Borrar
Adultos y niños subidos en la pala de una retroexcavadora, el único medio de transporte viable en algunos diseminados de Almogía. Salvador Salas

Destrucción y rescate en el laberinto de Almogía tras la DANA

El termino municipal abarca 163 kilómetros cuadrados y la mayoría de la población vive en diseminados, donde más de 200 vecinos siguen aislados y sin agua potable

Viernes, 15 de noviembre 2024, 00:45

Siempre que Toñi García, la alcaldesa de Almogía, quiere mostrar a extraños lo que es la extensión de su termino municipal, los lleva al punto que da entrada al municipio. Justo donde da la bienvenida una escultura de un ciclista en honor a los centenares de aficionados que atraviesan el municipio todos los días. La carretera montañosa y serpenteada es un imán para los amantes de las dos ruedas.

Desde el lugar mencionado, se ofrece una panorámica que hace entender la complejidad y el impacto que ha tenido la DANA aquí. Un sinfín de pequeños caminos atraviesan y dividen el terreno rocoso. Conectan, como arterías un riego sanguíneo, a diseminados y cortijos que responden a nombres como Barranco del Sol o Arroyo Coches. Almogía tiene una población de 4.500 vecinos pero solo 2.000 viven en el núcleo del pueblo. El término municipal abarca 163 kilómetros cuadrados.

El resto se reparte en un laberinto de corrientes empinadas y en zonas a los que se llega a través de una red de 200 kilómetros de caminos rurales. Las lluvias del miércoles actuaron como una motosierra que corta la vida. Un día después de la DANA, la recuperación paulatina se asemeja a una gesta titánica. Después de la que ha caído suena a ironía decir que hay muchos vecinos que están sin agua. Sin agua, sin luz y sin carreteras que les conecten a la civilización.

Salvador Salas
Imagen principal - Destrucción y rescate en el laberinto de Almogía tras la DANA
Imagen secundaria 1 - Destrucción y rescate en el laberinto de Almogía tras la DANA
Imagen secundaria 2 - Destrucción y rescate en el laberinto de Almogía tras la DANA

El 4x4 de la Protección Civil está hinchado de vivir pero cumple con el cometido. Por la altura que separa el eje del suelo es el único medio de transporte viable. Los caminos rurales siguen bañados de piedras y guijarros, arrastrados el día anterior por la fuerza inusual de masas de agua.

Moverse por Almogía es como hacer un zig zag a gran escala. Solo en pocas ocasiones se abre la vista al horizonte. Entonces, se extienden ante los ojos espacios cuasi infinitos. Al este queda el pantano de Casasola, al que le han sentado bien las lluvias. Impera el silencio. Solo se escucha el silbido del viento y el petardeo del motor. Que alguien pueda vivir aquí parece un milagro.

El milagro se llama, por ejemplo, Manolo Romera. Manolo es un hombre flaco y enjuto. Viste una gorra y lleva una camiseta algo desgarrada. Es cabrero y junto a su hermano está al frente de una explotación ganadera dotada de 400 cabras. Agua, barro y lodo llenaron su vivienda y le dejaron incomunicado. Manolo ahora sonríe: «Esta mañana han achicado el agua y han vuelto a conectar la carretera que lleva a Almogía por un lado y a Casabermeja por el otro». Después de dos días en los que ha estado más preocupado por salvar a sus animales que otra cosa, agradece la vuelta de algo parecido a rutina. En su caso, rutina equivale al oficio de ordeñar animales.

«La gran lluvia ha dejado miles de incidencias», resume José Torreblanca, jefe de la Policía Local. En un pueblo como Almogía, desempeñar este cargo es lo más parecido a un todo en uno. El número de su móvil es de dominio público. Una llamada sucede a la siguiente. «El Infoca está trabajando en la zona», contesta con calma. «Porque la obra del pantano de Casasola estaba finalizada. De lo contrario, ahora estaríamos hablando de una desgracia en Campanillas», asegura.

La ruta del destrozo y los desperfectos prosigue. El punto de más urgencia es ahora un diseminado que responde al nombre de Los Moras. La carretera y el puente que conectaban este núcleo poblacional son historia. «Llevamos dos días aislados. No tenemos ni pan», resume María Ruiz. Vive con su madre y su hija, que tiene una minusvalía. Regenta un pequeño quiosco que se ha quedado sin existencia. Cuando se le pregunta por lo ocurrido, lo resume en pocas palabras. «Nunca he visto tanta agua». La palabra aislamiento ya de por sí se redefine en Los Moras. Por poner un ejemplo, no hay cobertura ni conexión a internet. Para pillar algo de wifi hay que acercarse al colegio rural y 'robar' de ahí.

Son las seis de la tarde y es la tercera vez que Toñi García tiene que poner a cargar su iPhone. Cuando cuelga una entra la siguiente llamada. «¿Qué todavía estás sin luz?», pregunta. «Mándame una ubicación por whatsapp e intento mandarte a alguien», responde a la persona que está al otro lado de la línea. Así es todo el día. Un bucle. Un vecino indignado. Luego otro. «Yo les entiendo. Nosotros intentamos llegar a todo pero sin la ayuda de las administraciones esto va a ser imposible», se reconoce sobrepasada por la falta de maquinaria pesada y mano de obra. La palabra normalidad ahora mismo es como un extranjerismo en Almogía.

Hay un sinfín de arroyos que siguen llevando más agua del que deberían. El miércoles la materia liquida demostró todo su potencial destructor. Arrancó árboles, movió coches e hizo que el fundamento de una de las casas pegadas a lo que antes era un puente parezca ahora un queso lleno de agujeros. Ante el riesgo de derrumbe, el jefe de la Policía Local se acerca al coche y vuelve con una cinta para cortar el acceso. La escena, en la inmensidad de un barranco, tiene algo de surrealismo.

Imagen del puente que conectaba a los vecinos de Los Moras, un diseminado de Almogía con Málaga. Salvador Salas

En paralelo, la alcaldesa atiende a unos 50 vecinos. De fondo, unos niños juegan en los charcos que se han formado en los surcos que ha dibujado la lluvia. Desde una vista de pájaro es como si Godzilla se hubiera dado un paseo por aquí. El contraste con todo lo que recuerda a cotidianidad es grotesco. «Queremos un puente, queremos un puente», estallan de repente los vecinos. La inestabilidad del cauce sugiere que esta petición ahora suene a utopía y prolonga el riesgo de que muchas personas permanezcan aisladas por encima de un tiempo razonable.

«Todo lo que estoy haciendo para recuperar la normalidad, contratar a privados que tienen retroexcavadoras, electricistas… todo eso lo estoy haciendo con reparos del interventor. Si tengo que esperar a la burocracia se me acaba el mandato y aquí seguimos igual. Los vecinos necesitan ver ahora que se está haciendo algo», se justifica la alcaldesa.

Es curioso. En Almogía hay tantos arroyos que cada uno tiene un mote. El arroyo de los García, por ejemplo, porque pasa cerca de la casa de una familia con este apellido. Lo que se desbordó el miércoles fueron estos arroyos y no el mar. Aun así, la destrucción de infraestructuras recuerda a la de un tsunami. Barro, troncos, maleza, muros caídos y carriles intransitables hasta donde alcanza la vista.

A pocos kilómetros de aquí, la vuelta a la capital se asemeja a la llegada a una realidad paralela. Los bares sirven cervezas y la gente pasea otra vez por el Centro. Los móviles tienen cobertura y se vuelven a activar. La ducha en Málaga con agua caliente sirve para quitar el barro. Permanece en la nariz un ligero olor a gasoil.

En Almogía, valga la redundancia de la ironía, hay centenares de vecinos que van a pasar la segunda noche sin agua potable.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Destrucción y rescate en el laberinto de Almogía tras la DANA

Destrucción y rescate en el laberinto de Almogía tras la DANA