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Comedor dentro de la casa cueva de Villa 42.

Villa 42: Una casa de comidas escondida en el casco antiguo de Casares

Angelita Fernández ha hecho de la vivienda de su familia un refugio gastronómico muy exclusivo en el que se ofrecen menús tradicionales en un salón que tiene como paredes grandes rocas encaladas

Lunes, 7 de julio 2025

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Muestra orgullosa y emocionada fotos de hace más de seis décadas en la que su abuela decidió abrir la puerta de su vivienda para los primeros turistas norteamericanos que llegaron a Casares. Estos visitantes alucinaban con esa casa cueva y querían presumir de una fotografía allí. Sus padres también continuaron mostrando a todo aquel quisiera ese rincón Angelita Fernández hoy sigue compartiendo ese peculiar espacio, convertido hoy en comedor, donde las paredes son rocas encaladas. Y lo ha hecho inspirada en lo que mejor se le da, cocinar y atender siempre sonriente a todo el que entra en su morada.

No es un restaurante al uso. Desde fuera es una vivienda más de las que hay en la calle Villa, es decir, la que va desde la plaza de España hasta el castillo. Ni rótulos ni otras pistas delatan que detrás de aquella discreta puerta se esconde un pequeño rincón gastronómico. Sólo el número 42 es lo que identifica a esta vivienda para quienes previamente han reservado algo más que un almuerzo, una experiencia gastronómica.

Con cuatro mesas y una capacidad máxima para unos catorce comensales, Angelita ha convertido el salón de la casa donde vive en un espacio íntimo en el que lo mismo hace demostraciones de cocina en vivo para hoteles que prepara un menú sencillo con platos locales para un grupo reducido. «Me gusta estar un poco clandestina, que los que vengan cojan la esencia de lo que es este pueblo», explica Angelita, que lleva toda su vida profesional dedicada a la hostelería, desde la cocina a la sala.

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Cada día, ella prepara un menú sencillo, que tiene un precio de entre 12 y 15 euros. Pero, a quienes quieran ir aconseja que le escriban antes para incluso proponerle otros platos. No faltan las recetas andaluzas ni tampoco las del pueblo. El gazpacho caliente -una sopa que recuerda a la perota, pero que se suele acompañar con almeja-, la morcilla casareña -frita y acompañada con tomate y pimientos- o el chivo -suele encarecer el menú- son algunas de las opciones locales que le gusta proponer a Angelita. En invierno, se puede atrever a hacer un casi desconocido gazpacho de tocino, un plato de cuchara sencillo y humilde de Casares rescatado del pasado. Tampoco suelen faltar productos locales, como el queso payoyo de Crestellina o el pan moreno, que es el más arraigado en el pueblo que vio nacer a Blas Infante.

En verano, en sus menús aparecen muchas ensaladas, desde las pipirranas refrescadas con agua hasta los gazpachos convencionales, porras o ensalada de habichuelas con patatas. Junto a ella pueden aparecer el 'pescaíto' frito, porque Casares también tiene costa y está cerca de lonjas tan importantes como la de Estepona. Tortillas de patatas, pollo con salsa de almendras o paellas pueden ser otras opciones en casi cualquier época del año. En los postres, Angelita se suele atrever con la tarta vasca de queso al horno o natillas caseras, pero también ofrece el repertorio de dulces caseros que se hacen allí en el pueblo.

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Esa cocina sencilla y tradicional se riega con vinos de buena relación calidad precio en un rincón especialmente fresco en verano -las temperaturas son muy inferiores a las que hay de puertas para afuera-. Allí Angelita tiene un espacio discreto, que pasa desapercibido para miles de turistas que pasean en grupo por el conocido como 'pueblo colgante', pero no para quienes buscan algo diferente y muy exclusivo dentro de la amplia oferta gastronómica que hay en la Costa del Sol.

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