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Víctor Suárez posa en el interior de la bodega, en San Julián. Salvador Salas
La casa que quita las penas desde hace más de un siglo

La casa que quita las penas desde hace más de un siglo

Primeros bodegueros. La bodega se fundó en 1880 en El Palo, aunque sus orígenes se remontan a principios de siglo. Actualmente elaboran 35 vinos y derivados

Juan Soto

Málaga

Martes, 3 de mayo 2022, 00:26

Cuentan los antiguos del lugar que el restaurante El Huertecillo, en El Palo, era casi más conocido por su vino que por su comida. Frecuentado por viajeros de la Axarquía y trabajadores de la zona a finales del siglo XIX, los visitantes acudían regularmente para quitarse las penas en una época especialmente complicada a nivel económico, ya que la filoxera había arrasado prácticamente con todas las viñas y acabado con el modo de vida de miles de familias en la provincia. El negocio regentado por Francisco Suárez Pineda y familia era de los pocos que fiaba a todo el mundo, y por eso se convirtió en punto de encuentro asiduo para las personas que hacían el viaje de Málaga a Almería. «Quedamos en la casa del que nos quita las penas», decían.

Y con ese nombre se quedó. Más de un siglo después, el restaurante desapareció y se quedó solo la bodega (Quitapenas, por supuesto), una de las más antiguas de cuantas se conservan en la ciudad. Recién cumplidos los 142 años, sus actuales propietarios, quinta generación familiar, han apostado por la modernización para salir cuanto antes del pozo al que les empujó el Covid.

Bodegas Quitapenas se fundó en el año 1880, aunque los Suárez se dedicaban al mundo del vino desde mucho tiempo antes. A tenor de diferentes documentos que conserva la familia, su historia se remonta, al menos, al año 1825, cuando Ramón Suárez y su esposa María Aguilar heredaron unas obradas viñas en la localidad de Cútar, en la Axarquía, dedicándose desde entonces al cultivo de la vid, la elaboración de vinos y el laboreo de pasas.

Sus primeros vinos fueron el Moscatel Extra y el Montes, que se tomaban con un caldero de conejo con arroz

Desde el año 2004 están en la zona de San Julián y cuentan con dos tabernas en la capital

Los primeros vinos producidos en aquel primer restaurante ubicado en Miraflores del Palo –aunque después tuvo otras ubicaciones– fueron el Moscatel Extra o Quitapenas, el Montes y el Málaga Lágrima, que se acompañaban habitualmente con un caldero de conejo con arroz que era conocido y reclamado en toda la provincia.

Generación tras generación, los vinos siguieron aumentando su fama, hasta que en el 1940 comenzaron a embotellarlos y a fabricar licores y aguardientes. En esos años también abrieron numerosas tabernas por toda la geografía malagueña dada la gran demanda que había entonces. Cuentan, seguramente con cierta exageración malagueña, que la bodega era frecuentada por 100.000 personas al año y que «era el segundo lugar más visitado de la ciudad después de La Alcazaba». Actualmente conservan dos negocios de restauración en la capital (en las calles Marín García y Sánchez Pastor).

Salvador Salas
Imagen principal - La casa que quita las penas desde hace más de un siglo
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Todo ese reconocimiento les obligó a la continua ampliación de la capacidad de producción, almacenamiento y crianza de vinos, que desembocó en la apertura de la sede central en la capital, que fue inaugurada en el año 2004. Actualmente la bodega se encuentra en San Julián, cuenta con siete zonas de producción y elabora cerca de 35 variedades diferentes entre vinos y derivados. Bodegas Quitapenas da empleo a 17 personas.

Vocación innovadora

Uno de los actuales administradores de la empresa, Víctor Suárez, explica que la vocación de la empresa siempre ha sido innovar y crear productos de mayor calidad para atender tanto al público local como extranjero que adquiere sus vinos. «Cada día evolucionamos más y hacemos vinos más buenos porque los clientes también nos exigen cada día un poco más», apunta.

En esta constante búsqueda de la calidad, este año van a comercializar por primera vez un vino tinto tempranillo con un año en bota que esperan poner a disposición de los clientes a finales de año. A nivel empresarial, también han comenzado a recibir visitas para dar a conocer las instalaciones, acogen encuentros empresariales, celebran cumpleaños o comuniones y siguen abriendo mercados a los que poder exportar sus diferentes productos.

Pese a ello, Víctor Suárez reconoce que la pandemia les ha supuesto un duro golpe del que tratan de salir con ingenio y mucha dedicación. «Íbamos a 200 por hora y nos encontramos con una pared que nos frenó en seco», expone. Como ellos trabajan mucho con bares y restaurantes, en estos últimos dos años apenas les han salvado las exportaciones, a lugares tan dispares como Panamá, República Dominicana o Polonia. «Exportamos a cualquier lugar del mundo menos a los países árabes», resume.

¿Y el futuro? La familia Suárez desea dejar atrás cuanto antes los recortes obligados por la pandemia, recuperar todo el empleo, aumentar su presencia en la ciudad y, en definitiva, seguir quitando las penas a los malagueños y visitantes durante al menos otro siglo más.

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