de las instrucciones que deben asimilarse en la niñez, por razones obvias, es aprender a nadar para intentar salvar la vida en cualquier circunstancia.
Y aunque los bebés, generalmente, se desenvuelven en el líquido elemento como peces, lo cierto es que la edad óptima para que los niños aprendan a mantenerse a flote y desplazarse al menos un minuto está entre los tres y los cuatro años, según explican los expertos. No obstante, hay ahora un nuevo sistema no muy aplicado en España, como explica Sergio Pérez, monitor malagueño de natación en el Club Cerrado de Calderón y licenciado en Ciencias del Deporte, por el que se enseña a los bebés a una vez que se han caído a la piscina, a que se den la vuelta y lloren o griten para indicar que están ahí. Es sorprendente, hay un vídeo en Youtube en el que se ve. Y tiene sentido porque los recién nacidos tienen todavía el reflejo natatorio, si a los tres meses dejas caer a un bebé a la piscina saldrá a flote solo, es el recuerdo de cuando estaban en el vientre de sus madres, explica.
Para Pérez, los tres años es una edad perfecta para aprender a nadar, aunque siempre dependerá del estado madurativo del niño. Tengo ahora a una alumna que con cuatro es capaz de bucear y coger objetos del fondo de la piscina, explica. Es bueno que si el pequeño tiene la opción de ir a piscinas o bañarse en el mar desde los pocos meses, lo haga. Lo primero es la familiarización con el agua. Eso sí, conviene que sea a horas del día en las que los rayos del sol no sean dañinos, por lo que hay que evitar las 12.00 y las 16.00 horas, y aunque sea en otras franjas usar una crema con factor de protección alto. Los dermatólogos no se cansan de repetir que la piel tiene memoria y que recuerda en nuestra contra los episodios de quemaduras solares.
Pero volviendo al agua, una vez que el niño se ha familiarizado con la misma, y decide meterse por su propio pie, ya que nunca debe ser forzado porque si no lo tomará como un castigo en vez de un placer o juego -que es de lo que se trata-, hay que facilitar que tome contacto con sus monitores y con los otros niños con los que va a aprender a nadar. Muchos niños son muy susceptibles a la hora de percibir un momento de peligro, así que el hecho de estar relajados y disfrutando del momento es esencial. Si ha intentado al menos ir con su hijo dos o tres sesiones a las clases de natación y no hay manera de que se relaje y disfrute del momento, déjelo estar este año y vuelva el siguiente. Por la fuerza solo conseguirá que odie el agua, lo que es totalmente contraproducente.
Pero si el alumno apunta maneras de pececito, mueve bien los pies debajo del agua y le gusta flotar y moverse en la piscina con ayuda de churros o tablitas (los elementos de ayuda que más usan los monitores), entonces va por buen camino.Entiendo que los manguitos son menos útiles porque abocan al niño a estar en una postura poco cómoda para nadar y no les deja usar bien las extremidades superiores, indica el monitor Sergio Pérez Valdés.
Con padres, o no
Hay clases de natación en la que los padres son esenciales en el aprendizaje y otras en las que son meros observadores. Depende de la escuela. Lo que sí está claro es que el objetivo inicial es que el niño aprenda a flotar, y que cuanto antes pueda desplazarse en el agua, aunque sea a modo perrito, es decir moviendo solo las extremidades inferiores y a veces buceando para salvar las distancias, que son los primeros estadios del aprendizaje.
Una vez superada la etapa estar a flote y moverse es conveniente ensayar con el niño posibles incidencias que pudiera tener cuando se acerca a la piscina o mar, como explican los expertos. No se olvide de que lo que pretende en última instancia es salvarle en una situación de crisis en el agua. De ahí que los monitores les enseñen a tirarse a la piscina para que aprendan como salir a flote por ellos mismos. Este paso es esencial porque así podrán, ante una situación de peligro, activar este modo de desenvolverse ya aprendido.
Si no quiere llevar a su hijo a aprender a nadar o no puede o quiere hacer ese gasto, también puede intentar que se instruya poco a poco, con ayuda e imitando a los niños más mayores. Muchas horas de agua en el mar o en la piscina son un buen entrenamiento. Entonces, la edad para mantenerse a flote y nadar suele retrasarse algo más. Primero, podrán pasar para iniciarse por los manguitos (mejor que flotadores por los que se pueden escurrir o dar la vuelta), y después el llamado churro es un buen elemento así como las tablitas que van adosadas al cuerpo porque les permite mover bien los brazos. Con ayuda y paciencia, con cuatro o cinco años se moverán como los perrillos o buceando en superficie (es una forma socorrida para ellos de desplazarse cuando se cansan).
Pero no minusvalore este aprendizaje que es, en ciertos casos, tan esencial como andar. Hay que estar prevenidos: nunca se sabe cuándo va a hacer falta. Pero sobre todo, no debe confiar la vigilancia de sus hijos en el agua a ningún otro niño (estos juegan y se despistan) ni a un adulto que no sea capaz de nadar, de actuar con rapidez y que cuente con la más absoluta de sus confianzas haciéndole responsable de la tarea de vigilancia que asume. El agua es una fuente de placer, pero también es un medio peligroso. No lo olvide.
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