El problema era el panga
Ana Barreales
Lunes, 6 de febrero 2017, 09:08
No hace mucho las alertas de consumo se generaban en los controles sanitarios a los que tienen que someterse todos los productos que comemos. En este siglo las alertas se deciden básicamente en las redes sociales y las cadenas de whatsapp. La última ha sido la del panga, un pescado cuyo consumo se extendió muy rápido por ser blanco, con pocas espinas y barato, cuyo mayor pecado es ser insípido, chicloso, de escaso valor nutricional y que procede mayoritariamente de un río con alto contenido de residuos en Vietnam, pero cuyo consumo no supone un peligro y tampoco es, desgraciadamente, el único pescado que tiene contaminación por mercurio (dentro de los límites permitidos).
A la guerra de los padres recogiendo firmas para que se retirara de los menús infantiles se sumó la decisión de Carrefour, que anunció la semana pasada que dejaba de venderlo por las dudas sobre el adverso impacto ambiental de las granjas de panga. Hombre, y algo habrá tenido que ver la revolución que se ha intensificado en los últimos días, como si en este pescado se unieran todos los males alimentarios.
Lo raro no es que se quiera eliminar el panga y se defienda el empleo de productos autóctonos más saludables, que es una estupenda iniciativa, lo extraño es quedarse ahí, como si el único peligro y principal problema de nuestra dieta fuera ese.
Y la cuestión es que hay muchas más. Sin ir más lejos, el uso de antibióticos en animales, que ha crecido considerablemente en los últimos años en España mientras bajaba en el resto Europa, es una de las causas por las que se están generando superbacterias mutadas e inmunes, resistentes a los fármacos conocidos.
El 40% de los niños en Málaga tiene obesidad o sobrepeso. Sin embargo, la bollería industrial, pizzas, salchichas, fiambres, sucedáneos de pescado y sucedáneos de un montón de cosas con una gruesa capa de rebozado y frito, un consumo excesivo de carne, chucherías y zumos industriales no generan apenas alarma. Tampoco que el postre del menú escolar no sea fruta sí o sí, y que haya algún día a la semana que coloquen un lácteo azucarado o unas natillas, baratas y mucho más fáciles de conservar y transportar, pero que no ayudan a cumplir las recomendaciones de la OMS sobre el consumo de varias raciones de fruta y verdura diarias.
Ni siquiera hay protestas para que se aumenten las horas de ejercicio físico en las escuelas, claramente insuficientes para una generación de niños tan sedentaria como la actual, ni para que la educación física sea impartida por auténticos especialistas que les enseñen desde que son muy pequeños, cuando se están adquiriendo todos los hábitos que tendrán de durante su vida adulta, a amar el deporte.
Ahora, el panga nos lo hemos cargado y tan contentos.
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