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Rodríguez, este martes, en la hermandad del Rocío. Salvador Salas
«Hay políticos y señores que viven del primer plano y la Semana Santa les proporciona un vehículo para ser vistos»

«Hay políticos y señores que viven del primer plano y la Semana Santa les proporciona un vehículo para ser vistos»

El fotógrafo y editor gráfico de Las Provincias, que retrata la Semana Santa para SUR, reflexiona sobre el impacto emocional pero también sobre la impostura de una festividad que define como «una máquina de conmover gente»

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Miércoles, 17 de abril 2019, 01:09

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Llegó a Málaga hace seis años para fotografiar la Semana Santa como un 'forastero'. Desde entonces sus imágenes ocupan la contraportada de SUR. El editor gráfico de Las Provincias, Txema Rodríguez, reflexiona sobre el impacto emocional pero también sobre la impostura de una festividad que define como «una máquina de conmover gente».

-¿Cómo explicaría la Semana Santa?

-Es una maquinaria muy elaborada de conmover gente. La parte religiosa o espiritual, la música, el incienso, el vestuario, la puesta en escena... Son representaciones constantes, como si salieras de un teatro y entraras a otro. Cada procesión tiene su propia banda sonora, su escenografía... Cuando profundizas un poco te das cuenta de que es un torbellino emocional que no hay forma de gestionar. En dos días ya estás agotado.

-Un agotamiento emocional, también.

-Claro, no puedes sentir más cosas ya. Todo está hecho para que te derrumbes, para que digas: «Soy un mísero humano. Por favor, Dios, ayúdame». No puedes evitar que te afecte, seas o no creyente. ¿Cómo explicas eso lejos de aquí? Es imposible. La gente empieza a mirarte raro porque hablas de emociones, pisas terreno íntimo. A veces me han dicho: «¡No te habrás hecho católico!». Yo respondo que no va de eso.

-¿Percibe que, fuera de aquí, cuesta entender que es posible que la Semana Santa conecte con la propia intimidad, con independencia de su sentido religioso?

-Siempre digo que no tiene nada que ver con una religión concreta, sino con la parte más íntima de cada persona. Es difícil que haya alguien insensible a una música hermosa, el humo, el olor, la luz, las imágenes... La simple contemplación estética emociona. Y puede que un trono te deje frío, pero el siguiente te zarandea. Ves al Prendimiento subiendo la cuesta, con ese rollo 'Braveheart y gente que sufre mientras grita «¡No hay dolor!», y alguna sensación te produce. Siempre hay un componente que, de alguna forma, conecta contigo, por la razón que sea. Lo difícil es que te deje indiferente.

-¿Tuvo que desprenderse de prejuicios cuando empezó a fotografiar la Semana Santa?

-Y sigo haciéndolo. Es una de las cosas más valiosas que he aprendido con esta experiencia. El fotógrafo no pinta nada en los sitios. Debe intentar ser invisible. No somos protagonistas. Nuestro trabajo consiste en transmitir cómo son las cosas. Estoy acostumbrado a hacerme ese planteamiento antes de cada trabajo, como si fuera un niño pequeño que va a ver algo por primera vez. Mis pensamientos, mis ideas, son irrelevantes. No tengo derecho a juzgar lo que veo. Sólo trato de captar lo que ocurre. Pero a nivel personal ha sido un aprendizaje, porque todos tenemos ideas previas sobre lo que no conocemos, ideas que luego no coinciden con la realidad.

-Su condición de 'forastero' le ha permitido el privilegio de ver lo nunca visto, de descubrir momentos que en Málaga tenemos normalizados. ¿Cómo experimentó esa primera vez?

-Sin darme excesiva cuenta de lo que estaba suponiendo para mí. Cuando descubres algo, toda tu atención está fijada en eso. Recuerdo una escena de la película 'El espíritu de la colmena'. Víctor Erice la grabó con cámara en mano porque quería captar la imagen de la niña viendo un monstruo por primera vez. Sabía que esa cara, esa reacción, no volvería a producirse. La fotografía es un lenguaje que provoca algo inexplicable.

-Chantal Maillard se pregunta qué es el rojo antes de saber que el rojo se dice rojo y empieza a perder color con la palabra. La sensación que provoca contemplar esa explosión de color por primera vez no se repite. ¿Cómo gestionó usted la emoción, ese primer impacto?

-Me gusta mucho leer, entender el porqué de las cosas, quiénes somos. Este experimento me ha hecho reflexionar mucho sobre cómo funciona ese mecanismo que hace que miles de personas, a través de una imagen o un momento determinado de una procesión, encuentren alivio para sus penas, respuestas a algunas preguntas o liberación a algunas insatisfacciones. Y también cómo eso se utiliza para controlar a las personas.

-¿A qué se refiere?, ¿a la Iglesia?

-Está claro que tenemos la necesidad de conectar con el más allá. Es algo común en la historia de todas las culturas y sociedades; hay una parte espiritual y otra terrenal. Desde que el hombre es hombre siempre ha mirado al cielo preguntándose qué hace aquí. Pero todo tiene su reverso. Una cosa es la religión y otra, la Iglesia. Y no me refiero a las iglesias en sí, sino al 'establishment', a ese grupo de señores...

-… Privilegiados.

-Sí, privilegiados, poderosos, señores que te dicen si eres bueno o malo, si vas a arder en el infierno o vas a salvarte.

-Pero cuando bajas al 'barro' de la Semana Santa, todo ese 'establishment' al que se refiere queda diluido, ¿no? En sus fotos se ve claramente. No aparecen esos señores de los que habla, sino pequeños detalles: un beso, un rostro de dolor, un gesto solidario, una plegaria...

-En Semana Santa, como en cualquier manifestación de masas, hay una parte de postureo y otra, que es la que me interesa, de verdad. Cuando percibes algo auténtico, eso conecta contigo. Hay verdad, por ejemplo, en la imagen de una madre que reza por la salud de su hijo. ¿Qué más da que le rece a un Cristo u otro, que lo haga en una iglesia o en una mezquita? Hay un elemento común: esa parte de la naturaleza humana que no puede ser corrompida, porque es algo íntimo.

-Pero esos momentos, no sé si estará de acuerdo, no resultan excepcionales. Me parece que se producen muchísimos estos días.

-Claro, sin duda. Y también hay gente que los finge. A veces pienso: «No te hagas el emocionado para la foto». Hay de todo. El espectro es tan amplio que te encuentras de todo, y eso forma parte del encanto. De repente todos tienen un vehículo para canalizar sus emociones.

-Lleva viniendo seis años. Ha sido testigo de cómo una tradición que parece inamovible ha ido cambiando poco a poco... Este año todos somos un poco novatos.

-Las tradiciones son un campo abonado a las mentiras, sobre todo en el terreno de lo popular. La gente dice: «Esto se ha hecho toda la vida». Pero no. Tendemos a exagerar la importancia de las tradiciones, que por otro lado son cosas que no conocemos. ¿Qué sabemos nosotros de la Semana Santa de hace ochenta años? Puedes tener referencias, pero todo está en constante cambio. La tradición es una salvaguarda para la gente que está en el poder. Los jefes son grandes amantes de las tradiciones porque ellos mismos son la tradición. No juzgo eso, pero el culto a la tradición suele esconder el miedo a lo nuevo. La situación de este año me hace gracia, porque la gente está más perdida casi que yo. Estoy acostumbrado, en Málaga, a no saber dónde voy mientras la gente tiene su propio GPS mental sobre las procesiones. Ahora han actualizado el 'software' de ese GPS y va todo el mundo como pollo sin cabeza.

-¿Percibe, entonces, cierta incertidumbre este año?

-Sí, y tensión. Hay tensión en el ambiente, no sé si por la campaña electoral. La gente está más cabreada, no sé por qué.

-En uno de sus textos hacía referencia a la guerra por el primer plano. Esa batalla se ha convertido en una costumbre de la Semana Santa.

-El caso más llamativo es el de Mena. Si eres alguien, tienes que estar ahí. Y si no estás ahí, en esa tribuna, con todos esos señores encorbatados, no existes. Hay políticos y empresarios que viven del primer plano, de ser importantes, y la Semana Santa les proporciona un vehículo para ser vistos, como la barrera de los toros o el palco del fútbol.

-Por hacer autocrítica, ¿esa visibilidad no se la acabamos dando los medios? Si no hubiera veinte cámaras, ni la tribuna ni el palco servirían de nada.

-Pero irían donde hubiera cámaras, o buscarían sus propias cámaras.

-¿Sería suicida plantearse la posibilidad de que, en medio de una festividad como la Semana Santa, donde la política no tiene nada que ver, o no debería, las cámaras dieran la espalda a ese poder?

-No creo que el problema sea que los políticos estén, sino cómo están. La mayoría parece estar por encima del resto de los mortales. Quieren un trato especial, sentirse diferentes, llegar a los sitios sin hacer cola, que haya gente esperando para recibirlos. Sé que hay cuestiones de seguridad y de otro tipo, no soy un kamikaze, pero al final acaba siendo un escaparate donde ser vistos. Siempre ha sido así; el poder gusta de exhibirse. ¿De qué sirve ser jefe si nadie lo sabe? Por eso se compran coches más caros y llevan mejores trajes.

-Pero, frente a eso, usted siempre dirige su cámara a otros lugares. Se me viene a la cabeza la fotografía publicada hoy (martes), las manos de un abuelo sobre el pecho de su nieto.

-Porque no me interesa el poder. Me parece falso. Prefiero mostrar lo que no suele verse, cosas que inicialmente pasan desapercibidas. Ya hay mucha gente que hace fotos del presidente de la Junta rodeado de señores viendo un trono. No creo que eso cuente nada.

-¿Cómo se fotografía el exceso?

-Es complicado. Al principio te devora, como cuando entras a una iglesia barroca y no sabes dónde mirar. Es una técnica de distracción útil. Cuando ves algo sencillo, al menos en apariencia, que no te abruma, lo afrontas de forma más fluida que cuando una imagen te desborda por todas partes. No sabes por dónde meterle mano, sobre todo cuando no lo conoces. La primera vez que vi un traslado pensé que era una procesión. A veces se daban situaciones cómicas y me metía donde no debía. Cometí todos los errores del novato de turno, pero de alguna forma te vas apañando en ese proceso.

-¿Cómo?

-Preguntando a la gente. Te cuentan qué son las bolas de cera que llevan los críos, por ejemplo. El primer año estaba obsesionado con evitar cualquier palabra ofensiva. Luego aprendes, conoces el terreno, te cruzas con personas que te ayudan...

-¿Alguna historia que le haya impactado especialmente?

-Muchas. Me horroriza ser protagonista. En Málaga me ha pasado algo que no suele ocurrirme: gente que se acerca, te reconoce y te felicita por tu trabajo o te da las gracias. Me han dado abrazos. Pero una vez, una señora me dijo que tenía ganas de besarme los pies. Eso me dejó en estado de shock. Me pareció surrealista y halagador. Todavía estoy intentando superarlo. No supe qué hacer o decir, más que quedarme ahí como si fuera un gilipollas.

-¿Por qué prescinde del color?

-No sé responderlo. No es una cuestión de gusto. De alguna manera veo esas imágenes en blanco y negro. No conozco la razón. Hay gente que dice que falseo la realidad porque la realidad tiene color. Yo suelo responder que lo falso es el color. El color es una vibración de la luz. Me identifico con el blanco y negro. Pero me gusta salir de la zona de confort, hacer cosas que siempre dije que nunca haría. Por ejemplo, era un acérrimo crítico de los tatuajes y me hice uno. Puede que algún día publique alguna imagen en color, aunque la fotografía es algo demasiado serio para mí.

-¿Y por qué incluye texto?

-Escribir es algo que siempre he hecho. Soy periodista. He escrito bastante, hasta cosas más así...

-Poesía, dígalo.

-Poesía, sí. Incluso una novela que un tío quería editar y que tiré. No me veía capacitado. Me gusta escribir. Manolo (Castillo, director de SUR) se empeñó, aunque escribir sobre una fotografía es imposible, porque siempre gana ella.

-Está en inferioridad de condiciones.

-Pero compito conmigo mismo. Intento explicar la parte más íntima de ese momento. Lo único que puedo hacer es intentar no estropear la fotografía.

-Ha dicho varias veces que le cuesta explicar la Semana Santa, ponerle palabras. ¿Hay componentes que sólo pueden transmitirse con imágenes?

-En este país hay una incultura absoluta respecto a la imagen. Para empezar, casi nadie sabe que las imágenes pueden leerse, que tienen conexiones con el cerebro. Lo importante de una fotografía es que te haga ver aquello que en principio no se ve; te da una información más amplia, aunque hablamos de una buena fotografía. Confundimos imágenes con fotografías. La iconografía religiosa es muy potente, lleva siglos creándose. La gente está acostumbrada a ver cristos y vírgenes y escenas bíblicas. La producción más abundante de la historia del arte tiene que ver con la representación de Dios. Ahí sí que hay una tradición. Cuando ves 'El Cristo crucificado' de Vélazquez no estás viendo un señor en una cruz, sino un símbolo.

-¿Estaba haciendo fotos cuando supo que Notre Dame ardía?

-Es una tragedia. Siempre ha habido desgracias. Notre Dame ya se quemó y su pináculo ya se hundió. No era el auténtico, sin que quiera quitarle importancia. Soy poco dado a hacer dramas, porque el dolor no sirve de nada. A nadie le importa un pimiento Notre Dame.

-¿Entonces lo que ocurrió el lunes fue una oleada de impostura?

-Totalmente. Entras en Instagram o Twitter y todo el mundo colgaba su foto en París o mostraba su solidaridad... Es todo mentira. Vivimos en una sociedad en la que todo el mundo quiere llamar la atención desesperadamente. Y cuando ocurre algo se produce ese efecto: todo el mundo quiere ser protagonista. Con todos mis respetos, el famoso de turno, ¿qué me importa que se solidarice con los franceses?

-Eso conecta con la Semana Santa. ¿Toda esa impostura no termina dificultando el acceso a la verdad? Porque estoy convencido de que hubo gente que realmente lo sintió.

-Siempre, siempre hay gente de verdad. Pero cuando te mueves en el terreno de las masas, la verdad desaparece.

-¿Desaparece o queda más escondida?

-Es que todo se reduce a blanco o negro, y además eres lapidado si cuestionas las reacciones mayoritarias. A mucha gente sólo le interesa quedar bien en ese momento. Y al día siguiente habrá otro momento. Es una maquinaria de destrucción que necesita ser alimentada constantemente con estímulos mediáticos. Todo el mundo quiere llamar la atención, estar ahí. Es bochornoso. Se caen las Torres Gemelas y siempre hay gente que dice: «Oh, yo estuve ahí». ¿Y a mí qué me importa? Nuestros cerebros se están destruyendo a una velocidad muy rápida por culpa del mal uso de los teléfonos móviles.

-Volviendo a esa necesidad de quedar bien constantemente, me llamó la atención una imagen suya de un nazareno sosteniendo un teléfono, haciendo una foto o grabando un vídeo. ¿Somos adictos a la exhibición?

-Somos adictos a la recompensa del 'me gusta'. A todo el mundo le gusta gustar, todos queremos nuestra dosis de 'me gusta'. Nuestra química cerebral se está destruyendo a pasos agigantados porque tenemos esa necesidad adictiva al reconocimiento. Nadie es capaz de prestar atención más de cinco segundos a nada. Por eso funcionan los mensajes basados en blanco o negro.

-Una curiosidad: ¿qué se tatuó, al final?

-Una frase: «El significado de la vida es ver». Es una cosa muy personal; soy depresivo y en algún momento de mi vida tuvo sentido, uno de esos momentos en que tocas fondo. Por eso me fío de la gente que ha tocado fondo, porque tienes una perspectiva diferente de las cosas. Es una frase que tiene mucha relación con la fotografía, que al final es mi vida, lo que me define.

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