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Posan guapos a la entrada de las urgencias del Hospital Materno Infantil de Málaga. La bondad embellece. Más si los destinatarios de ese instinto, el mejor de entre todos los que cuentan los seres humanos, son los niños. Y aún con mayor intensidad si esos pequeños están en un país desfavorecido de un subcontinente siempre complejo y les han tenido que tocar con cuidado el corazón, parárselo, vaciárselo de sangre y volvérselo a poner en marcha. Este grupo de catorce profesionales sanitarios entre cirujanos, cardiólogos, anestesistas, pediatras y enfermeros, «un equipo diverso pero compacto y con muy buena química» como a sí mismos se definen, viajó en noviembre a Nicaragua para salvar doce corazones infantiles. Se puso en contacto con ellos la ONG Infancia Solidaria que a veces organiza la llegada de niños para ser operados o atendidos en España y que en otras ocasiones prepara expediciones de médicos que viajan a otros países para operar 'in situ' y formar y enseñar a los profesionales locales sus técnicas. Algunos miembros del equipo ya habían participado en excursiones de este tipo. Para otros era la primera vez. Y todos coinciden en que quieren repetir. El Sistema Andaluz de Salud, como parte de su programa de cooperación al desarrollo, permite a su plantilla fija utilizar una bolsa de días para realizar esta labor, pero quienes no tienen esa relación laboral tan estable con la sanidad pública no dudaron y tiraron de sus propias vacaciones para realizar este trabajo humanitario al otro lado del Atlántico, e incluso hay una persona ya jubilada que también se animó y se sumó al grupo, la enfermera Rosa Mena.
Antes de coger el vuelo con destino a América, la tarea comenzó en España. Desde aquí, por videoconferencia, mantuvieron reuniones con el personal médico del Hospital Manuel de Jesús Rivera, 'La Mascota', de Managua, el centro sanitario infantil de referencia en Nicaragua, que también les compartió el historial de los niños afectados por cardiopatías congénitas susceptibles de ser intervenidos por el equipo español. Se trataba de escoger a los pequeños que sólo necesitaran una operación quirúrgica para curarse y que no estuvieran en una situación irreversible, para que el viaje fuera lo más eficiente posible. A partir de ese primer cribado acordado a distancia, el equipo médico español, ya sobre el terreno, verificó la situación de los pequeños escogidos e intervino a una docena de ellos con edades comprendidas entre los tres meses y los catorce años. Todo en apenas ocho días. El cirujano Francisco Vera explica que esa lista preliminar de niños a operar podría haberse modificado si, por ejemplo, se hubiera diagnosticado a otro bebé durante su estancia en el hospital nicaragüense y se hubiera determinado que requería una intervención más urgente o si se hubiera producido un nacimiento de un bebé con alguna dolencia congénita. Pero todo se hizo según lo planeado.
La ilusión que llevaban fue el mejor antídoto contra el jet-lag y contra el cansancio tras los madrugones. Trabajaron a destajo. Algunos días, desde las siete de la mañana hasta las once o las doce de la noche. En Málaga se realizan dos operaciones de este tipo a la semana y allí llevaron a cabo hasta dos diarias con duraciones que parten de las cuatro horas y que se pueden alargar aún mucho más. Pero es que en Nicaragua se emplearon a fondo y en exclusiva en estas intervenciones quirúrgicas y en el postoperatorio de estos niños en concreto. En el Materno, el resto de la asistencia que han de prestar a los pacientes no se para, de ahí que no se puedan realizar tantas operaciones, razona el grupo, que también expresa que su expedición al país latinoamericano fue posible gracias también al resto de sus compañeros del hospital, a quienes se quedaron en el Materno, que tuvieron que suplirles en sus actividades cotidianas. El esfuerzo de los de aquí no fue menor del que asumieron quienes emprendieron el viaje. Entre todos, claman, han hecho «marca España» en Nicaragua, donde han compartido formación con sus colegas locales. Con ello, dicen, se sienten todavía más orgullosos de la sanidad pública española, esencial para sus compatriotas y generosa con quien lo necesita.
Pero su mayor satisfacción se debe a que han ayudado a doce niños que tenían su futuro comprometido por una enfermedad cardiovascular congénita. Muchos de ellos no tenían una esperanza de vida de más de cinco años. Y otros nunca podrían haber llevado una vida normal, ni siquiera podrían haber corrido con sus compañeros en el patio del colegio. Habiéndolos operado a tiempo, van a poder seguir creciendo y aspirar a lo que quieran ser de mayores: ¿Quién sabe si entre ellos se encuentra un futuro premio Nobel de Literatura o de Medicina?
Estos pequeños sufrían problemas muy serios en el corazón: o este órgano no estaba bien formado o tenía orificios o contaba con conexiones anómalas a venas y arterias. Por eso, la técnica empleada para operarlos es muy compleja y delicada: a los niños se les abre el tórax y para poder repararles el corazón, hay que parárselo y vaciárselo de sangre. Mientras el personal sanitario trabaja arreglando los desperfectos del órgano, la máquina de circulación extracorpórea a la que está conectado el paciente hace el trabajo no sólo del corazón, sino también de los pulmones, como el aparato de diálisis sustituye a los riñones cuando no funcionan correctamente. Se trata de un artilugio que tiene mucho riesgo y cuyo manejo es muy complejo, así que al cargo tiene que haber una persona especializada, la enfermera perfusionista Mari Luz Recio. Cuando el corazón está arreglado, se le pone de nuevo en marcha, a cumplir su función. Si se comprueba que todo va bien, se desconecta la máquina del cuerpecillo del pequeño. Y, a partir de aquí, al paciente hay que vigilarlo de cerca. Y a eso se dedican los especialistas en cuidados intensivos pediátricos, como Alexandra Hernández y Antonio Morales. Haber tenido el corazón desconectado y el cuerpo amarrado a una máquina que sustituye a órganos tan vitales y tan sensibles genera mucho estrés al organismo, por lo que los pacientes pueden estar inestables varios días. Pero, por fortuna, explican, ningún niño ha sufrido complicaciones más allá de las normales. De hecho, cuando se cumplía un mes del final de su estancia en Managua, todos los pequeños estaban ya dados de alta, preparados para pasar la Navidad sanos y en casa.
El hospital en el que han trabajado en Nicaragua tiene infraestructuras, capacidad y su personal está formado, pero no en todas las especialidades. La llegada de los profesionales españoles ha inyectado un plus de sabiduría y de técnicas que en lo sucesivo la veintena de sanitarios locales con los que han trabajado en América podrán aplicar con mayor pericia. «Esto es verdadera ayuda al desarrollo», afirman, y defienden que estas expediciones son más útiles, rentables y eficientes que las que consisten en pasar quince días de consulta en un centro de salud, porque, al tiempo que se forma al personal médico local, se ha resuelto la vida de esos doce pacientes. La iniciativa mezcla enseñanza con la praxis con casos reales.
Este equipo de catorce sanitarios al que acompañaba el presidente de la Fundación Infancia Solidaria, Pepo Díaz, se han sentido en Nicaragua como en casa. Recuerdan cómo durante todos los días que pasaron en el país, las familias de niños atendidos en campañas anteriores o que fueron tratados en España se organizaban para llevarles siempre algo para desayunar, para comer… En el aeropuerto fueron recibidos por todo lo alto y despedidos como los héroes que un día pararon el corazón de sus hijos como requisito para salvárselo.
El trabajo de Infancia Solidaria no para. Hace pocos días, Mame Cheikh, un bebé senegalés de 13 meses, estaba ingresado en la UCI del Hospital Materno Infantil tras haberle intervenido. En este último año, gracias a la actividad de Infancia Solidaria se ha operado a 124 niños, una cifra que supera los 500 en los 18 años en que lleva trabajando la organización desde un gran número de ciudades españolas y en una buena cifra de países americanos y africanos. Pero desde la institución avisan: para poder ayudar a más niños, se necesitan más familias de acogida para cuando se les opera y mientras se recuperan. Hay veces en que es más operativo que un equipo de profesionales se desplace al país y al hospital en cuestión, pero hay casos singulares en que lo mejor es que venga el pequeño enfermo a tratarse a España.
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