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Regina y Dani, una historia de amor
Más allá de lo trans

Regina y Dani, una historia de amor

Esta pareja se merece un cuento. Con sus abismos y sus etiquetas, pero con final feliz

Texto: Ana Pérez-Bryan / Fotografías: Daniel Maldonado

Jueves, 1 de junio 2023

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Cuando Dani supo que sí, que lo haría, sólo tenía claro los tres deseos de su chica. Para su «érase una vez» de cuento, Regina quería pedida por sorpresa, rodilla hincada en el suelo y «un anillo como los de antes». También sabía la banda sonora: el 'Bésala' de la película de la Sirenita, que para eso ella se había pasado la infancia y media vida convencida, como las princesas encerradas de los cuentos que no saben que lo son, de que aquello no era para ella. Porque ella no era como las demás. Y porque lo que en realidad se esperaba de ella era que fuera el príncipe y no la princesa.

Mírala y ya verás, no hay que preguntarle
No hay que decir, no hay nada que decir.
Ahora bésala.

Dani lo intentó tres veces. Preparó la banda de instrumentos con una amiga del Conservatorio, los escenarios, el paseo en barco y el –tachán– «cásate conmigo». El cuento completo. Pero en ninguna de ellas hubo final feliz «porque si no pasaba una cosa, era la otra», recuerda Dani mientras Regina le acaricia la cara y enseña –ahora sí– el anillo de pedida.

«Me di cuenta de que me había centrado mucho en grandes gestos, en bandas y en barcos cuando en realidad lo único que quería que supiera es que quería pasar el resto de mi vida con ella». Así que se olvidó de la música pero no de la letra, porque se agarró a la poesía. Lo hizo con un poema de Elvira Sastre que él le leyó a ella después de la primera noche juntos. Que ya puede cantar la Sirenita todo lo que quiera desde lo profundo del mar porque, para hondo, el himno de Sastre.

...Te he visto pasear al borde de mi abismo
con el olor de un día de verano,
asomarte al precipicio y sonreír
como una niña al desafío
y he pensado,
por un instante,
que yo también me lo merezco.
Tú mereces también
que me levante,
te mire y me aprenda tu nombre.
Que te haga un hueco aquí donde no
queda nada.

Dani y Regina merecen esta historia. Con sus huecos, sí; pero también con esos espacios que ya han empezado a completar y que los completan a ambos.

Porque Regina es una mujer y Dani es un hombre. Y porque aunque parezca de cajón, la etiqueta obliga: Regina es una mujer trans y Dani es un hombre trans. Y esta es su historia de amor.

Regina Pérez utiliza el Varanski como primer apellido cuando se transforma en artista. Tiene 27 años y nació en Málaga. De noche es vedette y de día trabaja como filóloga y supervisora de exámenes oficiales de idiomas con el British Council. Daniel Lodestro tiene 21, nació en Fuengirola y trabaja en un hospital psiquiátrico en El Palo como auxiliar de enfermería. Han construido su hogar en La Paz: allí se crió la Regina escondida y allí también la descubrieron luego como «la niña más bonita del barrio».

Regina, supervisora de exámenes de idiomas, se transforma en vedette por las noches. Dani es auxiliar de enfermería. Y han construido su hogar en el barrio de La Paz

Hasta ahí, la superficie. Lo que no se ve, como los precipicios y los huecos del poema de Sastre, lo han ido cosiendo desde que se conocieron, en marzo de 2021. Ahora les toca a ellos. «¿Un reportaje pre-boda, con sus fotos y todo? Claro, iremos vestidos para la ocasión». Regina lo promete por wasap y lo cumple en directo. Avisa de que necesitará al menos dos horas para maquillarse y arreglarse, que para eso es la novia. Su minivestido blanco es sólo un avance del «espectacular diseño» que le va a hacer Santiago Zambrana, que para eso ya sabe que, además, es la princesa. Dani sonríe a su lado, con su impecable traje de chaqueta azul y una paciencia que estrenó en la primera cita, cuando ella llegó hora y media tarde porque «tenía que ir guapa».

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Regina es envolvente como una boa de plumas de ésas que la convierten de noche en la reina de la sala. «Estás preciosa», le susurra él mientras ella se coloca los tacones dorados para la sesión de fotos. Mirando cómo se miran se entiende todo. Regina enseña a cámara su anillo de pedida y Dani, el reloj que ella le regaló después del 'sí'. Como en las relaciones clásicas. «Que sí, que sí, que hemos sido muy tradicionales», dice él entrando de lleno en el cortejo de aquella «chica preciosa» que lo ponía «muy nervioso» hasta que «al fin llegó el primer beso» y todo lo demás. «¿Sabes? –se gira Regina hacia él–, yo supe que esto iba para largo porque desde el primer día me hablaba como si fuéramos a envejecer juntos. En todos sus planes de futuro estuve yo desde el principio».

En esos planes de futuro también han comenzado a encajar todas las cosas del pasado. Los huecos, que también los hay.

Dani siempre tuvo «muy claro» que lo que veía por fuera no era lo que sentía por dentro. «De pequeño me ponía la ropa de mi padre, estaba obsesionado con Spiderman…». En casa asumieron como algo natural aquello que se intuía pero que aún no tenía nombre. Hasta que llegaron los 11 o 12 años y la naturaleza y la biología empezaron a crecer en el sentido contrario a lo que esperaba Dani. Si hay un momento en el que te das cuenta de que eso está ahí y no puedes mirar a otro lado, a Dani le llegó en el campo de fútbol, con sus compañeros de clase: «Recuerdo que cuando estaba en el patio y marcaba un gol yo también me levantaba la camiseta, igual que ellos… Hasta que me dijeron: 'ya está, ya no te levantes más la camiseta. Tú no puedes'».

TÚ NO PUEDES.

Ahí, la primera capa. Las siguientes, el 'píntate las uñas', el 'maquíllate un poquito, que ya tienes edad'. «Y sí, admito que me dejé llevar», reconoce Dani.

El nombre a lo-que-le-pasaba se lo dio su hermana mayor. «Ella conocía a un chico trans y me dijo: 'A ti te ocurre lo mismo'». Después vinieron las tijeras de la cocina y la emoción y el miedo del corte de pelo en el baño, la ropa que ella le llevaba a casa porque a él le daba «una vergüenza terrible ir a las tiendas a comprar cosas de chico». Las fajas para esconder el pecho y que no le dejaban respirar. Darte cuenta de que lo peor no es el ahogo físico de esa cosa que te oprime, sino el otro. Hasta que su madre, a los 16, dijo «basta».

Dani para en seco cuando habla de su madre. «Si yo he tenido que luchar, ella lo ha hecho el triple». Como cuando empezó el peregrinaje por los endocrinos y los especialistas, las dosis de testosterona que le sentaban «fatal», el cambio de nombre en el cole... El darse cuenta de que todo aquello tenía que terminar, sí o sí, en una mastectomía. Pero Dani era menor y aquello fue un no y no. De todos los cirujanos con los que hablaron, sólo uno de Sevilla le dijo que adelante. Que él se lo hacía.

Él tuvo claro desde «muy pronto» que lo que veía en el espejo no era lo que sentía. Ella transicionó de adulta

«Así que nos montamos en el coche mi madre, mis dos perras y yo y nos fuimos para allá». Dani conserva como si fuera ayer el recuerdo fresco y emocionante de la vuelta a pesar de los drenajes, de la parada en un centro comercial para comprar «10 o 12 camisetas de tirantes, porque ¿sabes? yo no me las podía poner como los demás chicos, porque se veía el binder…». También el primer golpe de espejo, emocionante este sí «a medias» porque «aunque yo sabía que lo quería, también me di cuenta de que la operación no te define. Yo ya antes de eso era un hombre». Con la transición elegida a su medida –Dani conserva los genitales biológicos–, llegó el momento de dejar de vivir a medias.

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«Hay tantas transiciones como personas trans en el mundo y cada transición es válida». Regina toma el testigo de su chico para contar la suya, porque si él no quería pecho, ella tampoco. «Muchas veces te obligan a comprar el discurso de que lo tienes que hacer todo para ser quien realmente eres. Pero es que yo no quería unos pechos así –se señala haciendo una curva enorme– ni una operación genital. Y aquello me confundía».

«¿Qué me pasa, qué soy?»

La respuesta se la dio una «terapeuta estupenda que me ayudó a descubrir que yo era una mujer sin necesidad de operarme. Y se lo agradezco mucho porque ahora mi vida la vivo yo». Regina también ha dejado de vivir a medias, pero ella tardó mucho más que Dani en dar el paso. «En casa era un tema tabú, pero no los demonizo, porque al final no tenían la suficiente información para entender lo que le pasaba a su hija».

–«¿Y ahora?»

–«Uy, pues ahora en casa muy bien. Hasta mi abuela Lola, que tiene 89 años, está encantada con su nieta y con la boda. Y mis padres, todos, todos… Estoy súper orgullosa de ellos. Esto quiero que lo pongas en el reportaje, ¿eh?». Pues ahí va.

Ahí van también los primeros pasos de Regina, que transicionó pasados los veinte. «En el cole tengo buenos recuerdos con mis amigos y con algunos profesores, con otros no». Aún así, tampoco olvida que los primeros susurros de 'maricón' en clase te rasgan la infancia. Ni la reacción de su primer novio, al que conoció en Inglaterra a los 21. «En ese momento ya había empezado a experimentar, a hacerme las uñas acrílicas y a dejarme el pelo largo; me perforé las orejas… y todo muy bien hasta que de vuelta en España le dije que yo era una mujer. La reacción fue terrible, fue un 'lo que tú quieres es transicionar para poner cachondos a los tíos para los que actúas, el único que te tiene que ver en ropa interior soy yo, te han comido la cabeza…». Así que Regina se dijo: «Aquí no es».

Tampoco lo fue en los lugares en los que Dani y Regina vivieron antes de encontrarse. En el estigma y en lo sórdido, en el no entender y en el morbo de los otros, en los «te quiero echar un polvo pero que no se entere nadie».

Dani puede y quiere gestar a los hijos que vendrán: «Ser trans no tiene que quitarte nada. Si yo puedo hacerlo, ¿por qué tengo que renunciar?»

Por eso, dicen, la vida en común ha conseguido llenar esos huecos. Que no es que tapen. Es que multiplican. Multiplica la boda, que será en septiembre y en un hotel de Villanueva del Trabuco que tiene un salón «que parece sacado del Titanic o del cuento de 'La Bella y la Bestia'». Los planes de tapizar el techo de flores porque eso es «lo que ella quiere» y Dani está dispuesto a comprarle todos los capítulos del cuento: «Sé que hay mucha gente que dice que las bodas son una tontería, pero nosotros hemos luchado mucho por esto, es como un regalo que nos hacemos. Siempre nos han dicho 'no, esto es así', 'esto lo tienes que hacer así'… Y esta es mi manera de decirle a esa niña que veía las pelis de Disney y que pensaba que nunca tendría eso que sí, que aquí tienes tus flores, tu vals y tu cuento».

TÚ SÍ PUEDES.

También multiplicarán, en sentido literal, los hijos. Porque si hay algo que tienen claro es que, además de ser un hombre y una mujer completos, también quieren la familia completa. «Es uno de los grandes proyectos de nuestra vida juntos. Y además tenemos la suerte de que Dani puede y quiere gestarlos, así que vamos a tener niños si todo sale bien».

Dani asiente y le coge la mano. Arranca su discurso como adelantándose a los mil 'peros' que pondrán los demás, pero, pero, pero… nada. «Una vez me dijeron que el ser trans no te tiene que quitar nada; y yo me digo que por qué tengo que renunciar a gestar a mis hijos o simplemente a tenerlos». Los 'peros', los suyos, también se adivinan. Los físicos, con el frenazo en seco de la transición, con la tripa creciendo y con la huella en un pecho al que dijo adiós con 16. Salir a la calle, luminoso y lleno de vida, y que los demás sólo vean las sombras: «Si para tener un hijo tienes que estar preparado, para nosotros va a ir más allá… Tenemos que poder asumir las miradas, el 'si querías ser madre por qué no te has quedado siendo una mujer', que digan que es una atrocidad, que vamos a confundir a los niños. Mil cosas». Dani siente el vértigo, pero también que con Regina al lado caerá sobre colchón. «La tranquilidad es saber que lo vamos a hacer juntos. Me da igual lo que me digan los quince médicos que me van a ver en el Materno o lo que piense la gente». Que también él quiere cuento.

Regina se acerca despacio. Lo besa y lo envuelve, como las boas ésas de plumas que la convierten en la reina de la sala. Se lo dice bajito, igual que en la sesión de fotos donde sobraba todo menos ellos. «¿Sabes qué? Que ojalá tengan tus ojos».

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