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Lourdes, Miguel, Ángela y José posan para este reportaje, en la sede de SUR. Salvador Salas

Cuatro malagueños aprueban las oposiciones más duras: el camino a registrador de la propiedad

Una historia en la que Derecho Inmobiliario no es una asignatura, es un estado

Lunes, 21 de julio 2025, 00:25

«Lo importante es que la mesa sea grande, que estés cómodo y que haya más o menos silencio», dice. Lourdes, pelo moreno y vestido rojo, está sentada en el plató del periódico y reflexiona sobre lo que han sido los últimos tres años y medio de su vida. Apenas deja tiempo para respirar entre palabra y palabra, como si estuviera aún cantando temas.

Si tuviera que señalar a quién más le ha acompañado en este tiempo, el dedo apunta a gruesos lomos en los que se puede leer lo siguiente: Derecho Hipotecario, Derecho Inmobiliario Registral, Derecho Fiscal… En realidad, todos los días, menos los sábados, que era la dosis de descanso que ella misma se recetaba, han sido Derecho.

«¿Qué quieres ser de mayor?». Esta es una de las grandes preguntas vitales que aparecen en algún momento y busca un emparejamiento que le dé sentido a lo que queda de existencia.

Lourdes Bueno, 25 años, se respondió a sí misma cuando acabó la carrera: funcionaria, sí. Una oposición. Pero no una cualquiera. Quizá, la más difícil en el vasto mapa de oposiciones que ofrece el Estado. Lourdes quiso convertirse en registradora de la propiedad. Estas oposiciones se celebran cada dos años, en alternancia con las de notaría. Equivalen a poner muchas cosas en fuera de combate. Vida social, viajes, fiestas, alcohol, excesos puntuales… Elementos que se asimilan bien si tienes 21 años y acabas de finalizar una carrera con fama de exigente.

Esta vez, se presentaron 700 aspirantes y aprobaron 45. Si se tuviera que definir el porcentaje de aptos con un adjetivo, podría ser el siguiente: desastroso. El nombre de Lourdes, aquí viene lo extraordinario, está entre esos 45. Aprobar antes de los 30 ya se considera una hazaña. Entonces, lo conseguido por esta malagueña, la más pequeña de tres hermanos, se define por sí solo.

Las oposiciones a registrador de la propiedad no son una fecha única como puede ser el MIR. Si hay buscar algo parecido a un ascenso académico al Kilimanjaro se encuentra aquí. Cuatro exámenes que se reparten a lo largo de un año. Cuatro exámenes que se tienen que aprobar desde el primero hasta el último. Más de 350 temas de extrema complejidad que hay que saber disparar sin vacilar. Si suspendes uno los aprobados no se guardan. No hay, por así decirlo, un campamento base. La caída es precipitada y te manda a la casilla de salida.

Los que lo intentan una segunda vez, que son la mayoría, tienen que empezar de nuevo por el primer examen. La sensación de que el futuro empieza a entumecerse hace mella en lo psicológico. Y eso que se sabe que quien llega hasta aquí, en realidad, ha demostrado de sobra que su cerebro puede pensar en clave jurídica.

El 22 de mayo. Un día cualquiera en Málaga. Poco a poco, el sol empieza a calentar los alrededores. La calle Larios se llena de turistas, el tráfico en el Paseo del Parque se intensifica y los puestos en el Mercado de Atarazanas atraen la mirada de curiosos.

En una casa de la zona este, las miradas se detienen en algo más profano: la pantalla de un ordenador. Por un tres segundos, también se para la respiración. Lourdes le pide a sus dos hermanos que sean ellos los que miren si está aprobada. Lo que viene después son abrazos, lágrimas de felicidad y algo difícil de asumir en el momento. Sobre las 18.00 horas de ese 22 de mayo, Lourdes, 25 años, se convierte en registradora de la propiedad.

Esta escena, cada una con sus circunstancias, se repite en tres puntos diferentes de la provincia. Sigue siendo el 22 de mayo y hay tres malagueños más que, en esos momentos, se pueden hacer llamar así: registrador de la propiedad. Son Miguel Pérez (32 años), Ángela García (26) y José Maldonado (28).

De vuelta a la redacción de SUR. «Cuatro de 45 es una buena representación para Málaga», sonríe Miguel y tira una ligera mueca. Tanto él como José visten de traje y corbata. Ángela, la única de los cuatro que no es de la capital, lleva una camisa blanca de cuello bobo. La imagen podría sugerir un ambiente de cierta tirantez. La realidad es todo lo contrario. La vestimenta se limita a ejercer de código, transmite formalidad. Miguel estudió en San Estanislao de Kostka y José en el Colegio El Limonar. Hay un primer mito que ambos coinciden en desmontar: «Se tiene a los registradores como inaccesibles y no es verdad».

Ángela, que es de Estepona, hizo el bachillerato en el Colegio San José. De ahí al grado de Derecho en la Universidad de Málaga. Desde entonces, como una escalera de caracol, nunca ha dejado de ir para arriba. También aprobó la oposición en el primer intento. «Al principio, no me lo podía creer», confiesa. Los exámenes habrían ido bien, sí. Pero en unas oposiciones que son como un 'bootcamp' diario, donde la criba es parecida a la del Tourmalet, no hay lugar para la certidumbre.

El encuentro con Miguel, Lourdes, José y Ángela sirve para hablar sobre las experiencias acumuladas en estos años, conocer las inquietudes y presiones que rodean a un proceso cargado de cierto misterio. Y que cuenta, por qué omitirlo, con un largo historial de damnificados. Todos los años se nutre de nuevo el depósito de cadáveres académicos. Aspirantes que lo intentan pero se estrellan una y otra vez contra el muro. Hasta el punto de rebasar, en muchos casos, los 30 y tantos. Lo único palpable que les queda, además de son cero días cotizados y un vacío existencial.

José, que habla de manera más pausada, es el ejemplo de saber encajar el golpe y levantarse luego de la lona. En su caso, el aprobado llegó tras algunos intentos. La palabra perseverancia va con él. ¿Pero a qué sabe un suspenso cuando lo que hay detrás no son semanas sino horas de estudio? Piensa, agacha la cabeza levemente y luego describe un estado pasajero en el que caben sensaciones como aturdimiento, flotar a la deriva o estar mareado. «Necesitas unos días para reponerte. Es normal, pero luego toca levantarse y seguir», dice y admite que sí hay momentos en los que la cabeza juega malas pasadas.

Si hubiera que ponerla una banda sonora a las oposiciones a registrador de la propiedad, bien podría ser 'Eye of the Tiger' de Survivor. Pocos grupos ofrecerán un nombre que haga más justicia.

«Basta con estudiar ocho o nueve horas al día», quiere tranquilizar Miguel. Su caso es llamativo. Ya aprobó con anterioridad las oposiciones a notario. Ahora también las de registrador de la propiedad, siendo el más alto en el escalafón de los 45 aprobados. «Hay temas que son compartidos, eso me daba algo de ventaja», dice como si tuviera que rebajarle el mérito.

«Encontrar tu propia rutina también es muy importante», añade Ángela. «Las oposiciones son muy largas y es muy fácil quemarte. Tienes que dar con una rutina que va contigo».

Borrando Instagram

En la rutina de Ángela había una ventana grande que daba a una carretera transitada. «Me sentaba bien que fuera había vida», dice y evidencia, aunque sea de manera intrínseca, que su propia vida se había parado un poco. «Tienes que renunciar a muchas cosas», admite. De su móvil borró la aplicación de Instagram «porque perdía mucho tiempo». Su cuarto lo mantenía funcional. Sobre el escritorio se amontonan apuntes, subrayadores y obras generales. Aquí el Derecho no es una asignatura, es un estado.

Ahora, viendo a estos jóvenes confirmando que miran al futuro con «ilusión», pendientes de destino, es fácil olvidar los sinsabores y el estrés psicológico al que se han visto sometidos. La comparación con otros, los exámenes continuos o el aislamiento social… Son cosas que están ahí. La familia y el entorno se convierten en pilares. La figura de un buen preparador, afirman todos, es imprescindible. «Es también un poco como si fuera tu psicólogo», sonríe Ángela. Los valores adquiridos también ayudan. Lourdes destaca que su paso por Las Esclavas le habría ayudado.

- ¿Mereció la pena?

- «Vivimos en una sociedad en la que todo tiene que ser para ya. Por eso pienso que sí, que lo que realmente merece la pena es lo que te exige un esfuerzo, ¿no?

Miguel, Lourdes y Ángela asienten con la cabeza. A veces, es fácil olvidar que hay conceptos que son imprescindibles para que una sociedad funcione. La seguridad jurídica es uno de ellos. Ahora tiene a cuatro malagueños para recordarlo, no vaya a ser venga alguien a cuestionarla y no haya nadie que vele por ella.

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