La perla del Valle de Lecrín

A los pies de Sierra Nevada, pero a poco más de media hora de la Costa Tropical de Granada, el Valle de Lecrín se convierte en cualquier época del año en un refugio natural para los que buscan disfrutar con sosiego de paisajes naturales, definidos por abruptas montañas y vertiginosos ríos.

Cuando llega el estío, parece casi obligado mirar a la playa. Sin embargo, el litoral puede esperar. Al menos lo piensan quienes cada verano tienen en este espectacular territorio su particular refugio.

Esta pequeña comarca, que forma parte de las estribaciones de Sierra Nevada, está compuesta por ocho pueblos y más de una docena de aldeas, que se reparten, a veces, en zonas elevadas y, otras, en los lugares más recónditos del valle.

Aunque la que abarca más territorio es la localidad de Albuñuelas y la que más población tiene es El Padul, la más importante de todas estas villas es Dúrcal, llamada a ser desde su fundación como la capital del Valle de Lecrín. De hecho, su nombre parece proceder del vocablo árabe ‘Dur-al-iqlim’, que traducido al castellano actual significaría ‘perla de la comarca’.

Este apacible pueblo de apenas siete mil habitantes está situado sobre el puerto del Suspiro del Moro, es decir, en el camino natural que va desde la ciudad monumental de Granada al municipio costero de Motril.

Gracias a esa ubicación montañosa, este pueblo disfruta de paisajes abrumadores gracias al paso del río Dúrcal, que se abre paso desde las cotas más elevadas de Andalucía para llevar sus aguas hasta el embalse de Béznar a través del Ízbor.

Todo ese entorno naturalmente accidentado es idóneo para disfrutarlo en tranquilos paseos y bonitas rutas de senderismo, como las que se acercan a la Cueva de los Riscos o las que discurren junto al Barranco de la Rambla o la Cascada de los Bolos.

Pero, además de naturaleza, Dúrcal tiene mucho de historia, como lo corroboran los distintos enclaves históricos que se pueden encontrar en su término municipal. Un buen ejemplo es la iglesia de la Inmaculada, levantada en el corazón del pueblo en el siglo XVI. Además de algunos rasgos mudéjares, conserva en su interior un valioso lienzo del siglo XVIII. De la misma época que la parroquia es el otro templo del pueblo, la ermita de San Blas.

De lo que también están especialmente orgullosos los durcaleños es de su Puente de Lata, una construcción de hierro, hoy restaurada, que fue levantada a principios del pasado siglo por los discípulos de Eiffel.